—
¡Gracias! ¡Gracias! Sírvase. ¡Gracias!, ¿Como no?, sírvase, ¡Gracias!, y así
hasta agotar el cupo de diarios de distribución gratuita. Después, Carlos descansa
sentado en un umbral cercano a una de
sus habituales paradas. Ese día había elegido la esquina de Federico Lacroze y
Corrientes.
“Mañana
a empezar de nuevo”. Recoger los diarios
en Congreso de
Tucumán, repartirlos y esperar que alguno te
tire unas monedas…”.
—Carlos…
— una voz lo sacó de sus pensamientos.
—Que
hacés Mateo, ¿en qué andás?
—Viviendo;
¿Vos siempre parás acá?—
—Puede.
¿Qué necesitás?—
—
¿Sabés que encontré esta billetera en Carlos Pellegrini? tiene unos papeles y
en la tarjeta de
identificación dice que el dueño vive en la Calle Céspedes que queda por acá
cerca. Si querés se la alcanzás.
—
¿Y qué más tiene adentro?—
—Un
carnet de una obra social. Una tarjeta de débito y unos papeles
con anotaciones.
—
¿Y guita nada? —preguntó Carlos esperanzado.
—Ni
un mango, parece que alguien la encontró antes que yo y la volvió a tirar.
—
¿Dónde estaba?
—En
un tacho de basura. Viste que yo los reviso buscando envases de aluminio
para venderlos.
—Bueno,
mañana reparto los diarios y después le llevo la billetera a este tipo.
“Lo voy a llamar
antes de ir”- pensó Carlos por la noche-. “No vaya a ser que me llegue hasta su
casa y el chabón no esté”.
—
¿Sr. Benítez?
—Si,
¿Quién habla?
—Mi
nombre es Carlos, señor. ¿Usted perdió una billetera con un carnet de Cobermed, una tarjeta de crédito del banco de
Galicia y unos papeles con anotaciones en birome?
—Si,
no se si la perdí o me la robaron en el subte.
—La
billetera la encontré yo—mintió Carlos.
—
¿Y donde la encontró?
—En
un tacho de basura de la Estación Carlos
Pellegrini.
—
¿No tenía nada más adentro?
—Nada
más .Solamente lo que le dije.
—
¿Y a usted dónde lo puedo ubicar?
—Yo
reparto diarios gratis generalmente en Corrientes y Federico Lacroze, a veces
en otros lados, de nueve y media a diez de la mañana aproximadamente, si quiere
lo espero mañana en Lacroze...
—
A esa hora me resulta imposible yo estoy en mi trabajo. ¿Y luego puede ser?...
—Si
usted quiere yo se la puede alcanzar
hoy. No tengo ningún inconveniente en acercarme hasta su domicilio, ya que en
estos momentos estoy sin trabajo…— se encargó de aclarar Carlos
—Me
haría un gran favor. ¿A que hora le queda cómodo?
—
¿Le parece bien a las cuatro?
—Me
parece perfecto. Hasta las seis me encuentra en la dirección donde figura este
número de teléfono.
— ¿En
la calle Céspedes 3521, es cerca de Chacarita verdad?
—Así
es, queda a nueve cuadras de la estación del subte. ¿Entonces nos vemos acá a las cuatro? Hasta luego….
—Hasta
luego Señor— se despidió Carlos.
Antonio
Benítez luego de cortar se quedó pensando si su decisión fue correcta o no. “¿Y
si el tipo es un malandra y fue el que afanó la billetera y viene a chorearme
acá en la empresa?”. Decidió consultarlo con su jefe de turno.
—
¡No te hagas la novela!—le contestó este, — más aún, cuando venga recibilo en recepción y decile a Rolando-refiriédonde al encargado de
seguridad- que discretamente se quede detrás de la puerta.
—Gracias hermano y
perdoná el quilombo en que te metí.
—Ningún quilombo,
no te hagas drama.
A
las cuatro y diez de la tarde suena el timbre y una persona modesta pero
pulcramente vestida pregunta al agente de seguridad de la firma por el señor
Antonio Benítez.
—
¿Quién lo quiere ver?, — indaga éste con autoridad.
—Dígale
de parte de Carlos, el Sr. Benítez me espera.
