Por El Pibe Chacarita
Faltando un minuto/ están cero a cero/ tomó la pelota sereno en su acción,/ gambeteando a todos/ enfrentó al arquero/ y con fuerte tiro/ quebró el marcador...
“El sueño del pibe” (1943) Tango de Reinaldo Yiso y Juan Puey.
Cuando observo en la pantalla del televisor la promoción del Campeonato Mundial de Fútbol Sudáfrica 2010, y aparece la imagen de una pelota de ese deporte que se va armando con partes que conforman una esfera perfecta, no puedo dejar de pensar el significado que tuvo ella en nuestra vida de chicos de barrios. Les comento que en aquel entonces muy pocos pibes podían ser dueño de una “redonda”, su juego en la calle estaba prohibido por un edicto policial, existían en plena Ciudad de Buenos Aires amplios baldíos donde se jugaba por desafíos entre equipos de barrios, el fútbol de los domingos tenía aún un matiz amateur, se practicaba la actividad por amor a la camiseta, todavía no estaba difundida la radio portátil, había hinchas pero sin la conducta de los “barrasbravas”, resultaba extraño ver a una mujer en una cancha, aún no existía la televisión...
El inicio del dominio de la pelota era con un objeto que sorprenderá a muchos. Se trataba de una cáscara de un cítrico, mandarina o naranja, que doblada con rigidez simulaba el objeto que se debía tratar con ambos pies. Algo parecido hace Maradona rememorando su niñez de Villa Fiorito, cuando lo vemos haciendo “jueguito” con una botellita de plástico. Existían competencias desarrolladas en las veredas, teniendo a los árboles y los frentes de las casas como arcos. “El uno dos” era una justa que consistía en mantener una vez la cáscara en el aire, para luego rematarla al arco contrario. Otra alternativa estaba basada en hacer “jueguito”, o sea con ambos pies hacer la mayor cantidad de toques manteniendo el objeto en vuelo evitando su caída al piso.
Superada esa etapa del adiestramiento tendiente al dominio fino del balón con un simulador primitivo, se pasaba a otro modelo superior: la pelota de trapo. En su fabricación privaba lo artesanal, había que comprimir las telas para conseguir una forma esférica bien consistente. Las mismas eran introducidas en una de las medias en desuso de las mujeres de la familia, con ambas manos había que darle la forma final. Con una infinita paciencia nuestras madres hacían la costura para su cierre. Ya asomaba en su figura, el concepto de una supuesta pelota de ejercicio que demandaba cierta habilidad para su dominio. Tenía como un hecho desfavorable la caída en un charco, ya humedecida se tornaba en una piedra. El Cine Argentino le rindió su homenaje en el año 1948 con el film “Pelota de trapo”. Contó con la actuación de Armando Bó y algunos jugadores de aquella época, entre otros, Guillermo Stábile el Director Técnico de las selecciones de fútbol de entonces. La película fue dirigida por Leopoldo Torres Nilson con el argumento de Ricardo Lorenzo “Borocotó”.
En este desfile de balones corresponde la presentación de la pelota de goma, todos los de mi tiempo estarán exclamando: “¡La Pulpo!”. Le cuento Señora esa esfera saltarina era a rayas de color rojo y blanco y tenía dos tamaños: la chica de unos ocho centímetros de diámetro la grande de catorce aproximadamente. En la década del cuarenta cuando un empleado bancario tenía un sueldo mensual de ciento veinte pesos, la “Pulpo” chica costaba veinte centavos y la grande cuarenta. Para adquirirlas los chicos juntaban las moneditas, de dos, cinco y diez centavos, haciendo una colecta con la colaboración de algunos vecinos. No era tan fácil llegar al monto final. Los partidos se jugaban con la grande, los sábados por la tarde, en las calles de las ciudades aún desiertas de automóviles.
