por Gimena Tempelopoulos
Desde hace un tiempo, se manifiesta que la crispación y la pelea se han convertido en rasgos característicos de la clase política. Sin embargo, esto no es reductible a un sector, ya que está presente en la calle, la escuela, el trabajo, etcétera. Frente a este clima agresivo, ¿qué elegimos millones de argentinos para desconectarnos y entretenernos? Optamos por lo mismo: mirar programas de televisión basados en la disputa y el insulto.
Cuando se busca analizar por qué un elevado número de personas mira y es partícipe de escarnios públicos y disputas reales o no, se entra en la disyuntiva de quién es el culpable. Para poder arribar a las causas de este fenómeno y no caer sólo en la señalización de un responsable, es necesario hacer un mea culpa sincero y sin concesiones de los medios, en tanto productores de contenido, y de nosotros, en tanto consumidores.
Habitualmente, la lupa se pone en los medios de comunicación, que, como detentadores de poder, alienan y manipulan a los televidentes, quedando éstos como simples entes pasivos y subordinados. Se olvida, sin embargo, que, como sostiene Néstor García Canclini (1), entre el receptor y el mensaje mediático, intervienen y median la experiencia vivida, los amigos, las instituciones; por lo cual, pueden surgir ciertas libertades creadoras de los receptores.
Por su parte, la televisión procura atraer a la mayor cantidad posible de televidentes para apropiarse de una gran porción de la torta publicitaria. Son empresas cuyo objetivo primordial no es la transmisión de cultura y educación, sino la ganancia. Por ende, intentan generar productos masivos y rentables, justificándose con un argumento excluyente y falaz: “damos lo que la gente quiere ver”. Es decir, por el afán fundamental del negocio, se deja a un costado la ética o el cuestionamiento sobre los contenidos que se elaboran.
Hace unos años, los programadores de TV presentaban, en pantalla, los géneros televisivos preferidos por el público, ya sea historias de ficción, reality show, programas periodísticos, informativos, etcétera. En la actualidad, han asumido que aquello que es atractivo y que origina mayor rating no depende del género televisivo, sino de mostrar el escándalo de baja estofa, la descalificación, la misoginia y la entronización de valores, como el dinero y la fama a cualquier precio. Para la TV, no hay otra cosa que consumidores de medios, el modelo de recepción que propone el discurso mediático debilita la figura del receptor de géneros (2).
Por otra parte, estamos los receptores apabullados por una oferta mediática bastante homogénea, aunque, no obstante, subsisten algunas excepciones que son minoría. La afirmación de que no hay qué mirar y de que todo es igual resulta dudosa a la luz de los datos. La Argentina tiene el mayor porcentaje de hogares con cable de la región, la penetración alcanza el 79%, a diferencia del 52% de Chile, el 34% de México, el 52,74% de Perú y el 22% de Brasil.
Carlos Ulanovsky y Pablo Sirven (3) mencionan el doble discurso de los televidentes, es decir, por un lado, se habla pésimo de la TV, pero, por otro, no se puede prescindir de ella. Asimismo, consideran que actúa como espejo de lo que somos, y eso es lo que, muchas veces, nos molesta.
La elección que realizamos, en el acto de consumo, encierra una legitimación del producto, como afirman los sociólogos, aquello que consumimos opina de nosotros, de lo que somos. En consecuencia, este fenómeno de la agresión que percibimos en los políticos y en la TV es, cada vez, más evidente en los consumidores mediáticos. Una investigación, efectuada por el Diario Perfil (4), hace hincapié en una costumbre que mantienen los internautas argentinos: la excesiva utilización de insultos y descalificaciones personales en los comentarios que incluyen en los sitios web. El estudio resalta que, mientras, en los Estados Unidos, los comentarios de los lectores de diarios se colocan al nivel de los escritores y colaboradores para el enriquecimiento de la polémica, en nuestro país, esto se torna dificultoso, debido a los agravios. En este sentido, estamos naturalizando la agresión como forma de relacionarnos, nos estamos acostumbrando a que no se rebate una concepción o un discurso, se repele al otro, a la persona.
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(1) García Canclini, Néstor, “El consumo cultural: una propuesta teórica”, en Sunkel, Guillermo, El consumo cultural en América Latina, Bogotá, Convenio Andrés Bello, 1999.
(2) Corea, Cristina y Lewkowicz, Ignacio: Pedagogía de lo aburrido. Escuelas destituidas, familias perplejas, Buenos Aires, Paidos, 2004.
