BIENVENIDOS AL BLOG DE LA REVISTA AQUENDE (Chacarita, Colegiales y Villa Ortúzar)

PINTA TU ALDEA Y SERAS UNIVERSAL....
Blog dedicado a los barrios de Chacarita, Colegiales y Villa Ortúzar. Este blog es una extensión de la revista gráfica Aquende, que se edita hace 29 años ininterrumpidamente.
Para colaborar con notas en ambos medios o figurar en el listado de anunciantes mandar un mail a revista_aquende@yahoo.com.ar








jueves, 4 de febrero de 2010

KRISHNAMURTI:Pensamientos...

Jiddu Krishnamurti es considerado como uno de los grandes filósofos de los tiempos modernos, así como religioso sin religión, orador, escritor y educador.


Nació en Madanapalle, al sur de la India, el 12 de mayo de 1895 y murió el 17 de febrero de 1986 en Ojai, California, Estados Unidos de América. Educado por la Sociedad Teosófica, renunció a dicha Sociedad tras el discurso de disolución de la Orden de la Estrella en el que afirmaba: "La verdad es una tierra sin caminos".

A partir de esta renuncia comenzó su propio camino de difusión de lo que se conoce como sus Enseñanzas. A lo largo de su vida habló en diferentes partes del mundo, tanto en grandes audiencias públicas, como en diálogos personales con científicos, líderes religiosos, políticos, psiquiatras, educadores y gente común de la calle. Entre ellos podemos nombrar a Jawaharlal Nehru, Leopoldo Stokowski, Aldous Huxley, Bernard Shaw, el Dalai Lama, David Bohm, Maurice Wilkins.

A través de las Fundaciones, que él mismo creó, se han publicado más de sesenta libros en donde se expone su amplio mensaje hacia una comprensión total del ser humano. También fundó varias escuelas con el propósito de generar una educación que llevara al estudiante y a los profesores a descubrir el arte de vivir y el verdadero significado de la vida misma.

Encargó a Mary Lutyens el trabajo de confeccionar su extensa biografía y, en cuatro tomos, ella hace un relato verdaderamente exhaustivo de la profunda experiencia espiritual que a la edad de 27 años transformó por completo la vida de Krishnamurti. A partir de ahí, y como un hombre totalmente libre de ataduras, nos brinda todo su saber en la búsqueda de la verdad, despojada de doctrinas y dogmas.

La meditación y el instante sin tiempo

¿Qué implica la meditación?

Krishnamurti: Lo primero es vaciar la mente por completo de todo lo conocido; la segunda es una energía no dirigida ni controlada. A partir de ahí, la meditación también requiere la más elevada forma de orden, orden en el sentido de terminar por completo con el desorden generado por la contradicción y una estado de la mente que no sea lo individual. Debemos descartar del todo la idea de practicar un método, porque lo más importante es si la mente, que incluye el corazón, el cerebro y todo el organismo físico, puede vivir sin distorsión ni compulsión alguna y, por lo tanto, sin esfuerzo alguno. Por favor, hágase esa pregunta a sí mismo; todo esto es meditación.

Nuestras mentes están distorsionadas, han sido moldeadas por la cultura en que vivimos, por las estructuras religiosas y económicas, por el alimento que ingerimos, etcétera; le damos a la mente una determinada estructura, la condicionamos y este condicionamiento es una distorsión. Únicamente cuando no hay distorsión la mente puede ver con claridad, con pureza, con inocencia y de manera completa. El primer paso es la capacidad de mirar, el arte de escuchar, de mirar sin distorsión alguna, lo cual significa que la mente debe estar en absoluta quietud, sin un solo movimiento. Ahora bien, ¿puede la mente que está en constante movimiento permanecer completa y absolutamente en silencio, sin ningún movimiento, sin método, sistema, práctica o control alguno?

La mente debe vaciarse a sí misma de todo el pasado para que sea altamente sensible y no puede ser sensible si existe la carga del pasado; sólo una mente que ha comprendido todo esto es la que puede formular la pregunta, pero al formular la pregunta no obtiene una respuesta, porque no hay respuesta. La mente se ha vuelto altamente sensible, por tanto, sumamente inteligente y la inteligencia no tiene respuestas, en sí misma es la respuesta. El observador no tiene cabida porque la inteligencia es lo supremo.

