La ciudad ultrajada
Nacido en Italia, Giuseppe Ananía emigró con su
madre a la Argentina siendo apenas un niño, y, cuando más adelante se
convirtió en poeta, adoptaría el nombre de José Portogalo. En 1935 se
publicó su libro de poemas Tumulto, que obtuvo un premio municipal que
le valió el reconocimiento de los poetas sociales que venían desde el
grupo Boedo y una implacable persecución del intendente conservador.
Entonces Portogalo debió abandonar la ciudad de Buenos Aires por haber
perdido la ciudadanía, acusado de “ultraje al pudor”. La editorial
Serapis, de Rosario, vuelve a publicar la edición original de la
anarquista Imán, incluyendo las ilustraciones del dibujante y muralista
Demetrio Urruchúa.
Por Guillermo Saccomanno
Al
comienzo, la biografía de Giuseppe Ananía puede parecer un relato de
Roberto Arlt. Transcurre 1909. Dos pibes se la rebuscan en la calle. El
mayor, Carlos Muñoz del Solar, tiene doce. Y el menor, Giuseppe, ahora
José, apenas cinco. Mientras Carlos abre una valija, extrae una
serpiente, juega con ella y convoca a los paseantes con unas oraciones
cabalísticas, José trabaja de lustrabotas. La serpiente es un anzuelo
para que Carlos, en un rato, empiece a ofrecer toda clase de chucherías y
baratijas y José aproveche para embetunar zapatos y botines. Con el
tiempo, los dos pibes cumplirán el sueño de ser poetas y adoptarán otros
nombres: Carlos se hará llamar Carlos de la Púa. Giuseppe adoptará el
apellido de su padrastro, un vendedor de pescado, y será conocido como
José Portogalo. Venido de Calabria con su madre a los cuatro, Giuseppe
la acompañó en busca de su padre, que había viajado antes para hacer la
América. Cuando ubicó a su marido, la mujer lo encontró aquerenciado en
un nuevo matrimonio y con familia. Madre e hijo se instalaron en La
Boca. La indigencia no le impidió abrirse paso. Y tampoco a Giuseppe. No
sólo de lustrabotas iba a trabajar. Pintor de paredes, canillita, más
tarde bailarín profesional de tango. Como poeta no tardará en vincularse
con el grupo Boedo, fundado por Elías Castelnuovo, Nicolás Olivari,
Leónidas Barletta, los hermanos Raúl y Enrique González Tuñón y Roberto
Mariani entre otros. Los títulos del grupo son elocuentes: Camas desde
un peso, La calle del agujero en la media, Larvas, Eche veinte centavos
en la ranura, a los que bien pueden sumarse los clásicos de Arlt.
Agrupados en torno de la editorial Claridad, los narradores y poetas de
Boedo confiaban que el arte no era gratuito, que la literatura tenía un
sentido, que la imagen poética cumplía una función. Se trataba de
transformar la realidad, cambiar el mundo, disponer el talento personal
al servicio de la revolución que unos años antes había erigido a Rusia
en paradigma de justicia social. Tumulto, con ilustraciones de Demetrio
Urruchúa (antecedente del grupo Espartaco), publicado por la editorial
Imán en 1935, es la obra clave de Portogalo, la que lo convertirá en un
poeta maldito, condenado por la Justicia, arrojado al exilio. Su hijo,
el también escritor y periodista Pablo Ananía, supo explicarlo: “No era
Portogalo el que hablaba en Tumulto sino su propia época”. Y ésta era la
del ’30, la Infame.
Desde el vamos, Portogalo define su tono: “En la boca una voz amarga
y en las manos esa angustia tremenda del jornal inseguro”. Unos versos
más abajo, escribe: “Y no sabes, no sabes que el libro abrió un boquete,
/como un hondazo en el medio del cielo en una estrella”. Portogalo se
define: “Amo a los pobres diablos que son de mi sangre”. Según sus
propios términos, la escritura poética es un acto reivindicativo: “Le
arranqué los tornillos a mi angustia”, confiesa.
Tumulto. José Portogalo Ilustraciones de Demetrio Urruchúa. Serapis 126 páginas
Narrativo, político, blasfemo y con una sensualidad intolerable para
la pacatería de la época, Portogalo, lector de Almafuerte y Carriego,
fija en sus poemas sus antecedentes: Walt Whitman, Carl Sandburg,
Langston Hughes. Uno de sus temas: “Hoy/ un albañil/ se rompió la crisma
desde un séptimo piso contra el asfalto aceitoso/ y regado por un sol
de mala muerte”. Otro tema: “¿Quién sostiene los pezones de las lindas
dactilógrafas tuberculosas, que ganan 60$ mensuales, visten como
‘mantenidas’ y sueñan con un viaje a Hollywood?”. Su poesía no hace
concesiones: “Me trepan los insultos mareas numerosas /como trepan los
hijos al cariño del hombre”, declara en el poema que titula el libro.
