La gente que es brutal cuando se
ensaña, / la gente que es feroz cuando hace mal, / buscó para hacer títeres en
su guignol/ la imagen de tu amor y mi esperanza
“Infamia” (1939) Tango de
Enrique Santos Discèpolo
En
ocasión de la implementación de la tarjeta SUBE como medio de pago para viajar
en el transporte público, entre varios cuestionamientos surgió la sospecha que
por ese sistema se podría reconocer los movimientos de cada uno de los
pasajeros. La desmentida oficial
precisaba que el objetivo era evaluar la subvención a otorgar acorde a normas
que identificaran la situación
socioeconómica de los usuarios y a los servicios prestados por las empresas de
transporte. Para incrementar las dudas
acerca de la reserva de las cuestiones personales, unos días después un
funcionario público manifestaba que la AFIP conoce los ingresos y los egresos
de cada habitante de nuestro país.
Estos
acontecimientos dieron lugar a discutir hasta que punto se debe preservar el
secreto de los datos privados de cada individuo. En ciertas
situaciones resulta ineludible evitar el sentimiento de avasallamiento a
lo personal o una intromisión a la intimidad.
Se manifiesta un estado mental de ser vulnerado en principio por una
cuestión impuesta y además de una indefensión ante el poder de control de los
agentes fiscalizadores. Los registros
ante las declaraciones solicitadas en cada negociación y los sistemas
computarizados han posibilitado que se identifiquen las transacciones
comerciales de cada ciudadano. Hasta por
el contenido de los mensajes de las redes sociales logran establecer los gustos
e intenciones del comportamiento de la población.
En
su nota “Un estallido de información” en el “The New York Times” (Pág. 1 y 5
del 18/01/12), Steve Lohr nos dice: “No se trata sólo de que hay más torrentes
de datos, sino de que son totalmente nuevos.
Por ejemplo, ahora hay
innumerables sensores digitales en el mundo entero instalados en equipos
industriales, autos, medidores eléctricos, y contenedores. Pueden medir y comunicar la ubicación, el
movimiento, la vibración, la temperatura, la humedad y hasta los cambios
químicos en el aire”. A su vez en el
mismo medio (Pág. 5 del 11/01/12) en el análisis “Una posición sobre la
privacidad” Somini Sengupta expresa:
“Todos los países europeos tienen una ley sobre privacidad al igual que
Canadá, Australia y numerosos países latinoamericanos, EE.UU. continúa
resistiéndose. Tienen leyes que protegen las historias clínicas médicas y la
información financiera, e incluso una que mantienen en privado que películas
alquila una persona. Pero no hay ninguna ley en detalle sobre el control y el
uso de los datos online. En la India, la
noción de privacidad resulta extraña. Un
tendero podría llegar a preguntar con toda informalidad a una mujer sin hijos
si tiene problemas ginecológicos; las notas escolares se colocan en paredes
públicas; muchas personas viven aún con otros familiares y literalmente
deambulan de un dormitorio a otro. La
mayoría de la gente podría quizá no tener mucho que ocultar. Para algunos, en cambio, no compartir
información personal puede llegar a ser vital” La otra amenaza de exponer
nuestros datos particulares en los sistemas
computarizados lo constituyen los hackers, los ladrones digitales, que
cuentan con las técnicas para apropiarse de los mismos y transformarlos en un
fraude.
En
la vida real, con el modelo que promueven algunos medios de comunicación,
ciertas personas no tienen reparos en comentar a viva voz episodios de su vida
privada o de familiares que atento a la gravedad de la cuestión merecerían
mantenerlos en reservas. Así exponen problemas íntimos, acusaciones, o
involucran a instituciones, funcionarios. etc.
En ocasiones estas manifestaciones, reales o imaginarias, son dramatizadas
con tonos querellantes. Hay situaciones
donde resulta imprescindible evidenciar la verdad, tal como el caso de los
hechos ocultos con contenido humanitario.
Estos sucesos o similares se presentan ante: violaciones, maltrato
familiar, acoso sexual, testimonios judiciales, infracciones legales, entre
otras causas.
El
cuento “Al abrigo” de Juan José Saer (1937 – 2005), según Ricardo Piglia uno de
los mejores escritores argentinos, me remite a la conducta hermética de algunas
personas del pasado, se los narro en forma sintética: “Un comerciante de
muebles que acababa de comprar un sillón de segunda mano descubrió una vez que
en un hueco del respaldo una de sus antiguas propietarias había ocultado su
diario íntimo” “El diario revelaba, día
a día, los problemas sentimentales de su autora y el mueblero, que era un
hombre inteligente y discreto, comprendió enseguida que la mujer había vivido
disimulando su verdadera personalidad y que por un azar inconcebible, él la
conocía mucho mejor que las personas que habían vivido junto a ella y que
aparecían en el diario” “El mueblero en
su casa, por ejemplo, en el altillo, en una caja de lata disimulada entre
revistas viejas y trastos inútiles, guardaba un rollo de billetes, que iba
engrosando de tanto en tanto, y cuya existencia hasta su mujer y sus hijos
desconocían; el mueblero no podía decir de un modo preciso con que objeto
guardaba esos billetes que se carcomían en el desván” “El mueblero fue asaltado por otro recuerdo:
buscando un sacapuntas en la pieza de su hijo mayor, había encontrado por
casualidad una serie de fotos pornográficas que su hijo escondía en el cajón de
la cómoda. El mueblero las había vuelto
a dejar rápidamente en su lugar, menos por pudor que por el temor de que su
hijo pensase que él tenia la costumbre de hurgar en sus cosas” “Durante la cena, el mueblero se puso a
observar a su esposa: por primera vez después de treinta años le venía a la
cabeza la idea de que también ella debía guardar algo oculto, algo tan propio y
tan profundamente hundido que, aunque ella misma lo quisiese, ni siquiera la
tortura podría hacérselo confesar. El
mueblero sintió una especie de vértigo.
No era el miedo banal a ser traicionado o estafado lo que le hacía dar
vueltas en la cabeza como un vino sube, sino la certidumbre de que justo cuando
estaba en el umbral de la vejez, iba tal vez a verse obligado a modificar las
nociones más elementales que constituían su vida. O lo que él había llamado su vida: porque su
vida, su verdadera vida, según su nueva intuición, transcurría en alguna parte,
en lo negro, al abrigo de los acontecimientos, y parecía más inalcanzable que
el arrabal del Universo”
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