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martes, 27 de marzo de 2012

“El patrón de la vereda” Por El Pibe Chacarita




Estás como siempre mi vieja vereda/ Y yo, con los años, ya ves: soy igual. / No vale la pena charlar cosas tristes/ Tal vez el recuerdo nos vuelva a juntar…
“Romance para una vereda” (1980) Tango de Mario Iaquinandi y Edmundo Rivero (h)

Un juego de nuestra niñez surge en mi memoria, para reflejar como  fue desvirtuándose la utilización de un espacio público creado con un  propósito preciso: el andar de los vecinos.  Para los más jóvenes les cuento que aquel entretenimiento se basaba en la designación de un chico como “dueño” de una vereda.  El resto de los jugadores estaban ubicados en los extremos de su largo, ellos debían atravesar la misma sin que lo capture el supuesto propietario de la acera.  Si lo atrapaba, este pasaba a ser el nuevo “patrón de la vereda”.  Muy simple la regla de juego, como la cosas de aquellos tiempos donde se cumplía con las leyes establecidas.
Las veredas de aquella época que evoco eran la continuidad de nuestros hogares, en estos días se las reconocerían como: patio de juegos, escenario de los hechos vecinales o plaza de las discusiones cotidianas.  Era el punto de reunión de la vecindad para saludarse a su paso, enterarse de las novedades barriales, ofrecer sus servicios para el cuidado del anciano enfermo o el niño afectado por una alta temperatura.  En esa geografía al aire libre, se iniciaba el ser comunitario que sentía afecto y solidaridad por sus vecinos de la cuadra 
Resultaba habitual en las aceras la presencia masiva de vecinos y parientes, era común pararse en el umbral de la puerta de calle y ver pasar la vida diaria, las señoras charlaban, efectuaban sus compras a los vendedores ambulantes que se detenían en el cordón con sus carros tirados por caballos, los chicos saltando con la soga, llevando el aro con una horquilla, jugando a las figuritas o a las bolitas, los señores ocupando las mesas bajo el toldo del bar, los muchachos de la barra en su punto de reunión: la esquina...   
Ahora que observo las veredas pobladas por distintos protagonistas, artefactos y enseres, recuerdo el libre transitar de los vecinos con sus ocupaciones diarias, los empleados y obreros camino a sus obligaciones laborales, los niños camino a la escuela, el atardecer con la familia “tomando fresco” sentada en el frente de sus  hogares y los chicos andando con sus rodados por sus firmes baldosas.  En las mismas las chicas del barrio dibujaban con tiza y esmerada prolijidad, cuadrados y números dando lugar a, una rayuela con un itinerario ansiado: desde la Tierra al Cielo.
Aquellas veredas de entonces estaban construidas por manos sabias que daban lugar a un camino sin sobresaltos y a unos discretos canteros para alojar a una variedad de árboles que generaban con su fronda una reconfortante sombra.  En la actualidad existen en la Ciudad más de cuatrocientos mil árboles pero, la moda de plantar palmeras u otras variedades exóticas varió la fisonomía de sus calles.  Con la llegada de los servicios públicos las veredas sufrieron las primeras “heridas” que nunca pudieron “cicatrizar” otras baldosas con distintas formas y espesores.  Allí nacieron los pozos y desniveles que dificultaron el movimiento, del triciclo de aquel niño hasta la silla de ruedas de un  adulto mayor.  Para completar la ocupación de las veredas llegaron los postes de la corriente eléctrica, los del cable e Internet.  En muy pocos barrios ellos tuvieron un destino subterráneo.
La invasión de los automóviles fue otro ataque a las veredas y sus legítimos compañeros de andanzas: los cordones.  La acera tuvo su primer plano inclinado para favorecer el ingreso del coche al garaje, para ello, el cordón sufrió una pérdida de altura. En general los automovilistas tienen una relación muy especial con sus coches, los asimilan a una “amante” que protegen, miman y no desean que le rayen la pintura.  Por su celo, lo estacionan sobre la vereda dejando un espacio estrecho para que pasen los transeúntes y en la eventualidad que una señora que vuelve del supermercado con su changuito, la obligan hacer un zigzag entorno a su apreciado rodado.  Las tardes de los sábados, domingos y feriados, en la misma posición sobre la vereda con la radio en alto
 volumen, con una manguera y cepillo los lavan mientras las esposas les alcanzan un mate.  Si un vecino, con sus correspondientes recibos de alumbrado, barrido y limpieza al día intenta circular, desvían el chorro de agua y con ironía le dice: “¿Puede pasar?”...
            La falta de trabajo, una modalidad de comercialización y los problemas sociales vigentes, dieron lugar a los vendedores ambulantes que ocupan un espacio de las veredas para ofrecer sus mercaderías.  Un tema socioeconómico muy delicado que aún no fue resuelto, pese a los reclamos de los comerciantes formales.  En general se ubican en las avenidas con tránsito de gente o centros comerciales.  Algunos negocios colaboran a entorpecer el desplazamiento de los peatones con la instalación de: heladeras, mesas y sillas ocupadas por comensales, exposición de productos, teléfonos públicos, parada de diarios, carteles con publicidad, toldos a baja altura, etc.
            En general las veredas de la Ciudad no ofrecen un cuidado esmerado, se aprecia su deterioro con: canteros que ocupan un gran espacio, el desplazamiento de las raíces de los árboles hacia la superficie, la falta de mantenimiento por parte de los propietarios de las viviendas y el descuido de los ciudadanos al arrojar residuos sobre las mismas.  Los encargados de los edificios dan un ejemplo cuando por las mañanas, manguera en mano, limpian las veredas con dedicación tratando de no desperdiciar el líquido elemento.  Una demostración de falta de solidaridad se destaca en algunos dueños de perros que, no levantan de la acera los excrementos de sus mascotas. 
Este antiguo cronista urbano ha sido sorprendido por una propuesta de un descendiente ante la defensa que formula acerca de las veredas, me invita una tarde de este verano a visitar un concurrido barrio de la Ciudad.  Sin los obstáculos ante mencionados, las veredas estaban desiertas, daba la sensación que sus habitantes lo habían abandonado o estaban refugiados en sus hogares. “¿Qué me contàs, abuelo?”  Creo -le contesté- que los medios de comunicación han dramatizado de tal forma las noticias policiales que la gente tiene una sensibilidad especial por su seguridad personal.  “Mirà aquella esquina hay algo que entorpece el paso de los vecinos que, omitís mencionar en tus historias sobre los que se adueñaron de las veredas: una garita de vigilancia privada”…

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