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viernes, 22 de junio de 2012

Un cuento de Rolo Simo "Socios"


                                        

— ¡Gracias! ¡Gracias! Sírvase. ¡Gracias!, ¿Como no?, sírvase, ¡Gracias!, y así hasta agotar el cupo de diarios de distribución gratuita. Después, Carlos descansa sentado  en un umbral cercano a una de sus habituales paradas. Ese día había elegido la esquina de Federico Lacroze y Corrientes.
“Mañana a empezar de nuevo”. Recoger los  diarios en Congreso de
 Tucumán, repartirlos y esperar que alguno te tire unas monedas…”.

—Carlos… —  una voz lo sacó de sus pensamientos.
—Que hacés Mateo, ¿en qué andás?
—Viviendo; ¿Vos siempre parás acá?—
—Puede. ¿Qué necesitás?—
— ¿Sabés que encontré esta billetera en Carlos Pellegrini?  tiene unos papeles y
en la tarjeta de identificación dice que el dueño vive en la Calle Céspedes que queda por acá cerca. Si querés se la alcanzás.
— ¿Y qué más tiene adentro?—
—Un carnet de una obra social. Una tarjeta de débito y unos papeles
 con anotaciones.
— ¿Y guita nada? —preguntó Carlos esperanzado.
—Ni un mango, parece que alguien la encontró antes que yo y la volvió a tirar.
— ¿Dónde estaba?
—En un tacho de basura. Viste que yo los reviso buscando envases de aluminio
 para  venderlos.
—Bueno, mañana  reparto los diarios  y después le llevo la billetera a este tipo.
“Lo voy a llamar antes de ir”- pensó Carlos por la noche-. “No vaya a ser que me llegue hasta su casa y el chabón no esté”.
           

— ¿Sr. Benítez?
—Si, ¿Quién habla?
—Mi nombre es Carlos, señor. ¿Usted perdió una billetera con un carnet de  Cobermed, una tarjeta de crédito del banco de Galicia y unos papeles con anotaciones en birome?
—Si, no se si la perdí o me la robaron en el subte.
—La billetera la encontré yo—mintió Carlos.
— ¿Y donde la encontró?
—En un tacho de basura  de la Estación Carlos Pellegrini.
— ¿No tenía nada más adentro?
—Nada más .Solamente lo que le dije.
— ¿Y a usted dónde lo puedo ubicar?
—Yo reparto diarios gratis generalmente en Corrientes y Federico Lacroze, a veces en otros lados, de nueve y media a diez de la mañana aproximadamente, si quiere lo espero mañana en Lacroze...
— A esa hora me resulta imposible yo estoy en mi trabajo. ¿Y luego puede ser?...
—Si  usted quiere yo se la puede alcanzar hoy. No tengo ningún inconveniente en acercarme hasta su domicilio, ya que en estos momentos estoy sin trabajo…— se encargó de aclarar Carlos
—Me haría un gran favor. ¿A que hora le queda cómodo?
— ¿Le parece bien a las cuatro?
—Me parece perfecto. Hasta las seis me encuentra en la dirección donde figura este número de teléfono.
 — ¿En  la calle Céspedes 3521, es cerca de  Chacarita verdad?
—Así es, queda a nueve cuadras de la estación del subte. ¿Entonces nos vemos  acá a las cuatro?  Hasta luego….
—Hasta luego Señor— se despidió Carlos.
Antonio Benítez luego de cortar se quedó pensando si su decisión fue correcta o no. “¿Y si el tipo es un malandra y fue el que afanó la billetera y viene a chorearme acá en la empresa?”. Decidió consultarlo con su jefe de turno.
— ¡No te hagas la novela!—le contestó este, — más aún,  cuando venga recibilo en recepción y  decile a Rolando-refiriédonde al encargado de seguridad- que discretamente se quede detrás de la puerta.
—Gracias hermano y perdoná  el quilombo en que te metí.
—Ningún quilombo, no te hagas drama.


