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martes, 9 de noviembre de 2010

EL PIBE CHACARITA

MI MAMÁ ME MIMA

Yo viví desorientado,/ yo soñé no se que mundo,/ yo me hundí en el mar profundo/ con delirante afán de loca juventud...
Madre (1922) Tango de Verminio Servetto y Francisco Pracánico.

En aquellos lejanos tiempos el curso de la vida se deslizaba por una serie de acontecimientos “mágicamente” programados. Como en una obra teatral los sucesivos actos, originaban el argumento de la existencia de un ser humano. Dado que se encadenaban con una lógica determinada la gente se adhería sin cuestionar y, adoptaba decisiones según sus gustos e intereses particulares. Al respecto el filósofo y matemático inglés Bertrand Russell (1872-1970) expresaba: “Una existencia humana individual debería ser como un río pequeño al comienzo, contenido por sus riberas, fluyendo apasionadamente a través de rocas y cascadas. Gradualmente el río se ensancha, las riberas desaparecen, las aguas fluyen más tranquilamente y, finalmente, sin ninguna división posible, se vuelve parte del mar, y sin dolor pierde su individualidad”
Superada la etapa de los juegos de la niñez, en la época que aún no existía el Jardín de Infantes, comenzaba en la escuela primaria el aprendizaje del conocimiento a partir de un básico palote. Pero en lo humano, era la primera separación familiar y la adopción de una norma inédita: obedecer a unas personas que no eran nuestros padres. Las otras estaciones siguientes eran: el pantalón largo, la llave de la puerta de casa, el secundario o la primera experiencia laboral, el corte y confección, la lección de piano, taquidactilografía, el ingreso al café, la primera cita amorosa, el servicio militar, el noviazgo, el compromiso, el casamiento, la casa propia, nuestro primer hijo y tantos otros capítulos más...
En la actualidad resulta dificultoso que los jóvenes puedan recorrer este itinerario, tienen obstáculos generados por los cambios socioeconómicos producidos. Uno de ellos se refiere al período de la adolescencia. En la generación de nuestros mayores, ese fenómeno de la juventud, era casi imperceptible. Los jóvenes en su mayoría comenzaban a trabajar después de su paso por la escuela primaria y las muchachas se casaban apenas cumplían los catorce años. Por ello, algunos autores se refieren al tiempo siguiente, como el “invento del adolescente”
Cuando nuestros padres advirtieron que los cargos superiores en las empresas eran ocupados por individuos con una formación de excelencia, comenzaron a estimularnos para profundizar nuestros estudios. Este lapso prolongó la dependencia económica de los jóvenes con sus progenitores, dando lugar a una forma notable de la adolescencia. Esa época, que abarca las décadas del cuarenta al sesenta del siglo pasado, se la reconoce como aquella donde los hijos superaron la escala social de sus padres. El tiempo de “Mi hijo el Doctor”...
Llegando a nuestros días según mi juicio la automación, o sea el reemplazo de la máquina por el aporte manual e intelectual del Hombre, ha generado un terrible problema: la desocupación. También la globalización y el trabajo informal han colaborado para precarizar el empleo genuino. Los jóvenes han sentido el impacto de la falta de oportunidades y ya, no logran alcanzar los niveles de solvencia de sus padres. Ahora hasta dependen de ellos, dando lugar a una prolongación de la adolescencia a muchachos de treinta años. Se discute si ellos: se niegan a abandonar su hogar materno, a prolongar deliberadamente sus estudios, son renuentes a buscar un ocupación laboral o asumir un compromiso matrimonial, etc. Ha quedado atrás lo del “nido vacío”, algunos jóvenes han optado por no emanciparse y prolongar su permanencia en el hogar materno.
Hay padres que no los soportan. En Italia se creó una ley impositiva para estimular a los jóvenes que asuman sus responsabilidades lejos de sus hogares. También se había propuesto que la edad tope de la independencia de los progenitores sea a los dieciocho años, no lo aprobaron. Se estima que un setenta porciento de los adolescentes mayores italianos están en esa situación, los llaman “grandulones”. Un Juzgado de Roma dictaminó que no existe una edad precisa para el sustento que un padre deba proporcionarle a un hijo. En la Argentina un juez determinó que, un padre jubilado debe sostener económicamente a su hija universitaria hasta que finalice sus estudios o hasta los veintidós años de edad.
En España viven con sus padres un setenta y dos porciento de los jóvenes maduros con posibilidad de vida autónoma, en Inglaterra el veintiocho, en Irlanda el sesenta y uno, en Suecia el dieciocho. Por casa aún no está determinado, se estima que ronda el valor de los europeos. Apreciamos a muchos de estos “adolescentes tardíos”, haciendo tareas que están por debajo de su formación profesional. Un tanto desalentados se alejan de la cultura del trabajo y pasan sus horas con: los mensajecitos del celular, el correo electrónico de la “compu”, el ocio del “ciber”, el “dolce far niente” y algunas adiciones riesgosas.
El fenómeno de vivir con los padres está focalizado en una clase de suficiente poder económico, dado que además de la “hotelería y gastronomía” hay que brindarles a los hijos dependientes un sustento para sus necesidades básicas. En esta situación nadie esta conforme y llena de culpas o reproches a todos los protagonistas de este enredo socioeconómico. Y los “veteranos” de apenas treinta años sienten que nadie, les puede brindar un estilo de vida tan confortable como el de su propio hogar materno. Quién puede olvidar los desvelos de mamá para: cubrirnos con una frazada en esas frías noches de invierno, el desayuno servido en la cama, la ceremonia del almuerzo de los domingos...
Ellos deberían comprometerse a brindar un apoyo incondicional a sus progenitores, cuando ya mayores necesiten ayuda para transitar por la ancianidad. De cumplirse esta ecuación moral se terminarían las recriminaciones, por causas que ninguno de sus actores familiares las creó...





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