Había vecinos que molestos con el bullicio y los festejos de los goles, llamaban a la policía para que persiguiera a los jóvenes que jugaban en las calzadas. En aquel momento la policía no tenía los problemas actuales, así que destinaba un Ford de color negro, de carrocería cuadrada con estribos y bicicletas inglesas con frenos a varillas, para realizar las encerronas a los “secuaces” amantes de la “Pulpo”. Si eran detenidos se les iniciaba un proceso por infringir un edicto policial con multas y detención en caso de reiteración. También existían moradores insensibles que cuando la pelota caía en su domicilio no la devolvían o si lo hacían, la pinchaban. Ha llegado el momento culminante de denunciar a una vecina que nunca devolvió las pelotas caídas en su jardín. Se trata de “La Francesa” su casa estaba en Guevara 464 donde ahora existe la biblioteca que, mi tío Juan Antonio Moretti, la atendió durante cincuenta años de modo honorario y que las distintas autoridades pertinentes omitieron reconocerle esa noble contribución.
La señora vivía sola en esa casa de paredes bajas que permitía destacar una enorme palmera. Los domingos por la tarde se asomaba y les pedía a los chicos que le compren los “scones” en la confitería “Popular” de Jorge Newbery y Giribone, al regreso les daba una propina. Un día me tocó ser el elegido, cuando volví con el paquete y abrió la puerta salí espantado sin recibir las monedas tibias de sus manos. Había descubierto en el cantero que rodeaba a la palmera, un montón de pelotas “Pulpo” que en su larga residencia había acumulado...
Cuando uno llegaba a jugar el fútbol en los potreros se encontraba con la “Superball”, una pelota de cuero, con una cámara de goma en su interior con un conducto saliente donde se insuflaba el aire. Luego se lo doblaba, se ataba con un hilo, se verificaba que no perdiera, se lo introducía en el interior y era sujetado con un tiento de cuero que cerraba a la pelota, como un cordón de zapatos. Esta era la verdadera “número cinco” que motivó a los jugadores a usar una gorra protectora de paño, para no dañar su cuero cabelludo cuando la cabecearan. Para el mantenimiento de la pelota después de los partidos, se pasaba por su contorno grasa animal levemente calentada.
Desde entonces ha evolucionado hasta llegar a tener una forma y peso que permite algunos toques de los habilidosos que se asemejan a las jugadas de billar. En los tiros libres se logran efectos como la caída abrupta cercana al arco rival. Los arqueros se quejan por su peso escaso dado que en los envíos cambian de dirección, a veces con lógicas inesperadas para ellos. Ahora no hace falta jugar con gorras, los jugadores sólo lucen tatuajes en sus brazos y vinchas para resguardar sus largas cabelleras.
La enorme cantidad de coches en las ciudades ha desalojado a los chicos de las calles, sólo algunos pueden hacer fútbol en el “baby” de los clubes. Su juego en los potreros sólo se practica en lugares lejanos donde aún no llegaron los dúplex. La policía tiene tantas complicaciones que se ha olvidado de aquellos vetustos edictos. Y la televisión impuso una extraña costumbre: la de ver con interés la reiteración de jugadas y goles sin agotar al espectador. Para el enfermizo grupo de nostálgicos que tengo el honor de presidir sólo nos devuelve aquel pasado, ver rodar por un “molinete” a la diminuta pelota de madera de un “metegol” instalado en alguna calle de nuestra Ciudad...
Faltando un minuto/ están cero a cero/ tomó la pelota sereno en su acción,/ gambeteando a todos/ enfrentó al arquero/ y con fuerte tiro/ quebró el marcador...
“El sueño del pibe” (1943) Tango de Reinaldo Yiso y Juan Puey.
Cuando observo en la pantalla del televisor la promoción del Campeonato Mundial de Fútbol Sudáfrica 2010, y aparece la imagen de una pelota de ese deporte que se va armando con partes que conforman una esfera perfecta, no puedo dejar de pensar el significado que tuvo ella en nuestra vida de chicos de barrios. Les comento que en aquel entonces muy pocos pibes podían ser dueño de una “redonda”, su juego en la calle estaba prohibido por un edicto policial, existían en plena Ciudad de Buenos Aires amplios baldíos donde se jugaba por desafíos entre equipos de barrios, el fútbol de los domingos tenía aún un matiz amateur, se practicaba la actividad por amor a la camiseta, todavía no estaba difundida la radio portátil, había hinchas pero sin la conducta de los “barrasbravas”, resultaba extraño ver a una mujer en una cancha, aún no existía la televisión...
