Las carencias sanitarias eran
alarmantes a comienzos del siglo XX. Las estadísticas informaban que el 48 % de
los fallecidos en la ciudad de Buenos Aires entre 1901 y 1904 había sido por
tuberculosis, fiebre tifoidea, viruela, escarlatina, difteria, sarampión,
infección puerperal y meningitis.
Similares eran los índices de
alcoholismo y de propagación de enfermedades venéreas. No era mejor la
situación de mujeres y niños en talleres y fábricas que cumplían a destajo
tareas que requerían un esfuerzo no propio para su contextura en locales
cerrados o mal iluminados con largas jornadas sin descanso ni feriados.
La consulta médica llegaba
con la real imposibilidad física de realizar el trabajo, al que le seguía el
drama del sustento familiar por falta de paga.
En 1877 el Dr. Guillermo
Rawson había creado el primer curso de higiene en la Facultad de Medicina de la
Universidad de Buenos Aires, su labor la continúo el Dr. José Penna como
epidemiólogo y luego en profilaxis y medicina preventiva.
Pero pasaron varios años
hasta que el Dr. Samuel Gache diera la primera conferencia pública alertando
sobre la gravedad de la tuberculosis y propiciando una “Liga” contra esta
enfermedad. No tuvo eco en ese momento, pero tiempo después junto con el Dr. Emilio
R. Coni fundaron la “Liga Argentina contra el desarrollo de la Tuberculosis” el
11 de mayo de 1901 en sede propia por cesión de un terreno municipal en la
esquina de Santa Fe y Uriarte.
Iniciativas de “La Liga”
fueron la instalación de saliveras y fijación de carteles sobre la obligación
de su uso en lugares públicos -La Ordenanza Municipal “Prohibido escupir en el suelo” fue aprobada en
1902 por iniciativa del médico higienista Marcos Augusto Luis Daniel Bunge
(1877-1943)-; como
así también otras medidas higiénicas en buques, cuarteles, hoteles, trenes,
tranvías y templos.
Solicitaron el cumplimiento
de la Ordenanza Municipal del 14 de junio de 1883 que ordenaba la denuncia de
las enfermedades infectocontagiosas (la tuberculosis pulmonar se agregó diez
años más tarde). La obligatoriedad de desinfección de objetos y ropas usadas en
venta pública (1886), y de casas, ropas y muebles de fallecidos por esta causa
(1892).
En 1902 fue aprobada la
ordenanza que prohibía la admisión de tuberculosos en hospitales del municipio
y sólo permitía un número reducido donde se dictaban los cursos de la Escuela
de Medicina a modo de práctica.
También crearon el
Dispensario de Lactantes. La “Gota de Leche” (que no era gota pero si leche)
era entregada en los hospitales “San Roque” (Clínicas) y “Norte” (Fernández),
la misma provenía de tambos propios de la localidad de San Vicente y era
sometida a proceso de pasteurización.
Por entonces ya había sido
cerrado en medio de un escándalo –por lo costoso de su mantenimiento- el primer
antecedente que se conoce de un hospital para tuberculosos que había sido
construido en el Valle de Capilla del Monte (Córdoba).
Otros intentos no pudieron
concretarse hasta que finalmente el Director de la Asistencia Pública Dr. Penna
le confío al Dr. Coni la fundación y organización del sanatorio municipal a
construirse “en una pequeña altura de los alrededores en Villa Ortúzar”.
Tuvieron
especial cuidado en elegir el terreno. Los 72.000 metros cuadrados en forma de polígono irregular tenían jardines
internos y eucaliptos para mantener la pureza del aire.
Dato
aparte, la existencia de tantos eucaliptos en la zona –incluido el Parque Los
Andes- era justamente por lo insalubre del lugar al que debían sumarse los
hornos crematorios del cementerio y luego la quema de basuras.
En principio recibió el
nombre de “Hospital Manuel Augusto Montes de Oca”. El 20 de septiembre de 1904
por gestión de la liga antituberculosa pasó a llamarse “Enrique Tornú”.
Fue inaugurado oficialmente
con la apertura de uno de los pabellones el 8 de octubre de 1904 por el
Intendente Alberto Casares, y en marzo de 1905 fue habilitado al público bajo
la Intendencia de Carlos Rosetti.
El interior fue diseñado con el máximo confort de la época. Las
galerías de cura al sol estaban orientadas hacia el noroeste y sudeste
terminando en un hall con cielorraso de yeso cerrado con vidrios fijos
multicolores iluminando la puerta que daba a los jardines a los que se llegaba
por una escalera de mármol.