En ese momento la mente ha dejado de buscar, no desea experiencias más elevadas y, por consiguiente, no utiliza la capacidad de controlar. Vea la belleza de eso, señor, no controla porque es inteligente; sólo actúa y trabaja, por lo tanto, en el mismo acto de la inteligencia desaparece el estado dual; todo esto es meditación. Es como una nube que comienza en la cima de un cerro junto con unas cuantas nubecitas pequeñas y a medida que avanza cubre todo el cielo, el valle, las montañas, los ríos, los seres humanos, la tierra; lo cubre todo. Eso es la meditación, porque la meditación abarca todo el vivir, no sólo una parte.

Únicamente entonces la mente puede permanecer en silencio, sin un solo movimiento, no por un instante, porque ese instante no tiene duración, no pertenece al tiempo. El tiempo solamente existe cuando está el observador que experimenta ese silencio y dice, “quiero tener más”. Por lo tanto, como ese instante de absoluto silencio e inmovilidad no pertenecer al tiempo, tampoco tiene pasado ni futuro, de manera que esa inmovilidad, esa quietud absoluta está más allá de todo pensamiento; y debido a que ese instante no tiene tiempo, es eterno. Una mente libre de toda distorsión es, de hecho, la verdadera mente religiosa, no así una mente que va al templo, que lee los libros sagrados o que repite rituales por hermosos que puedan ser, tampoco lo es una mente saturada de imágenes impuestas o propias. El vivir no está separado del aprender y en esto hay una gran belleza, porque después de todo, el amor es eso. El amor es compasión, pasión, pasión por todo; y cuando hay amor no existe el observador, no hay dualidad, la dualidad del 'yo' que ama a 'alguien', ni el 'alguien' que me ama a 'mí', sólo hay amor, no importa que sea a uno o a mil; sólo existe el amor.

Cuando hay amor, uno no puede actuar mal, haga lo que haga, pero nosotros tratamos de hacer las cosas sin amor ?viajar a la Luna, los maravillosos descubrimientos científicos? y, por lo tanto, todo termina mal. El amor sólo puede existir cuando no está el observador, es decir, cuando la mente no está dividida en sí misma como uno que observa y lo observado, sólo entonces existe esa cualidad del amor; si la tiene, eso es lo Supremo.

Extracto de un diálogo en Nueva Dehli, 1956



Qué significa amar a otro

¿Saben ustedes lo que significa amar a otro? ¿Alguna vez han amado a alguien? El amor, ¿es dependencia, es deseo, es placer? Yo no amo a mi esposa, ella no me ama. Somos dos individuos separados. Podemos encontrarnos sexualmente; en lo demás, seguimos nuestros propios caminos particulares. ¿Comprenden, señores? ¿Existe el amor en este país? No pregunten: “¿Acaso existe en Europa?” Cuando quien les habla está en Europa, trata este tema allá. Pero como nosotros nos encontramos en este país, en esta parte del mundo, estamos hablando de eso aquí. ¿Hay amor en este país? ¿Aman ustedes a alguien? ¿Puede el amor coexistir con el miedo, o cuando cada uno está tratando de llegar a ser esto o aquello? ¿Puede haber amor cuando yo deseo convertirme en un santo y ella no, o ella quiere llegar a ser una santa y yo no lo soy? ¿Puede haber amor cuando cada uno está queriendo ‘llegar a ser’ alguna cosa? Por favor, entiendan todo esto; es la vida de ustedes. Cuando cada uno está deseando ‘llegar a ser’ alguna cosa, ¿cómo puede haber amor? ¿Es posible amar a alguien sin desear nada del otro, ni emocionalmente, ni físicamente, de ningún modo? ¿Es posible amar a la esposa sin requerir nada de ella? Ella puede sentir afecto por mí porque me necesita, porque tal vez sea yo quien trae el dinero a la casa; no estoy hablando de eso. Pero internamente, el amor no puede existir cuando hay apego. Si estamos apegados a nuestro gurú, no hay amor en nuestro corazón.

