“El cuartito del fondo”
Si me viera, estoy tan viejo, / tengo
blanca la cabeza: /¿ será acaso la tristeza/ de mi negra soledad?...
“Amurado” (1926) Tango de J. De Grandis, P.
Maffia y P. Laurenz.
Deseo
presentarme como un señor mayor, para
las ciencias sociales un octogenario, que fue educado con ciertos valores que
en la actualidad me cuesta revalidarlos.
En principio fui formado otorgando una verdadera consideración a los
hechos y a las cosas. En ese entonces el
propósito era extender la vida útil de los elementos, con el uso cuidadoso y el
mantenimiento. Una cualidad apreciada
eran los años de vida de cada objeto, un ejemplo era la heladera “Siam 90” sin
freezer, con un gabinete tipo colectivo que nunca se oxidaba. La estadística industrial mostraba que esa
heladera duraba más que un matrimonio de aquel tiempo, los llamados
“irrompibles”
Al permanecer tanto tiempo en el
hogar, los objetos se adornaban con gestos, recuerdos, historias familiares
generando un afecto especial. Este hecho
producía una conducta de atesorarlos en el momento de culminar sus
servicios. Costaba tirarlos o
abandonarlos en la calle, por eso en las casas tipo “chorizo” en su fondo
existía un “cuarto de trastos”, una especie de museo familiar. Dado que heredé ese valor de custodio de las
cosas tengo además, de un matrimonio perpetuo, un cuarto de cachivaches que los
invito a recorrer.
Apreciaran la prolijidad y el orden
del mismo, las cosas embaladas para evitar el daño de la humedad y el depósito clasificado por su prestación. Si elevan sus miradas observaran los rodados
de nuestros hijos juntos a las antiguas arañas luminosas. En artículos del hogar, están: la licuadora
“Dinamix” aquella de un zumbido aeronáutico, la máquina de coser “Singer” a
pedal que mi señora compró cuando se diplomó con el “Sistema Teniente”, el
ventilador “Siam” con paletas de bronce, el tocadiscos manual “RCA Víctor”, el
primer televisor en blanco y negro “Philco”,
la máquina de escribir “Studio 44 de Olivetti”, la plancha “Atma” que
por su peso desarrollaba musculatura a las amas de casa, los juegos de nuestros
pequeños: el Mecano, los soldaditos plomo, el andador, el globo terráqueo, el
sulkyciclo, el Cine “Graf”, “El Cerebro Mágico” y tantos objetos más...
A pesar que todo funciona como el primer
día, nadie los quiere recepcionar como donación y los que compran antigüedades
ofrecen cifras irrisorias. Hace unos
días puse en la calle el primitivo maniquí que usaban los sastres y modistas
para armar las costuras. Desde el interior de mi hogar pude observar la mirada
extraña de los vecinos y sus comentarios jocosos, acerca del supuesto
parentesco del mismo con el propietario de la casa. De madrugada me reencontré con el vetusto probador y a pesar que carece
de brazos, sentí que algo tomaba mi cuerpo de modo fraternal
Algo similar acontece con nuestra
biblioteca con libros de lectura de reconocidos autores y libros de nivel
secundario y universitario. Los hemos
ofrecidos en carácter de donación a escuelas primarias, secundarias y también a
una facultad. Nos pidieron títulos,
autor, fecha de edición quedando en contestar nuestro gesto. Nunca respondieron. Una bibliotecaria nos comentaba que en la
actualidad todo es accesible por Internet, con una indiferencia por el texto en
papel. Ahora que el tiempo me indicó de devolver mis objetos con afectos a la
sociedad, está se encuentra refractaria.
Los pretéritos sentimientos se
transformaron, el consumismo instaló el reemplazo programado de las cosas por
obsolescencia con la atracción de ofertar una nueva prestación de la anterior o
una innovación tecnológica. Existe en
los talleres de reparación y mantenimiento, la convicción que “sale más
económico comprar uno nuevo que arreglarlo”
También la comercialización con tarjetas de crédito con pagos en cuotas,
alentó al cambio de los productos domésticos.
No existe el tiempo del afecto que
daba la perdurabilidad de los objetos, ahora la velocidad en la reposición
impuesta no lo permite. Se siente cierto
orgullo de tener el objeto más moderno, da una jerarquía ante el grupo de
familiares y amigos. También ocurre con
los últimos modelos de automóviles.
Algo similar acontece con las
uniones familiares, selladas con un contrato frágil e inestable. En la mayoría de los casos prevalece lo
transitorio, lo fugaz, sin un compromiso perdurable ante el desconcierto de sus
descendientes. Los mayores observamos con asombro la precariedad de la
estabilidad familiar, dado que fuimos formados en preservar: el enlace
matrimonial, con todas sus posibles desavenencias pero, con un mayor índice de
tolerancia con la influencia de la cultura del “cuartito del fondo” de aquellos
caserones barriales. Este comportamiento
fue desapareciendo con la llegada de los
espacios reducidos de los departamentos
de las expensas y la indeferencia de establecer relaciones entre los consorcistas.
Señores, estoy muy preocupado por la
aparición de hombres con correajes y canastos de mudanzas, que intenten
despojarme de estos objetos dejando huérfano el cuarto del fondo. Tengo el
temor que junto a los “cacharros” me
lleven a un anticuario y aparezca en sus vidrieras como un maniquí vestido con
mis tradi cionales trajes con sacos de tres botones, chaleco, camisa de cuello
almidonado, moño, un sombrero tipo hongo y calzado abotinado. Y que junto a mi vestidor familiar aparezca
en una de mis manos esta propuesta comercial: Especie humana del pasado, un
modelo del porteño del siglo treinta, soñador, atesoró las obras como recuerdos
o trofeos vivenciales y ahora hasta sus herederos son indiferentes a la
recepción los mismos...
No hay comentarios:
Publicar un comentario