“Señor... usted que es del barrio”
¿Dónde está mi barrio, mi cuna querida? /¿Dónde la
guarida, refugio de ayer? / Borro el asfaltado, de una manotada,/ la vieja
barriada que me vió crecer...
“Puente Alsina”
(1926) Tango de Benjamín Tagle Lara.
En aquellos días de nuestra distante niñez, los
barrios de la Ciudad de Buenos tenían el clima de una vivencia
provinciana. El ritmo de sus habitantes
era placentero, aún no se conocía: el stress, la aceleración, “Tengo que
levantar un cheque”, “Después te llamo” “Tengo un problema con mi mujer”, “Me
llegó una carta documento”, “¿Sabes como son los chicos de ahora?”, “Fue cuando
llegábamos con el auto”. Y del Veraz aún inexistente, era sólo premonitorio
cuando se entonaba un tango de Discépolo: “ Verás que todo es mentira, / verás
que nada es amor... / Que al mundo nada le importa... / Yira... Yira...
Los porteños de aquel entonces iban por las
calles silbando, tarareando o cantando el éxito musical del momento, algunos
acentuaban el ritmo taconeando sobre las veredas. Nuestras madres y hermanas en las tareas
domésticas del hogar también cantaban con la música de la radio y hacían
maravillas para entonar sus letras, con los broches para sujetar la ropa en sus
bocas, mientras las colgaban recién lavada en la cuerda aérea del patio. Ahora todos transitamos con el audífono de
nuestro celular en el oído gesticulando y hablando con un similar indicándole
en un principio el lugar geográfico donde nos encontramos o exclamando; “¡Cortála
que estoy sin crédito!”
Las calles todavía no habían sido inundadas por
los automóviles y la histeria de sus conductores. Los vecinos de la calle
Guevara, sentados en cómodos sillones de mimbres en el frente de sus casas,
esperaban el paso del ómnibus 18 de la Compañía “Libertad”. Con su robusta
carrocería color bordó que le asignó el mote de “La Chancha”, en su andar producía una leve brisa que hacía
flamear el follaje de los árboles junto al vaivén de las pantallas de cartón de
la panadería “La Flor de Chacarita”
atenuaban la temperatura de aquellos cálidos verano.
Dado que la movilidad social era casi escasa,
los vecinos tenían un arraigo estable en el barrio, al igual que sus
descendientes. Eran tradicionales los apellidos de familias que perduraban en
sus domicilios, que en ocasiones era el lugar donde habían nacido. También se
producían los clásicos matrimonios entre miembros de familias vitalicias, dando
lugar a ese fenómeno de establecimiento en el barrio. De esas familias surgían algunos vecinos que
tenían una cualidad, además de ser solidarios con iniciativas comunitarias, de
guías orientadores ante distintas circunstancias de la vida.
Cuando estaban en la calle paseando el perro,
comprando el diario en la esquina, llevando una carta al buzón o charlando con
el afilador de utensilios, podían ser sorprendidos por alguien que no era del
barrio que procuraba hacerle una consulta.
Era común que previo a la pregunta el forastero le dijera: “Señor...
Usted que es del barrio... (Me podría informar si conoce a, Si sabe de alguien,
¿Dónde arreglan? ¿Qué puedo tomar para? Acá en este barrio ¿Vive la familia
x?...) Nuestros vecinos con cordialidad, hoy devaluada, le contestaban con
abundancia de detalles hasta recibir un agradecimiento tal como: “Muy amable
Señor, no sé como agradecerle su cálido trato”
La duda que permanecía en lo estudiosos de las ciencias sociales aún sin
respuesta era: ¿Cómo percibían los visitantes que la persona consultada era del
barrio y una fuente confiable?
Hasta que se llegó a descubrir la cualidad de
“faros guías” de los vecinos sobresalientes, los estudiosos establecieron cómo
se identificaban a las chicas y los chicos del barrio. Según ellos las chicas daban indicios
lugareños, cuando caminaban por las veredas daban saltos como si estuvieran
jugando a la rayuela o brincado en la soga que giraba al ritmo de: ¡sal,
azúcar, aceite, picante!, o dudando ante una decisión importante en un “Martín
Pescador” o confiando su destino amoroso en el papelito que extraía el loro del
organista callejero. A los pibes del barrio
fue muy fácil identificarlos como originarios del lugar dado que se los veía
haciendo jueguito con una pelota de trapo o jugando al rango, a las bolitas, al
balero, a las figuritas con punto y revoleo o a la olla, o cazando mariposas y
dejando para último momento la realización de los deberes escolares.
A los comerciantes luego de una exhaustiva
investigación se logró precisar cuales eran sus actos que los erigían como
naturales del lugar. Daban fiado a los
clientes usando una libreta de hule donde de modo manuscrito detallaban las
compras, atendían por la puerta particular los domingos por la tarde ante un
olvido de un cliente, efectuaban la rifa de la canasta navideña, les hacían
regalos de Fin de Año a sus fieles compradores.
Pero hubo un gesto de estos esforzados comerciantes, en su mayoría
inmigrantes, procuraron que sus hijos tengan un estudio universitario.
Al final se pudo identificar las señales que
originaron vecinos referentes, para ser portadores de mensajes guías a los que
transitaban con algunas dudas por nuestros barrios. La cualidad esencial es la conducta del
arraigo lugareño, se asemejan a todas las semblanzas de sus moradores, sienten
una adhesión por las historias del barrio, sus protagonistas, las Instituciones
de Bien Público, por los antiguos vecinos que le dieron forma a la zona,
admiran a los ciudadanos que han trascendido las fronteras del barrio, se
identifican con los historiadores que con sus investigaciones acrecientan el
amor por el espacio de vida, a los medios radiales, escritos y televisivos que
lo proyectan al exterior...
Para comprobar lo expuesto camino por mi
antiguo barrio y trato de descubrir a un vecino guía, allá me parece ver a un
señor asomado en la puerta con esas características ¿Me acompañan?. Le hago la
pregunta de rigor: “ Señor, Usted que es del barrio me podría orientar ante una
duda” Con un enorme placer - me respondió-
“Nací, viví mi niñez y juventud
en sus veredas, calles y parques, hoy he vuelto para reencontrar a mis amigos,
vecinos, comerciantes y profesionales de entonces y no los puedo
encontrar” Ahora se confirma que me
parecía conocido – me dijo con calidez- los que habitaron el barrio siguen
presentes en las historias y anécdotas que se renuevan, para ello estamos
nosotros sus descendientes y los nuevos vecinos que lo descubrieron y
aprendieron amar...
Confirmado: los barrios, de modo natural, reproducen a los vecinos
guías.
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