Esto es muy, pero que muy serio. Sin amor no existe una acción correcta. Hablamos de acción, desarrollamos muchas clases de trabajo social. Pero cuando hay amor en nuestro corazón, en nuestros ojos, en nuestra sangre, en nuestro rostro, somos un ser humano diferente. Cualquier cosa que hagamos entonces, tiene belleza, tiene gracia, es una acción correcta. Todo esto puede ser un conjunto de excelentes palabras que ustedes escuchan, pero ¿tienen esta cualidad que no puede ser cultivada ni practicada? Uno no puede comprarla a su gurú, no puede comprarla en ninguna parte. No obstante, sin esa cualidad somos seres humanos muertos. ¿Qué harán, pues? Por favor, formúlense esta pregunta, descubran por sí mismos por qué no existe esta llama, por qué se han convertido ustedes en semejantes mendigos. A menos que pongamos la propia casa en orden, nuestra casa ?que somos cada uno de nosotros- no habrá orden en el mundo. Podremos meditar por el resto de nuestras vidas, pero sin eso nuestra meditación no tiene significado alguno. Así que, por favor, esta pregunta se les formula con el mayor respeto. ¿Cuál es la respuesta de ustedes?



¿Puede la mente ser absolutamente libre?

Hay varios temas sobre los que deberíamos conversar juntos, y uno de ellos es la libertad. Es un tema sumamente importante y que necesita ser explorado con todo detalle, con paciencia y dedicación, para averiguar si es posible que la mente sea libre o si está sentenciada a permanecer para siempre bajo el yugo del tiempo. O lo que es lo mismo: ¿es irremediable que la mente viva limitada por el pasado? ¿Puede la mente, nuestra mente, que vive en este mundo y funciona como corresponde a la situación —agobiada por los problemas cotidianos, los deseos enfrentados, las influencias opuestas y todas las contradicciones en las que uno vive, los sacrificios, los tormentos, agraciada con alguna alegría pasajera—, puede esa mente ser libre, no sólo en la superficie sino en lo más profundo, en las raíces mismas de su existencia? Creo que la pregunta está clara; queremos saber si la gente que vive en esta sociedad tan extremadamente compleja, que tiene que ganarse la vida, quizá mantener a una familia, competir, demostrar ambición, puede ir más allá de todo eso; no como abstracción, como hipótesis, ni como idea o concepto de la libertad: preguntamos si verdaderamente puede ser libre. Si les parece, esto es lo que me gustaría que investigáramos. El «liberarse de algo» es una abstracción; sólo el observar lo que es y trascenderlo es verdadera libertad.

Vamos a profundizar en esto, pero antes, si puedo sugerirlo, escuchen simplemente, sin aceptar ni rechazar lo que se diga; tengan simplemente la sensibilidad de escuchar sin sacar ninguna conclusión, sin reaccionar adoptando una actitud defensiva u oponiendo resistencia, sin interpretar lo que escuchan. Y si tienen la bondad, no escuchen sólo las palabras y el significado de las palabras; intenten comprender el pleno significado, el sentido profundo e inexpresable de la palabra libertad. Vamos a compartir esta cuestión, a viajar juntos, a investigar y a comprender juntos lo que la libertad significa, y si una mente —su mente— que se ha alimentado de tiempo, que ha evolucionado a través del tiempo, que ha acumulado miles de experiencias, que está condicionada por las diversas culturas, si esa mente puede ser libre. No hablamos de la libertad en un sentido utópico o religioso; queremos averiguar si, viviendo en este mundo confundido y contradictorio, la mente —su mente tal como saben que es, tal como han observado que es— puede ser libre por completo, en la superficie y en lo más íntimo de sus profundidades.

Si no encontramos por nosotros mismos la respuesta a esta pregunta, si no descubrimos por nosotros mismos la verdad acerca de esto, viviremos a perpetuidad en la cárcel del tiempo. El tiempo es el pasado, es pensamiento, es sufrimiento; luego a no ser que descubramos la verdad de esta cuestión, viviremos siempre en conflicto, atormentados, presos en la cárcel del pensamiento. No sé lo que piensan acerca de este tema. No me refiero a lo que hayan dicho sus maestros religiosos, el Gita, los Upanishads o sus gurús, ni a lo que deberían ustedes pensar dada la estructura social a la que pertenecen o dada su posición económica, sino a lo que piensan ustedes, pues lo que digan es mucho más importante que todos los libros juntos; por eso tienen que descubrir por sí mismos la verdad respecto a esta pregunta. Nunca repitan lo que hayan dicho otros; averigüen por sí mismos, y verifiquen lo que descubran. No se molesten en poner a prueba las palabras de otros —del Gita, de los Upanishads, de la Biblia, de su gurú particular o de su salvador—; pongan a prueba lo que ustedes piensan, lo que ven. Entonces no serán esclavos de ninguna autoridad.