—Un
segundo por favor…
—Adelante
Carlos— saliendo de una puerta lateral saluda, Antonio con la mano extendida
—tome asiento por favor. Gracias Rolando, — despidió al mismo tiempo
discretamente al custodio.
—Bueno
Sr. Benítez, acá está su billetera con todo el contenido con que la encontré.Seguramente algunos de los
papeles le deben ser útiles.
—Sí;
si bien a la tarjeta de crédito ya le dí de baja, la credencial de la medicina
prepaga me resulta necesaria por cualquier emergencia y las anotaciones hechas a
mano me son de mucha utilidad. ¿Así, Carlos que la encontró en la estación
Carlos Pelegrini?
—Así
es, como le dije en estos momentos me encuentro desocupado y cuando termino de
repartir los diarios gratuitos, voy buscando en los tachos de basura envases de
gaseosas de aluminio para luego venderlos y hacerme de unos pesos.
—Es
raro porque yo me bajé en Callao…
—Si,
evidentemente se la robaron, le
sacaron la plata y la dejaron en el
tacho de basura, o bien se le cayó del bolsillo, yo no quiero acusar a nadie en vano.
—No,
yo soy muy cuidadoso y es muy raro que se me haya caído...
—Bueno
nunca sabremos la verdad, a mi me robaron en una oportunidad y puedo asegurarle
que en ningún momento me sentí empujado ni presionado por la gente…
—Es
que son muy hábiles—acordó Antonio, levantándose de la silla, dando a entender
que la entrevista concluía. —No lo tome a mal Carlos pero entiendo que su
molestia de llegarse hasta aquí, amerita que yo lo recompense de alguna manera;
como no sé sus gustos, le ruego acepte estos pesos, que no son muchos pero así
usted se compra lo que más le haga falta.
—Muchas
gracias, Sr. Benítez se los recibo porque como le dije estoy sin trabajo…
—El
agradecido soy yo Carlos, Buenas tardes.
—
Hola Carlos… ¿Cómo te fue el otro
día?—Pregunta Mateo.
—Bien,
el tipo me tiró cuarenta pesos.
—Bueno
me alegro; si querés llévale esta cartera que encontré; a su dueña. Creo que
vive por Saavedra, por lo que leí en la agenda—sugirió sacando de un bolso una
hermosa cartera de mujer.
—
¿No tenía nada más?
—Nada
más que la agenda, una polvera y lápices de labios…
—De
guita, ¿Nada?
—Nada…
“Que
mala leche”, pensó Carlos—Bueno cuando se me acaben los diarios voy para allá.
Freire 4751. Carlos toca el timbre y pregunta
por la Sra. Florencia Amato
—Soy
yo, ¿qué necesita?
—Sra.
Vengo a devolverle esta cartera que encontré en el subte
—
¡Qué suerte!, hace dos días que la perdí
al cerrarse las puertas del vagón. Volví de la próxima estación y ya no
estaba. ¡Y es un regalo de mi hija!, ¡que contenta estoy!, gracias señor.
¿Cuánto le debo por su molestia?
—Nada…nad…Sra.
—titubeó Carlos.
—
¡No señor usted no se va sin llevase una gentileza, no sabe el favor que me
hizo, amo esta cartera!—dijo la señora
al mismo tiempo que entraba en su casa y salía rápidamente con un billete de cincuenta
pesos.
—Gracias
señora., pero no hacía falta— mintió Carlos.
Durante
el regreso se quedó pensando si Mateo había encontrado la cartera de
Florencia dentro de un tacho de basura o
bien tuvo la fortuna de estar en el andén
cuando se cerraron las puertas del vagón.
Al
poco tiempo se olvidó del tema.
—
¡¿Qué hacemos Carlos?!—Saludó Mateo,
sorprendiendo con un amistoso golpe en la espalda a su amigo.
—Siempre
en la misma, otra no queda —
—Sabés
que hoy encontré en un tacho un monedero de mujer, con un carnet de natación
del club Almagro y una medalla de la virgen desata nudos.
—
¡¿De oro?!—preguntó esperanzado Carlos.
—No,
¡qué mierda que va a ser de oro!.., son de esas que se venden en las santerías.
—Pero
esas no valen un carajo—
—Tal
vez a la mina le importe el carné o las dos cosas, yo te dejo el monedero, vos
si querés se lo llevás.
—Veo…—
contestó Carlos sin mucho entusiasmo.
