“Con ellos, no me puedo enojar”
De repente la suerte/ fue a
comenzar a verte/ y de un tiempo a esta parte/ dejar de cuestionarte/ que tal o
cual reproche/ que alguna culpa errante,/ quedarme con lo bueno/ de vos lo que
más quiero …
“Mi viejo zapatero” (1990) Poema
de Chico Novarro
Ángelo: Es mi peluquero desde hace tres décadas. La misma relación mantuve con los que me
atendieron desde el corte inicial de mis bucles dorados de la niñez hasta la
actualidad con mis “islas” con cabellos color cenizo. Por el paso del tiempo fueron: Víctor
Galgano, Paulito y sus locuaces oficiales Salvador y Emilio y “Mingo”
Salvio. En sus locales comencé a leer
con tinta color sepia: “El Gráfico”, “Patoruzù”” y “Radiolandia”. Era el tiempo del coloquio, donde no había
aparatos que emitían ruidos. La sesión,
cuando no se hablaba de fútbol y cosas del barrio, funcionaba como un
confesionario con un extraño intercambio de miradas. El peluquero no observaba al cliente en la
cara como un psicoanalista, sino a través del espejo que tenía el cliente
delante de él. Esta relación íntima no
permitía, a pesar de algunas diferentes apreciaciones políticas, estar enfadado
con quien por estar tan cerca de nuestro “cerebro” conocía aspectos de la
personalidad de su cliente. Ángelo es
uno de aquel tiempo, a su sabiduría le adicionó el manejo de los silencios,
provocadores de misteriosas confidencias…
“Homero”: Es el perro de mis
nietos Nancy, Mariano y Julieta. Aducen
que exagero al afirmar que cuando reconoce la llegada de mi auto, comienza con
la ceremonia de brincar, retorcer su cuerpo, mover la cola como un
limpiaparabrisas y emitir un gruñido agudo de bienvenida. Otros acusan al perro de interesado y
obsecuente, dado que su conducta, se relaciona a la provisión de alimentos que
le llevo. No puedo enojarme con él
cuando, en sus rabietas, le recriminan que daña los acolchados. Creo que lo advierte con su afecto, luego de
la ceremonia inicial y la comida, con su trompa me eleva el brazo derecho como
diciendo: “¿Damos una vuelta manzana para apurar la digestión?” Al regreso cuando ocupo un sillón, él apoya
su cuerpo en mis piernas y se queda dormitando.
“Homero” transita por la vida sin correas o cadenas, recorre las calles
solo, sabe las leyes de las mismas y cuando regresa a su hogar se queda inmóvil
en su umbral a la espera de la llegada de algún conocido. Un día me pareció escucharlo gruñir: “¿Cómo
a pesar de mis dotes de independencia
aún no me dieron la llaves de la puerta de casa?” …
“La Sra. Esther”: Es la encargada
de limpiar mi casa dos mañanas por semana.
Comenzó su tarea hace mucho tiempo, cuando nuestros hijos eran pequeños
y ella recién contraía su primer matrimonio, luego concluido. Actúa de modo tal como si fuera de nuestra
familia, compartimos con ella las alegrías y los sinsabores. La rutina de la tarea es respetada excepto
los días de lluvias, que el patio se queda sin su presencia. A media mañana
compartimos un té con galletitas, la charla es amena y audible, pues cuando usa
la aspiradora sólo nos comunicamos por señas.
Por sus convicciones personales y religiosas es una persona de absoluta
confianza en lo material y confidencial, digna en el trabajo a pesar de sus
problemas respiratorios. Este viernes en
el momento de la charla tomando el té se produjo un largo silencio. ¿Te pasa
algo Esthercita? – le dijo mi Señora.
“Si, algo verdaderamente encantador con una situación un tanto
triste. En la Congregación conocí a una
excelente persona que me propuso casamiento con radicación en la Provincia de
San Luis” ¿Y cuál es la noticia que te apena?” – le dijimos al unísono. “Que
debo dejarlos” Esthercita lo fundamental es tu destino familiar – le contestó
mi esposa - Tenemos un grato recuerdo
tuyo, por la limpieza no te preocupes. Mi esposo un recién jubilado, si no se
enoja, haría un curso acelerado para conducir esta ruidosa aspiradora…
“Los Profesionales que cuidan mi
salud” Son las Dras. Marta Bidone,
Mariela Barbieri y los Dres. Horacio Blanco, Néstor Burgos y Miguel A.
Hadid. Cuando nos comienzan a llamar
“Abu” e intentan cedernos el asiento en el transporte público, advierten que
tenemos los años expresados en los documentos.
Hay un propósito oculto de querer detener el paso del tiempo y uno
comienza por: caminar, asistir a un gimnasio, tomar los dos litros de agua por
día, a incorporar conocimientos de computación, a no mostrarse tan sorprendidos
con los cambios sociales y tecnológicos y a controlar su salud a través de las
revisaciones periódicas. Allí aparecen
ellos con sus sentencias: “Es propio de la edad”, “Debe controlarse el
colesterol, evite las sustancias grasas”, “Cuidado con la glucemia, deberá
consumir un edulcorante”, “Con esta prótesis dental, su alimentación será
normal, “No debe aumentar de peso a fin de evitar la artrosis”, “Hay que
mantener activo el cerebro, lea, escriba, hable, de esa forma se aleja el
riesgo del Alzheimer”, “Le sugiero realizar las siguientes prácticas de
laboratorio” A todos los que me protegen
los siento como aliados a mi deseo de envejecer en plenitud. Ahora que existe la posibilidad de llegar a
ser centenario teniendo: la gracia de una sana herencia genética, el cuidado de
la salud y los avances de la ciencia médica.
¿Cómo me puedo enojar con ellos, cuando sus secretarias me asignan un
turno para dentro de un mes?...
La Señora “Pochi”: Mi esposa
desde siempre y madre de nuestros hijos Pablo y Sylvia. Una historia de amor, con la chica más
atractiva de la zona, que comenzó en nuestra adolescencia y a través de los
años de convivencia se transformó en un modelo de matrimonio de entonces:
“irrompible”. Ella es un ejemplo de
persona sensible por el dolor ajeno, no en la declamación sino en su
participación activa en los hechos. En la
vida cotidiana es muy estricta con el orden y la limpieza. Tiene un programa semanal de comidas para el
almuerzo y la cena. Desde que me jubilé soy su remisero oficial, como
acompañante del rodado actúa como si fuera un GPS, indicando el camino adecuado
que generalmente coincide con calzadas empedradas y con baches. Su elección se basa en no reiterar rutinas, y
tomar calles con una frondosa vegetación y casas con diseños atrayentes. De vez en cuando me recrimina mi falta de
interés en enseñarle a conducir el automotor.
Nunca me podría enojar con ella, a pesar de su sensible olfato que le
permite a distancia determinar: si debo cambiarme la ropa en uso, de donde
vengo o si he pisado algo maloliente producido por un perro. Si al leer la presente, ella no deja de
hablarme por dos o tres días, me agradaría seguir con estas historias
relacionadas con los factores que limitan un enojo pasajero con los que me
rodean…
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