A las cuatro y diez de la tarde suena el timbre y una persona modesta pero pulcramente vestida pregunta al agente de seguridad de la firma por el señor Antonio Benítez.
— ¿Quién lo quiere ver?, — indaga éste con autoridad.
—Dígale de parte de Carlos, el Sr. Benítez me espera.
—Un segundo por favor…
—Adelante Carlos— saliendo de una puerta lateral saluda, Antonio con la mano extendida —tome asiento por favor. Gracias Rolando, — despidió al mismo tiempo discretamente al custodio.
—Bueno Sr. Benítez, acá está su billetera con todo el contenido con  que la encontré.Seguramente algunos de los papeles le deben ser útiles.
—Sí; si bien a la tarjeta de crédito ya le dí de baja, la credencial de la medicina prepaga me resulta necesaria por cualquier emergencia y las anotaciones hechas a mano me son de mucha utilidad. ¿Así, Carlos que la encontró en la estación Carlos Pelegrini?
—Así es, como le dije en estos momentos me encuentro desocupado y cuando termino de repartir los diarios gratuitos, voy buscando en los tachos de basura envases de gaseosas de aluminio para luego venderlos y hacerme de unos pesos.
—Es raro porque yo me bajé en Callao…
—Si, evidentemente se la robaron,  le sacaron  la plata y la dejaron en el tacho de basura, o bien se le cayó del bolsillo,  yo no quiero acusar a nadie en vano.
—No, yo soy muy cuidadoso y es muy raro que se me haya caído...
—Bueno nunca sabremos la verdad, a mi me robaron en una oportunidad y puedo asegurarle que en ningún momento me sentí empujado ni presionado por la gente…
—Es que son muy hábiles—acordó Antonio, levantándose de la silla, dando a entender que la entrevista concluía. —No lo tome a mal Carlos pero entiendo que su molestia de llegarse hasta aquí, amerita que yo lo recompense de alguna manera; como no sé sus gustos, le ruego acepte estos pesos, que no son muchos pero así usted se compra lo que más le haga falta.
—Muchas gracias, Sr. Benítez se los recibo porque como le dije estoy sin trabajo…
—El agradecido soy yo Carlos, Buenas tardes.


— Hola Carlos… ¿Cómo te fue  el otro día?—Pregunta Mateo.
—Bien, el tipo me  tiró cuarenta pesos.
—Bueno me alegro; si querés llévale esta cartera que encontré; a su dueña. Creo que vive por Saavedra, por lo que leí en la agenda—sugirió sacando de un bolso una hermosa cartera de mujer.
— ¿No tenía nada más?
—Nada más que la agenda, una polvera y lápices de labios…
—De guita, ¿Nada?
—Nada…
“Que mala leche”, pensó Carlos—Bueno cuando se me acaben los diarios voy para allá.

 Freire 4751. Carlos toca el timbre y pregunta por la Sra. Florencia Amato
—Soy yo, ¿qué necesita?
—Sra. Vengo a devolverle esta cartera que encontré en el subte
— ¡Qué suerte!, hace dos días que la perdí  al cerrarse las puertas del vagón. Volví de la próxima estación y ya no estaba. ¡Y es un regalo de mi hija!, ¡que contenta estoy!, gracias señor. ¿Cuánto le debo por su molestia?
—Nada…nad…Sra. —titubeó  Carlos.
— ¡No señor usted no se va sin llevase una gentileza, no sabe el favor que me hizo, amo  esta cartera!—dijo la señora al mismo tiempo que entraba en su casa y salía rápidamente con un billete de cincuenta pesos.
—Gracias señora., pero no hacía falta— mintió Carlos.
Durante el regreso se quedó pensando si Mateo había encontrado la cartera de Florencia  dentro de un tacho de basura o bien tuvo la fortuna de estar  en el andén cuando se cerraron las puertas del vagón.
Al poco tiempo se olvidó del tema.