Al
terminar de repartir los diarios, abrió el monedero y comprobó que en el carnet
de natación figuraban los horarios de uso de la pileta. Ángela dueña del
monedero en cuestión, estaría entrando en esos momentos a tomar sus clases de
dos horas de natación. “Ma sí, me tomo el subte hasta Medrano y se lo alcanzo,
por ahí ligo unos mangos” determinó Carlos mientras saludaba al encargado de la
boletería de la estación del subte, el que hizo la vista gorda, cuando Carlos entró al
andén por el lado de la salida.
Mientras viajaba pensaba Carlos, en
la mala suerte de su amigo Mateo, el que siempre encontraba billeteras,
monederos, carteras; todos elementos, sin ningún dinero en su interior. “Se le
deben adelantar “concluyó su pensamiento.
Al llegar al club, el portero le
preguntó de manera cordial:
—
¿Necesita algo señor…?
—Estoy
buscando a la Señorita Ángela Caputo.
—Su
nombre señor…
—Carlos
Medina, de todas maneras ella no me conoce, venia a entregarle algo que perdió.
—Un
segundo que le pregunto al profesor.
Al
cabo de unos minutos de espera Carlos ve aparecer a un joven rubia secándose la
cabellera con un toallón.
—
¿Sr…?—
—Señorita
Caputo; mi nombre es Carlos Medina y
venia a devolverle un monedero que encontré en un cesto de basura de la
Estación Malabia.
—
¿Y cómo lo encontró usted en se lugar?
—Es
que como estoy desocupado, todas las tardes recorro lo cestos de basura
buscando algo que se pueda vender, como
latas de aluminio y tapas de gaseosas para ayudar al Hospital Garrahan—agregó
Carlos unas líneas a su libreto habitual.
—Le
agradezco mucho, — dijo la rubia abriendo el monedero, — la medalla de la
Virgen Desata nudos hace mucho que me acompaña y lamenté mucho perderla. ¿No
había nada más verdad?
—No
cuando yo lo encontré, señorita. Que tenga buenos días se despidió Carlos.
—No,
espere un segundo—lo frenó la rubia y sacó de un armario un
billete de veinte
pesos.
—No se ofenda y tómelo como una recompensa a
su molestia.
—Gracias Ángela y que tenga buen día.
—Gracias
a usted.
Carlos
mientras caminaba de regreso hacia la estación protestaba en voz baja en principio por la poca “rentabilidad de ese
trámite” y después, con buen criterio, por lo colmados que vendrían a esa hora –era
cerca del mediodía- los vagones del subte. No se equivocó. La primera formación
llegó
abarrotada de pasajeros, a tal punto que decidió no subir. “Es increíble la forma en que se viaja
pero bueno, al pobre tipo que tiene que cumplir con un horario no le queda
otra”…, sus pensamientos quedaron interrumpidos cuando vio a su amigo Mateo
tomar de la cintura, ayudando a subir a un joven, último pasajero que el
reducido espacio vacío del vagón permitía. Estuvo a punto de llamarlo. Se
contuvo cuando vio que la mano de Mateo, bajaba sutil, rápidamente y de manera
impercepcectible de la cintura hacia el bolsillo posterior del pantalón del muchacho.
Él vagón cerró sus puertas.
Carlos
dejó pasar dos subtes antes de regresar a Chacarita…
—
¿Cómo estás Carlos?
—En
la de siempre. ¿Y vos?
—También….Ayer
encontré un D.N.I y una billetera.
—Sin
guita...—dijo casi aseverando Carlos.
—Y
si, como siempre. Solamente había un carnet de Boca y una credencial de la
Comisión Directiva. Si querés llevarlos es cerca de acá en Olleros. —Sugirió
Mateo.
—Veo,
cuando se me acaben los diarios.
—Dale.
Nos vemos.
—Chau…
El
“trámite” de la calle Olleros le significó a Carlos una rentabilidad de cien
pesos y una platea alta para el partido Boca- San Lorenzo a disputarse el
domingo siguiente en la “Bombonera”.
La tácita “sociedad” sin estatutos, reglamentos, inscripciones ni
normativas entre Carlos y Mateo duró varios años.
Hace
mucho tiempo que a éste último no se lo
ve frecuentar por la zona de Chacarita…
Rodolfo “Rolo” Simó
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