Escuchen, por favor; y, a medida que escuchan, actúen. Es decir, a medida que escuchan averigüen la verdad. Es obvio que, en cuestiones científicas, dependemos del conocimiento y de los experimentos de otras personas, de la recopilación de conocimientos matemáticos, geográficos y biológicos realizada por otros; es inevitable. Pero hace mucho tiempo que nos alimentamos de las experiencias de otros también en el ámbito religioso, en las comúnmente llamadas cuestiones espirituales. Si uno quiere ser ingeniero, necesita todos los conocimientos de matemáticas, estructuras y tensiones que ha ido acumulando. Ahora bien, si lo que quiere es averiguar por sí mismo lo que es la verdad, averiguar si tal cosa existe, no puede de ninguna manera aceptar el conocimiento acumulado de lo que otros hayan dicho. Y eso es lo que han hecho, están repletos de conocimiento sobre el Gita, los Upanishads, y los interminables comentarios acerca de ellos que han escrito los expertos. Nada de eso importa. Lo que importa es lo que cada uno vive, cómo vive, cómo piensa; y para averiguar cómo vive uno, cómo actúa, qué hace, es necesario que deseche totalmente el conocimiento de los expertos, de los profesionales que le han dado instrucciones sobre cómo debe vivir. La libertad no es permisividad; la mente humana necesita libertad para ser una mente sana y poder funcionar con cordura, con normalidad. Debemos indagar juntos, aprender juntos. No acepten lo que dice quien les habla. Si hacen de él una autoridad, no serán libres, sólo habrán sustituido a un gurú por otro; y quien les habla se niega rotundamente a ser su estúpido gurú, porque sólo la gente embotada, la gente estúpida sigue a un gurú, no aquel que realmente quiere descubrir lo que es la libertad. Así pues, vamos a aprender juntos escuchando, no sólo a quien les habla, sino escuchando lo que piensan —no lo que piensan los demás—, lo que perciben, lo que observan en el significado y la aplicación de esa palabra libertad, y vamos a averiguar también si la mente puede ser libre. Eso es lo que nos disponemos a hacer.

Como antes he dicho, el liberarse de algo —de la ira, de los celos, de la agresividad— es una abstracción y, por lo tanto, no es real. Aquella persona que se convence a sí misma de que debe estar libre de la ira, o de los celos, no es libre. Lo que a uno le hace libre no es cultivar el opuesto, sino la observación directa de uno mismo, del hecho de la ira, de lo que es realmente, y el aprender acerca de su estructura y naturaleza.

Es decir, cultivar la valentía, cuando uno no es valiente, no es libertad. Sin embargo, una mente que comprende la naturaleza y la estructura de la cobardía y permanece con ella, sin intentar reprimirla o trascenderla, observándola, aprendiendo todo lo que se puede aprender sobre la cobardía, percibiendo al instante la verdad acerca de ella, es una mente libre, tanto de la cobardía como de la valentía. Esto significa que la percepción directa es libertad, mientras que cultivar el opuesto no lo es, debido a que en ese proceso está involucrado el tiempo. ¿Comprenden? Si soy codicioso, ambicioso, competitivo, la respuesta que mi cultura me ha enseñado a dar es intentar cambiarlo; eso es lo que los libros y los gurús dicen. Así que respondo queriendo no ser codicioso, y me esfuerzo por conseguirlo; es decir, soy codicioso pero no debo serlo. Pero el «no debo» implica tiempo; el factor que existe entre lo que es, o sea, la codicia, y lo que debería ser es un intervalo de tiempo, y en ese intervalo se añaden muchos otros factores, a consecuencia de los cuales la mente nunca se libera de la codicia. Mientras que la percepción directa de la codicia como hecho, no de su causa, ni de la explicación, justificación o negación de la codicia, sino el observarla sin ninguna actividad del pensar, es estar libre de codicia.