— ¡¿Qué hacemos Carlos?!—Saludó  Mateo, sorprendiendo con un amistoso golpe en la espalda a su amigo.
—Siempre en la misma, otra no queda —
—Sabés que hoy encontré en un tacho un monedero de mujer, con un carnet de natación del club Almagro y una medalla de la virgen desata nudos.
— ¡¿De oro?!—preguntó esperanzado Carlos.
—No, ¡qué mierda que va a ser de oro!.., son de esas que se venden en las santerías.
—Pero esas no valen un carajo—
—Tal vez a la mina le importe el carné o las dos cosas, yo te dejo el monedero, vos si querés  se lo llevás.
—Veo…— contestó Carlos sin mucho entusiasmo.
Al terminar de repartir los diarios, abrió el monedero y comprobó que en el carnet de natación figuraban los horarios de uso de la pileta. Ángela dueña del monedero en cuestión, estaría entrando en esos momentos a tomar sus clases de dos horas de natación. “Ma sí, me tomo el subte hasta Medrano y se lo alcanzo, por ahí ligo unos mangos” determinó Carlos mientras saludaba al encargado de la boletería de la estación del subte, el que  hizo la vista gorda, cuando Carlos entró al andén por el lado de la salida.
            Mientras viajaba pensaba Carlos, en la mala suerte de su amigo Mateo, el que siempre encontraba billeteras, monederos, carteras; todos elementos, sin ningún dinero en su interior. “Se le deben adelantar “concluyó su pensamiento.
            Al llegar al club, el portero le preguntó de manera cordial:
— ¿Necesita algo señor…?
—Estoy buscando a la Señorita Ángela Caputo.
—Su nombre señor…
—Carlos Medina, de todas maneras ella no me conoce, venia a entregarle algo que perdió.
—Un segundo que le pregunto al profesor.
Al cabo de unos minutos de espera Carlos ve aparecer a un joven rubia secándose la cabellera con un toallón.
— ¿Sr…?—
—Señorita Caputo; mi nombre es Carlos  Medina y venia a devolverle un monedero que encontré en un cesto de basura de la Estación Malabia.
— ¿Y cómo lo encontró usted en se lugar?
—Es que como estoy desocupado, todas las tardes recorro lo cestos de basura buscando algo que se pueda vender,  como latas de aluminio y tapas de gaseosas para ayudar al Hospital Garrahan—agregó Carlos unas líneas a su libreto habitual.
—Le agradezco mucho, — dijo la rubia abriendo el monedero, — la medalla de la Virgen Desata nudos hace mucho que me acompaña y lamenté mucho perderla. ¿No había nada más verdad?
—No cuando yo lo encontré, señorita. Que tenga buenos días se despidió Carlos.
—No, espere un segundo—lo frenó la rubia y sacó de  un armario un
billete de veinte pesos.
 —No se ofenda y tómelo como una recompensa a su molestia.
—Gracias Ángela y que tenga buen día.
—Gracias a usted.
Carlos mientras caminaba de regreso hacia la estación protestaba en voz baja  en principio por la poca “rentabilidad de ese trámite” y después, con buen criterio, por lo colmados que vendrían a esa hora –era cerca del mediodía- los vagones del subte. No se equivocó. La primera formación  llegó  abarrotada de pasajeros, a tal punto que decidió no  subir. “Es increíble la forma en que se viaja pero bueno, al pobre tipo que tiene que cumplir con un horario no le queda otra”…, sus pensamientos quedaron interrumpidos cuando vio a su amigo Mateo tomar de la cintura, ayudando a subir a un joven, último pasajero que el reducido espacio vacío del vagón permitía. Estuvo a punto de llamarlo. Se contuvo cuando vio que la mano de Mateo, bajaba sutil, rápidamente y de manera impercepcectible de la cintura hacia el bolsillo posterior del pantalón del muchacho. Él vagón cerró sus puertas.
Carlos dejó pasar dos subtes antes de regresar a Chacarita…


— ¿Cómo estás Carlos?
—En la de siempre. ¿Y vos?
—También….Ayer encontré un D.N.I y una billetera.
—Sin guita...—dijo casi aseverando Carlos.
—Y si, como siempre. Solamente había un carnet de Boca y una credencial de la Comisión Directiva. Si querés llevarlos es cerca de acá en Olleros. —Sugirió Mateo.
—Veo, cuando se me acaben los diarios.
      Dale. Nos vemos.
—Chau…

El “trámite” de la calle Olleros le significó a Carlos una rentabilidad de cien pesos y una platea alta para el partido Boca- San Lorenzo a disputarse el domingo siguiente en la “Bombonera”.

La tácita  “sociedad”  sin estatutos, reglamentos, inscripciones ni normativas entre Carlos y Mateo duró varios años.
Hace  mucho tiempo que a éste último no se lo ve frecuentar por la zona de Chacarita…



                                              Rodolfo “Rolo” Simó

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