La amenaza en casa
Por Daniela Méndez Casariego
En los últimos
años, la palabra “bullying” se ha vuelto muy popular. Puede que algunos adultos
aún piensen el amedrentamiento entre niños y adolescentes como una conducta
natural de la pubertad. Sin embargo, los suicidios reiterados de escolares en
diferentes países del mundo han activado varias alarmas en padres, maestros y
autoridades educativas.
El problema no
termina en la puerta del colegio o en la entrada de casa. El acceso a internet
y especialmente a las redes sociales como Facebook, Tweeter o Ask permite a los bravucones atormentar a
cualquier hora del día, desde cualquier lugar y, peor aún, de manera anónima.
La crueldad de una
palabra duele tanto como un golpe y las secuelas de ambos tipos de agresión
pueden llegar incluso hasta la adultez.
De acuerdo a un
estudio realizado en Estados Unidos en
2012, el 27 por ciento de las víctimas de cyber-bullying abandona los estudios.
La cifra es escasamente menor -22 por ciento- para los que sufren violencia
física.
De igual manera, el
28 por ciento de las víctimas virtuales ha considerado el suicidio como única salida. También lo ha hecho el 22 por
ciento de las víctimas de ataques físicos.
Los niños
hostigados están más propensos a sufrir de agorafobia, ataques
de pánico y ansiedad.
Aquellos que fueron
víctimas y luego victimarios tienen más probabilidades de sufrir de depresión e
incluso suicidarse.
Los victimarios a secas tienden a tener problemas
de adaptación social.
Aunque las pautas
culturales varíen según el país, la información obtenida con respecto al
bullying es muy similar en todas partes del mundo.
Para muchos, el
problema a nivel virtual se acaba apagando la computadora. Sin embargo, el hecho de que no sepamos lo
que de nosotros se escribe no evita sus consecuencias. Un perfil falso con
nuestro nombre en Facebook, por ejemplo,
puede perjudicarnos en el ámbito laboral, educativo y personal.
¿Qué hacer entonces
para proteger a nuestros hijos?
Ya que cada cosa
que hacemos en nuestra computadora deja su huella, es posible rastrear con
ayuda de un profesional a los hostigadores anónimos. También es aconsejable
guardar todo mail, mensaje o chat que
sirva como evidencia a la hora de pedir ayuda.
El acompañamiento
de los adultos en las actividades virtuales de los niños también es
esencial. Saber contraseñas y conocer amistades no siempre es un abuso de autoridad.
Los proveedores de
servicios de internet y los administradores de redes sociales también pueden
aportar soluciones con aplicaciones que permitan saber el tiempo que los chicos
pasan conectados o bloquear y reportar
mensajes agresivos.
Es fundamental,
además, intentar entender las causas de las conductas violentas en los menores.
Nuestros hijos pueden ser víctimas, pero también victimarios.
En general, un niño
usa la violencia para evitar sus propios
problemas –de índole familiar-o esconder su propio dolor. Los acosadores suelen
ser chicos malcriados, ignorados y/o maltratados.
Muchos se unen al agresor o simplemente observan la
puesta en escena sin intervenir por miedo a convertirse en nuevos blancos.
El problema se
agrava por la falta de personal adecuado en los colegios para detectar y ayudar
a las víctimas y por la incapacidad de algunos padres para promover la formación
personal y social de sus hijos.
¿Cómo saber si un
chico es víctima de bullying?
En niños pequeños
suele haber trastornos del sueño, conductas regresivas, retraimiento social,
rebelión constante, agresividad, dolores abdominales. En los adolescentes, además,
pueden aparecer conductas agresivas en el hogar, conductas de autoagresión,
trastornos de alimentación, etc.
Lo importante es
que los padres de un niño intimidado le hagan saber que siempre estarán a su
lado y que lo que le ocurre no es por su culpa. Deben mantener la calma, hablar
con los profesores y la familia del agresor.
Para frenar el
círculo vicioso de esta forma de violencia escolar es fundamental buscar
acuerdo y trabajar en conjunto la familia y el colegio.
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