Basan su vida en ideas, conceptos, principios, creencias e ideales. Para vivir, necesitan un propósito, una meta, algo por lo que esforzarse, algo que alcanzar, ¿no es así? Obsérvenlo; no hagan caso de lo que otro haya observado; observen en sí mismos lo que ocurre realmente. ¿No es cierto que tienen creencias, metas, propósitos, que están llenos de conclusiones? Al ver el mundo confuso en el que viven, la vida confusa y contradictoria que llevan, se convencen de que tiene que existir la claridad, la iluminación, de que tiene que haber esperanza. ¿Es eso lo que sucede? Y entre lo que son en realidad, con sus principios, conclusiones y conceptos, y lo que tratan de conseguir, o sea, lo que serán un día, media un intervalo de tiempo, en el que entran factores, influencias e incidentes imprevistos, debido a los cuales nunca llegan a alcanzar lo que querían; por eso la libertad jamás puede hallarse en el futuro. Cuando uno ve que los ideales, las conclusiones, conceptos y creencias son verdaderamente los factores del tiempo y, por lo tanto, una atadura que obviamente no conduce a la libertad, uno los elimina absolutamente a todos. Entonces sólo le queda a uno lo que es, que es su codicia.

Ahora bien, observar de una manera total y completa la codicia significa no reprimirla jamás, no dar explicaciones, no justificarla; observarla nada más. Del mismo modo que escuchan un ruido respecto al que no pueden hacer nada, observen completamente el hecho de la codicia y permanezcan con él, lo cual significa que el observador es lo observado: el observador es la codicia; no está separado de eso a lo que llama codicia. En la percepción total de esto, hay libertad total. Mientras escuchan, ¿están aprendiendo y haciendo? Escuchar, aprender y hacer son una misma cosa. Lo importante es escuchar y hacer ahora, no cuando se vayan a casa. Si escucho y me dice que estoy cargado de ideas y conceptos, que mi vida entera se basa en un ideal futuro, eso es un hecho. Lo aprendo, veo las repercusiones de ese enunciado, comprendo lo que significa: que mis acciones dependen del tiempo, que crean conflicto entre lo que es y lo que debería ser; veo que nunca podré alcanzar el ideal que persigo, y veo la estructura y naturaleza del conflicto que surge cuando persigo un ideal. Al comprender la verdad de todo eso, lo abandono por completo, y entonces ya no tengo ningún concepto.

Por favor, escuchen con atención. Esto es importantísimo: cuando abandono definitivamente los conceptos, las ideas, los ideales, los principios, estoy simplemente viviendo, y lo único que hay es la codicia y el modo en que observo esa codicia. ¿La observo como un extraño que mira desde fuera, o la observo sin el observador? El observador es el pasado; el observador es el conocimiento acumulado que dice que no debo ser codicioso o que justifica la codicia. Por lo tanto, ¿puede esta mente observar sin el observador? Cuando lo hace, cuando observa y percibe así, hay una comprensión total, y hay libertad. ¿Lo han comprendido? ¿Están haciéndolo según hablamos?

Si la mente no es libre, uno no puede vivir en orden. Uno vive en el desorden, ¿no es cierto?, no sólo en el mundo exterior, sino interiormente. Al verlo, intentan poner orden, pero eso a lo que llaman orden sigue formando parte del desorden. La mente necesita orden total, y el orden total es libertad total. Voy a hablar un poco sobre esta cuestión. Escuchen, por favor; pongan su corazón en ello, puesto que ésta es su vida. En primer lugar, vean de verdad, no teóricamente, que su vida es desordenada y contradictoria: se ponen una máscara ante su gurú, otra ante el político, adoptan una postura afectada ante su superior, son hipócritas, no hay ni una pizca de amor, de consideración, de belleza. Ésa es su vida. Y la mente, el cerebro, al ver el gran desorden que reina en ella, se da cuenta de que necesita vivir en orden, incluso si se trata de un orden neurótico, y se vuelve neurótico para intentar encontrarlo.

¿Han advertido que cuando aprenden algo de tipo mecánico, tecnológico, su mente, su cerebro, funciona con enorme soltura? Si uno es un buen matemático, su mente opera con increíble eficiencia, casi con automatismo, lo cual indica que el cerebro necesita perfecto orden para funcionar. ¿No es así? El cerebro necesita orden, protección; para que su funcionamiento sea eficaz, necesita sentirse completamente seguro. Y ¿qué sucede? Cuando el cerebro ve el gran desorden en el que está sumido, piensa que si tiene una conclusión, una creencia, un principio, de los que espera obtener orden y seguridad, podrá funcionar adecuadamente —les ruego que lo observen en sí mismos—; y así vive, esforzándose sin descanso por encontrar el orden en lo que fuere: una ilusión, la autoridad, la experiencia de otro o una conclusión. De lo que no se da cuenta es que intentar encontrar el orden en una ilusión genera conflicto, y para huir del conflicto va aferrándose a una conclusión tras otra.

