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sábado, 8 de octubre de 2011

El Pibe Chacarita

  El acróbata ruso 
Talàn, talàn, talàn... / pasa el tranvía por Tucumán. / “Prensa”, “Nación” y “Argentina”  / gritan los pibes de esquina a esquina...
Talàn... Talàn... (1924)  Tango de Alberto Vacarezza y Enrique Delfino.

            En aquel entonces, previo al año 1951, aún no había llegado la televisión a nuestros hogares.  Las familias mantenían algunas costumbres tradicionales tales como: el de almorzar y cenar con la presencia de todos sus miembros, las mujeres dedicarse a las tareas hogareñas, los niños con sus obligaciones escolares y juegos infantiles, los varones mayores como únicos proveedores económicos, el respeto hacia los adultos, el cuidado de los ancianos y enfermos de la parentela, las comidas caseras, las tertulias, la relación armónica con la escuela, el radiorreceptor, el cine del sábado por la noche, el hábito de la lectura...
Era común en los hogares que se compraran uno o dos diarios por día.  Por la mañana aparecían: “El Mundo”, “La Prensa” con el atractivo de los avisos clasificados laborales, “La Nación”, “El Diario”, “Democracia”, “La Época”, entre otros.  Por el resto del día existían dos ediciones; la 5ª que salía en las primeras horas de la tarde y la 6ª que llegaba a los puestos de diarios cerca de las 21hs.  Los domingos por la noche  los simpatizantes del fútbol, luego de ver la pizarra del diario “La Prensa” ubicada en la Av. Federico Lacroze esquina Av. Forest, esperaban a esta última tirada haciendo largas colas. Los diarios de esas impresiones eran: “La Razón”, “Crítica”, “Noticias Gráficas”.  Cuando mi padre regresaba al mediodía a almorzar, lo hacía acompañado por un ejemplar del diario “El Mundo”.  De inmediato yo leía las historietas. “Trick y Tracke”, “Periquita, hace lo que puede”, “Tancredo” y las noticias del fútbol.  Para darles una idea a los más jóvenes, en ese tiempo los diarios costaban diez centavos.  El sueldo de un bancario o un empleado público oscilaba en los ciento veinte pesos mensuales, con estos atributos ellos eran codiciados por las señoritas con ambiciones matrimoniales.
Las familias con cierto poder de adquisitivo también compraban revistas,  Para los que cursaban el primario: el “Billiken” o “Mundo Infantil” o las de aventuras “El Tony”, “Superman”, “Intervalo”, “TiBits”o las historietas, “Pif Paf”, “El Pato Donald”.  Las de interés general: “Caras y Caretas”, “El Hogar”, “Leoplan”, “Fray Mocho”.  Para las señoras: “Damas y Damitas”, “Vosotras” o “Maribel” y para enterarse de los espectáculos: “Radiolandia”, “Sintonía”.  Los amantes del deporte leían: “El Gráfico”, “Goles”, “La Cancha” o “Mundo Deportivo”.  A fin de año aparecía el “Libro de Oro de Patoruzù” al “inalcanzable valor” de cuarenta centavos.  Para las notas policiales y escándalos estaba “Ahora” un semanal en blanco y negro.  Una revista que tuvo una gran aceptación fue “Rico Tipo” la creación de Divito que impuso una moda en el vestir de los jóvenes y una imagen física para las chicas.  Un poco más cercano a nuestros días surgía el humor político de “Tía Vicenta”...
Las paradas de diarios más importantes cercanas a mi domicilio en Chacarita eran las establecidas en las Avenidas: Corrientes y Federico Lacroze, Corrientes y Jorge Newbery, Forest y Federico Lacroze, Jorge Newbery y Córdoba o Alvarez Thomas y Federico Lacroze.  Una más nuestra era la de Guevara y Olleros de la Familia Caram, donde un descendiente, “El Tete”, era el director de la Murga “Los Pecosos de Chacarita”.  Pero mi intención es recordar a un canillita del barrio que su lugar de trabajo era muy particular, estaba sobre todos los medios de locomoción público que pasaban por Guevara y Jorge Newbery.  Por su fino y escaso cabello pelirrojo fue bautizado por los vecinos como “El Ruso”, sólo se sabía que su nombre era Luis, pero se ignoraba su historia familiar.  Aparecía todas las jornadas con un traje con saco cruzado de color marrón arratonado por su exposición permanente al aire libre y una gorra con visera.  Era un personaje de unos cincuenta años de aquellos, muy delgado y fumador de los cigarrillos rubios “Columbia” de veinte centavos.  Por su pasión turfística pasaba largo tiempo con Raúl Patria, el librero de la esquina, otro “burrero” y apasionado por el juego.  Para entonarse, con sus diarios sostenidos por un correaje, asistía al despacho de bebidas de Nicanor Álvarez.  Cuando ingresaba sobre el rústico piso de madera le hacía una seña al dueño o a su señora, “Doña María”, ellos la decodificaban como una:  Grapa “Chissotti”o “Valleviejo”, “Ginebra Bols”, “Ferro Quina Bisleri” o un “Amaro Monte Cudine”...
Desde las primeras horas de la mañana “El Ruso” se ubicaba en el cruce de Jorge Newbery y Guevara, esperando el paso de los tranvías 94 y 95 y el ómnibus 18 de la Compañía Libertad más conocido por “La Chancha  Tenía una técnica especial para ascender a los vehículos en movimiento, subía primero su pierna derecha y con la mano de ese sentido tomaba el pasamano con seguridad,  Sus giros, por las formas y vuelos, se asemejaban a los de un bailarín de ballet.  Una vez que estaba sobre el piso del vehículo asomaba su voz templada en los finales de los hipódromos para exhalar un sonoro: “¡Diaaaarioooos y Reviiiiistaaas!”  Algo similar ocurría cuando descendía por la puerta delantera de esos medios de transporte en marcha, conseguía una desaceleración en sus “aterrizajes” con una absoluta precisión y seguridad. 
Un día de esos en que nadie advierte que hubo un cambio en la escenografìa barrial, desaparecieron los tranvías y “la Chancha”.  En su reemplazo llegaron los nuevos ómnibus plateados con una franja azul en el medio, los llamados “Leyland” y “Mack”, tenían frenos y cierre de puertas neumáticos además la amortiguación hidráulica.  “El Ruso” para acceder al interior de esos vehículos debía contar con la autorización del guarda para la apertura de las puertas, quedando restringidas sus piruetas voladoras.  Ya no tenía esa etapa de su vida el vértigo de aquellos días, en el cruce de Guevara y Jorge Newbery, volando por los estribos de los vehículos públicos para ofrecer los diarios.  Cuentan los sabios del barrio que, con su desamparo colgó en el ropero su traje marrón arratonado, la gorra con visera y desactivó los impulsos de su cuerpo aerodinámico diseñado para andar por los aires.
Existe una leyenda urbana que expresa que cuando “El Ruso” desapareció de su “parada aérea”, una bandada de aves con su plumaje marrón arratonado proveniente del Parque Los Andes se instaló en el lugar.  Se puede apreciar que lo evocan, con el vuelo concéntrico que realizan entorno a las unidades de la Línea de Colectivos 39, en cada una de sus partidas y llegadas a la terminal de Guevara y Jorge Newbery...


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