Las
manos prodigiosas
Las manos de mi madre/ saben
que ocurre por las mañanas/ cuando amasan la vida/ horno de barro, pan de
esperanza...
“Las manos de mi madre” Canción de Peteco Carabajal y Jacinto Piedra.
En las páginas 10 y 11
de la revista “Ñ”del sábado 14 de abril del 2012 el periodista Héctor Pavón
mantiene una entrevista con el sociólogo estadounidense Richard Sennett en
ocasión de la presentación de su libro “El
artesano”. El autor literario
nació en un barrio muy pobre de Chicago, hijo de rusos emigrados, trabajó en
proyectos de viviendas en su ciudad natal y en la actualidad es profesor de la
London School of Economics. Se inició
como violonchelista y cuando sufrió un percance en sus manos su vida dio un
cambio trascendente. En esa instancia se
dedicó a la sociología donde estudio los procesos y desarrollos urbanos. Es uno de los más agudos críticos y analistas
del capitalismo global. El mismo
encuentra al trabajo manual no como un recuerdo del pasado, sino como una
protección al futuro del hombre. Aduce
que el capitalismo posfordista, en el cual vivimos, a eliminado al hombre del
escenario principal. Este desplazamiento
lo ocasionó la máquina de producción seriada, los artefactos de automación y la
comercialización globalizada. Luego
sentencia: “Hoy, el nuevo modelo penetra al sujeto, magnifica al individualismo
donde el otro es siempre un competidor”
La lectura de este
interesante artículo me transportó a la época previa a la llegada de la
automación, donde se podía apreciar los oficios donde prevalecía la habilidad y
la destreza manual. Eran los artesanos
que, en general, recibían de sus antepasados la herencia de los secretos de
cada ocupación donde era imprescindible modificar la materia con las
herramientas básicas en manos sensibles y dúctiles. Se podía distinguir a las familias
tradicionales del barrio por el oficio desplegado por sus distintas
generaciones, a los apellidos se le adicionaba la ocupación laboral de:
zingueros y hojalateros como Oreste Miraglia, impresores a los Sres Minetti,
Astardamsky, Quiroga, Betta Hnos., el vitraux de Basìlico, Plà y Valor, o los
bronceros: Araneo, Ferrari, Baldoni, Fernando López...
Desde el oficio
tradicional como el alfarero, existían; el soplador de vidrios, el luthier, el
afilador de utensilios, el colchonero, el colocador de pliegos, el
encuadernador, matriceros, ajustadores, torneros, soldadores, dactilógrafos,
taquígrafos, frentistas, sastre a medida, el aparador de calzado, zurcidoras,
bordadoras, tejedoras, remalladoras y tantos otros de la actividad rural, de la
construcción o fabril, etc. En general
fueron sustituidas por procesos, innovaciones tecnológicas y materias primas,
dando lugar a la temida desocupación y a la descalificación de las tareas de
los trabajadores. Cuenta el autor de la
nota que cuando ocurrieron los suicidios de los empleados de France Telecom en
la segunda mitad de 2009, Sennett se encontraba trabajando con su equipo en el
desempleo a largo plazo en Wall Street y veía señales de alarma muy claras en
el horizonte social estadounidense en particular, y mundial en general. Allí observaba casos severos de alcoholismo y
suicidio no sólo entre los que perdían sus trabajos sino también entre los que
se quedaban y sufrían estrés y depresión por temor a quedar desocupados y fuera
del sistema.
Ahora les cuento una
historia personal de mi paso por la fábrica de Olivetti Argentina instalada en
Merlo, Pcia de Buenos Aires. Dedicada a
la producción de máquinas de oficinas, las mismas estaban conformadas por partes de plástico y
una cantidad enorme de piezas metálicas para su posterior montaje. Muchos de esos componentes se producían en
prensas, balancines y tornos automáticos, por ello la gente de ingeniería
buscaba aumentar la producción para responder a la demanda comercial. En el año 1970 instalaron el primer mecanismo
que funcionaba con la característica de un robot, eran dos brazos que colocaban
y extraían de los balancines y prensas las piezas metálicas para el corte y su
plegado. Su presentación causó asombro a
todo el personal, no paraban durante todo el día, no tenían ausencias ni
licencias, no reclamaban mejoras de sueldos ni un ascenso en sus
categorías. En aquel momento, los
testigos de ese fenómeno, no advertimos las consecuencias futuras. Con el advenimiento del cálculo digital y la
computadora, durante la década del ochenta la empresa cerró aquella planta
modelo y unos cinco mil operarios y empleados quedaron desocupados.
Otro hecho que influyó
en la inactividad laboral fue la globalización, con el arribo masivo de
mercaderías a precios por debajo de los locales. Estos factores han producido una pérdida en
la calidad de los puestos laborales ofrecidos, en general de servicios de
seguridad, limpieza, promociones comerciales en condiciones precarias de
estabilidad, sin los aportes previsionales y de seguridad social. Al respecto el profesor Sennett nos dice que
aún existe el capitalismo responsable como los alemanes, los holandeses, y los
escandinavos, donde lograron combinar la necesidad social con economías
fuertes. También hicieron mucho mejor
trabajo en lo relativo a formar obreros calificados. Y como un mensaje de
esperanza afirma: “ Colaborar no es una cosa para hacer porque somos buenos, es
una estrategia básica de sobrevivencia que frecuentemente olvidamos de aplicar”
Para este antiguo
narrador de historias con aroma a naftalina el sinónimo de prodigio y
laboriosidad manual, eran las manos de nuestras madres. En tiempo sin el invento de los
electrodomésticos, transformaban los productos de la feria municipal en un
manjar, de un simple ovillo de lana en un pulóver con guardas y con una aguja
crochet un mantel para los grandes acontecimientos. Entonces las cosas había que hacerlas
perdurar así por las tardes, con un mate de base y una aguja zurcían las
medias, mientras escuchaban el radioteatro de Carmen Valdez y Silvio Spaventa
con dramas pasionales que le arrancaban lágrimas que esparcían sobre sus
costuras. Las veo amasando con la
harina, huevos y agua para luego producir una fina masa con un palo redondo de
madera que giraba con el impulso de sus hábiles manos. Luego de plegar la masa,
un cuchillo en sus manos la transformaba en tallarines del mismo ancho, o con
relleno una ruedita fabricaba cuadrados perfectos como ravioles de exposición. Estos fideos con salsa y queso rallado en un
plato sobre la mesa, con toda la familia como comensales, nos brindaban un día
de fiesta con el placer de verlas a ellas a través del humeante alimento. Tenían una alegría muy particular que
disimulaba el cansancio de tareas interminables como aquella, de plancharnos el
guardapolvo escolar con almidón “Colman” que le otorgaba a su tela una rigidez
de armadura y un blanco inmaculado. Con
ellas no pudo la desocupación, la pérdida de categorización laboral, ni la
foránea globalización logró importar mujeres
abnegadas con manos tan prodigiosas...
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