Las dos salas de cada pabellón, construidos sobre sótanos un metro
arriba del suelo, aseguraban la aireación y prevención de la humedad. Disponían
cada una de 24 camas unidas por corredores cortados en cruz limitando cuatro
piezas independientes entre sí: lavatorios, baños, enfermería y cuarto calorífero
a gas para mantener la temperatura conveniente y constante que también servía
de sala de examen.
En el primer piso de la parte central se estableció la dirección y
servicios anexos; en la planta baja se encontraban la administración, sala de
consulta externa, dispensario, laboratorio, comedor y habitaciones del
personal. En el subsuelo funcionaba la farmacia, cocina, despensa, ropería y
cuartos del personal de servicio.
Las salas tenían piso de mosaico veneciano y enormes ventanas con
banderolas. Los techos eran de forma oval con aberturas en la parte superior y
las paredes estaban pintadas al aceite hasta los dos metros, había también
tomas de aire graduadas.
El 28 de abril de 1905 la
municipalidad cambió el nombre de “Hospital” por “Sanatorio Enrique Tornú”.
Su primer director
ad-honorem fue el Dr. Coni. El primer personal asignado al Sanatorio Enrique Tornú y Estación Sanitaria de Villa
Ortúzar (asistencia a domicilio) fue el siguiente: 1director, 2 médicos
internos, 1 administrador, 1 oficial de 3º para mesa de entradas, 1
farmacéutico, 1 auxiliar, 1 auxiliar de farmacia, 3 practicantes mayores, 1
capellán y director de la escuela para enfermeros, 2 cabos de sala, 8
enfermeros, 1 peón de botica, 1 portero, 1 sereno, 1 caballerizo, 1 cocinero 1º,
1 peón de cocina, 1 jardinero, 6 peones, 1 cochero, 1 sastre, 1 mecánico de
desinfección, 1 cocinero de 2º, 1 carpintero y 1 barbero.
Al año siguiente se agregaron: 2
médicos de sala (médico interno a domicilio), 1 mecánico, 2 cocheros, 1
costurera y 1 cocinero de 2º.
Pero
el mayor desafío fue ordenar la vida interna. Al ingresar los enfermos eran
examinados para abrir la historia clínica y notificados sobre las disposiciones
del reglamento.
La
limpieza era estricta por ser el punto fundamental en la cura y profilaxis:
cabello y barba cortos y falta grave escupir en el piso y fumar.
El
control del peso se realizaba cada sábado y el de temperatura se hacía por la
mañana y por la tarde; las salivaciones y orina se analizaban dos veces por
mes.
La
revisión dental era semanal, gozaban de baños tibios periódicos -duchas y
fricciones sólo por orden médica-. Se les entregaba gratuitamente: toalla,
jabón, peine, cepillo de dientes, frasco de agua dentífrica, un jarro de hierro
esmaltado y objetos de uso personal: servilleta de mesa con aro, cuchillo,
tenedor, cucharas para sopa y café, vaso de hierro esmaltado y ropa de cama
(tres frazadas y una manta).
Los días de visita eran los jueves y
domingos de 12 a 17 hs.
La
rutina era rígida pero los enfermos disponían de comodidades que quizás no
tenían en sus propias casas: iluminación a gas con picos incandescentes, luego
fue reemplazada por eléctricas por fuerza motriz cuando se habilitó la estación
de desinfección y el lavadero.
El
agua potable provenía de la segunda napa traída a la superficie por medio de un
molino de viento y después por una bomba a vapor con las mejores condiciones de
potabilidad. El agua caliente se distribuía por canalización que llegaba desde
la cocina y se extendía a un servicio completo de hidroterapia. Las basuras
eran quemadas en un horno y las materias fecales y aguas residuales eran
tratadas en una cámara séptica.
La
Liga Argentina contra la Tuberculosis llegó a administrar cuatro dispensarios:
Tornú y Rawson (inaugurados en 1902). Fernández (1905) y “Dr. Samuel Gache” que
cerró por falta de recursos.
El censo de 1906 informaba con orgullo:
“Todas estas medidas han dado, no solamente los resultados que se esperaban,
sino que han permitido declarar al doctor Emilio R. Coni, delegado argentino al
Congreso contra la Tuberculosis, reunido últimamente en París, que casi todos
los desideratums sancionados por los higienistas de más renombre de la Europa,
eran ya realidades en nuestro país.”
Quiero agradecer al médico y
enfermero del SAME, médicos y enfermeras que me atendieron por guardia médica
el 3 de junio en horas de la tarde, siento no saber sus nombres –yo tampoco
sabía que estaba ahí- por eso puedo decir sin exagerar que me salvaron la vida.
De
nuevo, Gracias.
Lic. Stella Maris De Lellis
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