De manera que el cerebro, en su incesante búsqueda de orden —porque en él hay seguridad, y cuanto más perfecto sea el orden, mayor será la seguridad y mayor su capacidad de funcionamiento—, ha intentado encontrarlo en el nacionalismo, lo cual es origen de desastres y guerras; ha intentado encontrarlo en la autoridad, en la obediencia, en el acatamiento de unas pautas, lo cual provoca a su vez el conflicto entre lo que es y lo que debería ser; lo ha buscado en la moralidad social, que es igualmente causa de desorden por su contradicción intrínseca, y lo ha buscado en el conocimiento, que es siempre el pasado. Luego las implicaciones de esa constante búsqueda de seguridad son que el pasado y el futuro —el futuro es el concepto, el principio, el ideal— cobran tremenda importancia, y que, mientras busca y no encuentra, el cerebro crea cada vez más desorden. Observen sus mentes, señores; escuchen las palabras y vean la verdad de lo que ocurre, obsérvenlo en sí mismos. ¿No es cierto que buscan seguridad y orden? El problema es que, para encontrarlo, la mente, el cerebro, escapa del desorden y se lanza en pos de lo que llama el ideal, la promesa de la iluminación.

El orden llega por sí mismo espontáneamente, con sencillez, cuando uno comprende el desorden. El orden, que es algo vivo, nace de la comprensión del desorden que hay en la vida de uno; no de cómo trascenderlo o de cómo reprimirlo, sino de la comprensión de su naturaleza, de su estructura, de la belleza del desorden. Así pues, la libertad es orden, orden total; es el orden que nace de comprender el desorden, no de buscar el orden. Cuando uno lo busca, el orden se convierte en un principio, en una idea, en un concepto, mientras que si uno realmente comprende en su totalidad el desorden de su vida cotidiana, y no escapa de él ni intenta disfrazarlo o reprimirlo sino que lo observa con su corazón y con su mente enteros, de ello nace un sentimiento de orden que está vivo, en movimiento, cuya cualidad es la vitalidad, el vigor.

El orden es esencial en nuestra vida interna y externa; es esencial en la relación. Sabiéndolo, el cerebro intenta encontrarlo de todos los modos posibles, en un constante movimiento de dentro afuera y de fuera adentro; por eso, cuando uno duerme, el cerebro trata de establecer el orden a través de los sueños, porque en el orden absoluto halla esa protección y seguridad necesarias. Pero cuando durante el día la mente observa, no de un modo artificial, no con determinación o por un acto de la voluntad, sino que observa en su totalidad la confusión, las falsedades, la hipocresía, las contradicciones y, al hacerlo, al observar el desorden en el vive, pone orden de forma espontánea, entonces durante la noche, mientras uno duerme, esa mente, ese cerebro, tiene la cualidad de una libertad total para observar.

Esto significa que si observan su vida tal como es, si ven su belleza, así como la naturaleza destructiva de la confusión, y comprenden que una mente en la que no existen credos ni principios es una mente libre para observar y escuchar, sobreviene entonces una libertad que es orden, una libertad que es completa, mientras uno vive dentro de este mundo. Y sólo esa mente que es libre sabe lo que es el amor, lo que es la belleza. Sólo esa mente que vive siendo libre puede percibir lo que es la verdad.

Quizá les gustaría hacer alguna pregunta. Pero, antes de que las hagan, por favor tengan en cuenta que se las formulan a sí mismos, y que las responderemos juntos; juntos, ¿entienden? Cuando pregunten, no se queden esperando una respuesta de quien les habla; hagamos del hecho en sí de formular la pregunta una oportunidad de compartirla. El afecto, el cuidado, el amor están en eso, no en esperar a que una autoridad responda por nosotros. Cuando es la autoridad quien responde —ya sea el libro, el gurú o quien fuere— uno no quiere realmente encontrar la verdad; uno busca reafirmación, seguridad. En cambio, si hacen una pregunta, por trivial que sea, y se la hacen a sí mismos, el hecho mismo de formularla en voz alta permite que la compartamos, y entonces es nuestro problema común. Lo que se tiene en común puede comunicarse y compartirse, y en ese compartir hay una gran belleza, un gran afecto. Eso es el amor: compartir.

La Revolución interior, Transformar el mundo, ©KFT.

Gentileza: Fundacion Krishnamurti Latinoamericana

No hay comentarios:

Publicar un comentario