(3) Ulanovsky, Carlos y Sirvén, Pablo, ¡Qué desastre la TV! [Pero cómo me gusta…], Buenos Aires, Emecé, 2009
(4) El Observador, Investigación y Análisis: “Por qué en los comentarios en la web hay más insultos que opiniones”, en Diario Perfil, 12/09/10
Desde hace un tiempo, se manifiesta que la crispación y la pelea se han convertido en rasgos característicos de la clase política. Sin embargo, esto no es reductible a un sector, ya que está presente en la calle, la escuela, el trabajo, etcétera. Frente a este clima agresivo, ¿qué elegimos millones de argentinos para desconectarnos y entretenernos? Optamos por lo mismo: mirar programas de televisión basados en la disputa y el insulto.
Cuando se busca analizar por qué un elevado número de personas mira y es partícipe de escarnios públicos y disputas reales o no, se entra en la disyuntiva de quién es el culpable. Para poder arribar a las causas de este fenómeno y no caer sólo en la señalización de un responsable, es necesario hacer un mea culpa sincero y sin concesiones de los medios, en tanto productores de contenido, y de nosotros, en tanto consumidores.
Habitualmente, la lupa se pone en los medios de comunicación, que, como detentadores de poder, alienan y manipulan a los televidentes, quedando éstos como simples entes pasivos y subordinados. Se olvida, sin embargo, que, como sostiene Néstor García Canclini (1), entre el receptor y el mensaje mediático, intervienen y median la experiencia vivida, los amigos, las instituciones; por lo cual, pueden surgir ciertas libertades creadoras de los receptores.
Por su parte, la televisión procura atraer a la mayor cantidad posible de televidentes para apropiarse de una gran porción de la torta publicitaria. Son empresas cuyo objetivo primordial no es la transmisión de cultura y educación, sino la ganancia. Por ende, intentan generar productos masivos y rentables, justificándose con un argumento excluyente y falaz: “damos lo que la gente quiere ver”. Es decir, por el afán fundamental del negocio, se deja a un costado la ética o el cuestionamiento sobre los contenidos que se elaboran.
Hace unos años, los programadores de TV presentaban, en pantalla, los géneros televisivos preferidos por el público, ya sea historias de ficción, reality show, programas periodísticos, informativos, etcétera. En la actualidad, han asumido que aquello que es atractivo y que origina mayor rating no depende del género televisivo, sino de mostrar el escándalo de baja estofa, la descalificación, la misoginia y la entronización de valores, como el dinero y la fama a cualquier precio. Para la TV, no hay otra cosa que consumidores de medios, el modelo de recepción que propone el discurso mediático debilita la figura del receptor de géneros (2).
Por otra parte, estamos los receptores apabullados por una oferta mediática bastante homogénea, aunque, no obstante, subsisten algunas excepciones que son minoría. La afirmación de que no hay qué mirar y de que todo es igual resulta dudosa a la luz de los datos. La Argentina tiene el mayor porcentaje de hogares con cable de la región, la penetración alcanza el 79%, a diferencia del 52% de Chile, el 34% de México, el 52,74% de Perú y el 22% de Brasil.
Carlos Ulanovsky y Pablo Sirven (3) mencionan el doble discurso de los televidentes, es decir, por un lado, se habla pésimo de la TV, pero, por otro, no se puede prescindir de ella. Asimismo, consideran que actúa como espejo de lo que somos, y eso es lo que, muchas veces, nos molesta.
La elección que realizamos, en el acto de consumo, encierra una legitimación del producto, como afirman los sociólogos, aquello que consumimos opina de nosotros, de lo que somos. En consecuencia, este fenómeno de la agresión que percibimos en los políticos y en la TV es, cada vez, más evidente en los consumidores mediáticos. Una investigación, efectuada por el Diario Perfil (4), hace hincapié en una costumbre que mantienen los internautas argentinos: la excesiva utilización de insultos y descalificaciones personales en los comentarios que incluyen en los sitios web. El estudio resalta que, mientras, en los Estados Unidos, los comentarios de los lectores de diarios se colocan al nivel de los escritores y colaboradores para el enriquecimiento de la polémica, en nuestro país, esto se torna dificultoso, debido a los agravios. En este sentido, estamos naturalizando la agresión como forma de relacionarnos, nos estamos acostumbrando a que no se rebate una concepción o un discurso, se repele al otro, a la persona.
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(1) García Canclini, Néstor, “El consumo cultural: una propuesta teórica”, en Sunkel, Guillermo, El consumo cultural en América Latina, Bogotá, Convenio Andrés Bello, 1999.
(2) Corea, Cristina y Lewkowicz, Ignacio: Pedagogía de lo aburrido. Escuelas destituidas, familias perplejas, Buenos Aires, Paidos, 2004.
(3) Ulanovsky, Carlos y Sirvén, Pablo, ¡Qué desastre la TV! [Pero cómo me gusta…], Buenos Aires, Emecé, 2009
(4) El Observador, Investigación y Análisis: “Por qué en los comentarios en la web hay más insultos que opiniones”, en Diario Perfil, 12/09/10
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