Escribe contra “sacerdotes, artistas, profesores, poetas, / los que en
nombre del pueblo se erigen en vigías, / ¡esos hijos de puta con
almuerzo y cena!”. Y también, a la par, un erotismo frenético: “¡Qué
lindo sería poseer a las muchachas sobre la tierra/ y ensuciarles la
boca con zumo de pasto y las mejillas con zumo de pétalos!”. Y si
cuadra, el poeta interpela a la cristiandad, al mismísimo Jesús: “No
queremos tus frases hechas. Yo que vengo de abajo/ y que anduve entre
obreros con hambre y manos sucias, /que sé lo que es el mundo, este
mundo de mierda, te lo digo derecho: Tus palabras son putas”. Y como no
puede ser de otro modo, ahí está la resonancia épica de la insurrección
proletaria armada: “Poema del dedo en el gatillo” no está lejos de “La
luna con gatillo”. Es que no están lejos ni los fusilamientos de la
Patagonia ni la masacre de la Semana Trágica. “De algún charco de sangre
extraigo esta vena lúcida”, escribe Portogalo. De aquí en más el
gatillo será un significante obligado de mucha poesía de izquierda hasta
alcanzar los ’70.
César Tiempo, respaldado por Horacio Rega Molina, consigue que se le
otorgue, en 1935, el Premio Municipal de Poesía. Cuando la noticia se
publica y el libro llega al escritorio del intendente Mariano de Vedia y
Mitre, quien tenía alguna inclinación plumífera, anula el premio,
inhibe su importe y secuestra la edición acusando al autor de ultraje al
pudor, por la cual perdió su carta de ciudadanía. Portogalo debió
abandonar su barrio de entonces, Villa Ortúzar, marchó a Córdoba y
después pasó un tiempo en Rosario. Tuvo que exiliarse en Uruguay. Cuando
años más tarde pudo retornar a Buenos Aires, se empleó en Clarín. Pero
como consecuencia de un viaje a China, donde habían viajado sus amigos
González Tuñón y Juanele Ortiz, fue despedido. Cuando murió, en 1973,
dejó una vasta producción poética. Tregua, Centinela de sangre, Canción
para el día sin miedo, Perduración de la fábula, Tango, Los pájaros
ciegos, son sólo algunos. Citando a Enrique Banchs, Portogalo coincidía
en que “Un alma de hombre humilde tiene más de una Ilíada”. Y en tren de
polémica literaria, en “Poema escrito en el puño de mi camisa”, anotó:
“Jorge Luis Borges cantó las orillas de Villa Ortúzar/ pero no vio el
incendio del centro de Villa Ortúzar”.
Párrafo aparte, cabe meditar en la chicana a Borges. Con frecuencia
la crítica literaria trató de trivializar el antagonismo entre los dos
grupos literarios de entonces, Boedo y Florida. A pesar de la rivalidad,
muchos se encontraron trabajando juntos en el amarillista Crítica. Los
límites, se ha dicho, tenían su elasticidad. Hay ejemplos. Arlt, amigo
de Güiraldes, quien le propone reemplazar el título La vida puerca por
El juguete rabioso. González Tuñón, por más progres que fueran sus
ideas, en lo formal sobrevuela a sus compañeros de grupo. Borges, por su
lado, opera la reivindicación del malevo, el tango y la lírica barrial
en Carriego. Aunque Boedo ponía el acento en el contenidismo y Florida
subrayaba la reivindicación hedonista del gusto y se combatían unos a
otros a través de epitafios, la sangre nunca llegó al río. La tinta,
menos. Sin embargo, al consultar el monumental Borges de Bioy Casares se
advierte que las intrigas se sucedieron en tiempo y espacio. Ahora, al
recuperarse la poesía de Portogalo, se impone reflexionar si el
antagonismo fue tan boutade como se cree, si las tensiones que Tumulto
denuncia, los reclamos que esos versos crispan, leídos a la luz de
nuestros días, no cobran una vigencia inusitada que más de un poeta
joven levanta tal vez sin haberlo leído. “Fascismo. Corporativismo.
Proteccionismo. / He aquí las máscaras del capitalismo que huele como un
cadáver”, escribía Portogalo. De pronto, una ráfaga de saludable viento
puro: “Nada de ‘frases hechas’, amigos, estamos en la calle”. Y la
calle, cabría acotar, tiene dos veredas. Que el lector elija cuál
caminar
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