Desde hace doscientos años, desde todos los sectores sociales, políticos, culturales y económicos, se reivindica a la “patria” como fundamento de opciones y sentido. Muchas de estas reivindicaciones y apropiaciones se realizan en contraposición a otros que por “patria” sienten y piensan algo distinto. Así, nuestra historia es un permanente jalonamiento de disyuntivas y antagonismos en nombre de los cuales pudo llegarse, incluso, a la destrucción del adversario/enemigo: Saavedra o Moreno, federales o unitarios, Rosas o Sarmiento, comunistas o nacionalistas, personalistas o antipersonalistas, neutrales o aliados, peronistas o contreras/gorilas/antiperonistas (y todas sus variables). Así podríamos seguir hasta las versiones revisitadas de estas –y mucha otras– alternativas, y hasta llegar a la mayor tragedia de nuestra historia, donde las cuentas pretendieron saldarse en los centros clandestinos de detención de la última dictadura, con sus miles de desaparecidos y las consecuencias que hasta hoy nos acompañan.
Es que si la patria es el reclamo de un origen –cuya lectura definitiva y única siempre resultará esquiva–, también es la construcción de un relato sobre el porvenir, de un horizonte, de una meta, en el que, forzosamente se darán cita la multiplicidad de perspectivas, intereses y proyectos que anidan en nuestra sociedad.
El sistema democrático, que nuestro país parece haber abrazado definitivamente –aún con todos sus límites–, supone la elección de un territorio en el que los conflictos se dirimen por la vía del derecho, entendido este como la permanente construcción de una sociedad cada vez más justa, fraterna y solidaria.
La memoria y a la vez el anhelo de la patria debieran hacernos presentes que los ideales por los que tantos lucharon y dieron su vida en los orígenes de nuestra existencia independiente son a la vez una promesa por alcanzar, cada vez más plenamente. La libertad, la equidad, la justicia, sólo existen en el acto por el cual se las conquista y se las sostiene, cotidianamente, sin declamaciones vacías, en el arduo empeño que ellas suponen, en el amor a los más pobres que se anime a agrandar cada vez más la mesa, el techo y la vida.
Quizás los aniversarios sirvan para que reconstruyendo los relatos de un origen seamos capaces de construir narraciones superadoras de nuestro porvenir, en las que los desencuentros del ayer dejen su lugar a la tarea de hacer una patria en la que haya, definitivamente, lugar para todos.
Oscar Campana
Vida Pastoral
Es que si la patria es el reclamo de un origen –cuya lectura definitiva y única siempre resultará esquiva–, también es la construcción de un relato sobre el porvenir, de un horizonte, de una meta, en el que, forzosamente se darán cita la multiplicidad de perspectivas, intereses y proyectos que anidan en nuestra sociedad.
El sistema democrático, que nuestro país parece haber abrazado definitivamente –aún con todos sus límites–, supone la elección de un territorio en el que los conflictos se dirimen por la vía del derecho, entendido este como la permanente construcción de una sociedad cada vez más justa, fraterna y solidaria.
La memoria y a la vez el anhelo de la patria debieran hacernos presentes que los ideales por los que tantos lucharon y dieron su vida en los orígenes de nuestra existencia independiente son a la vez una promesa por alcanzar, cada vez más plenamente. La libertad, la equidad, la justicia, sólo existen en el acto por el cual se las conquista y se las sostiene, cotidianamente, sin declamaciones vacías, en el arduo empeño que ellas suponen, en el amor a los más pobres que se anime a agrandar cada vez más la mesa, el techo y la vida.
Quizás los aniversarios sirvan para que reconstruyendo los relatos de un origen seamos capaces de construir narraciones superadoras de nuestro porvenir, en las que los desencuentros del ayer dejen su lugar a la tarea de hacer una patria en la que haya, definitivamente, lugar para todos.
Oscar Campana
Vida Pastoral
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