El inicio del dominio de la pelota era con un objeto que sorprenderá a muchos. Se trataba de una cáscara de un cítrico, mandarina o naranja, que doblada con rigidez simulaba el objeto que se debía tratar con ambos pies. Algo parecido hace Maradona rememorando su niñez de Villa Fiorito, cuando lo vemos haciendo “jueguito” con una botellita de plástico. Existían competencias desarrolladas en las veredas, teniendo a los árboles y los frentes de las casas como arcos. “El uno dos” era una justa que consistía en mantener una vez la cáscara en el aire, para luego rematarla al arco contrario. Otra alternativa estaba basada en hacer “jueguito”, o sea con ambos pies hacer la mayor cantidad de toques manteniendo el objeto en vuelo evitando su caída al piso.
Superada esa etapa del adiestramiento tendiente al dominio fino del balón con un simulador primitivo, se pasaba a otro modelo superior: la pelota de trapo. En su fabricación privaba lo artesanal, había que comprimir las telas para conseguir una forma esférica bien consistente. Las mismas eran introducidas en una de las medias en desuso de las mujeres de la familia, con ambas manos había que darle la forma final. Con una infinita paciencia nuestras madres hacían la costura para su cierre. Ya asomaba en su figura, el concepto de una supuesta pelota de ejercicio que demandaba cierta habilidad para su dominio. Tenía como un hecho desfavorable la caída en un charco, ya humedecida se tornaba en una piedra. El Cine Argentino le rindió su homenaje en el año 1948 con el film “Pelota de trapo”. Contó con la actuación de Armando Bó y algunos jugadores de aquella época, entre otros, Guillermo Stábile el Director Técnico de las selecciones de fútbol de entonces. La película fue dirigida por Leopoldo Torres Nilson con el argumento de Ricardo Lorenzo “Borocotó”.
En este desfile de balones corresponde la presentación de la pelota de goma, todos los de mi tiempo estarán exclamando: “¡La Pulpo!”. Le cuento Señora esa esfera saltarina era a rayas de color rojo y blanco y tenía dos tamaños: la chica de unos ocho centímetros de diámetro la grande de catorce aproximadamente. En la década del cuarenta cuando un empleado bancario tenía un sueldo mensual de ciento veinte pesos, la “Pulpo” chica costaba veinte centavos y la grande cuarenta. Para adquirirlas los chicos juntaban las moneditas, de dos, cinco y diez centavos, haciendo una colecta con la colaboración de algunos vecinos. No era tan fácil llegar al monto final. Los partidos se jugaban con la grande, los sábados por la tarde, en las calles de las ciudades aún desiertas de automóviles.
Había vecinos que molestos con el bullicio y los festejos de los goles, llamaban a la policía para que persiguiera a los jóvenes que jugaban en las calzadas. En aquel momento la policía no tenía los problemas actuales, así que destinaba un Ford de color negro, de carrocería cuadrada con estribos y bicicletas inglesas con frenos a varillas, para realizar las encerronas a los “secuaces” amantes de la “Pulpo”. Si eran detenidos se les iniciaba un proceso por infringir un edicto policial con multas y detención en caso de reiteración. También existían moradores insensibles que cuando la pelota caía en su domicilio no la devolvían o si lo hacían, la pinchaban. Ha llegado el momento culminante de denunciar a una vecina que nunca devolvió las pelotas caídas en su jardín. Se trata de “La Francesa” su casa estaba en Guevara 464 donde ahora existe la biblioteca que, mi tío Juan Antonio Moretti, la atendió durante cincuenta años de modo honorario y que las distintas autoridades pertinentes omitieron reconocerle esa noble contribución.
La señora vivía sola en esa casa de paredes bajas que permitía destacar una enorme palmera. Los domingos por la tarde se asomaba y les pedía a los chicos que le compren los “scones” en la confitería “Popular” de Jorge Newbery y Giribone, al regreso les daba una propina. Un día me tocó ser el elegido, cuando volví con el paquete y abrió la puerta salí espantado sin recibir las monedas tibias de sus manos. Había descubierto en el cantero que rodeaba a la palmera, un montón de pelotas “Pulpo” que en su larga residencia había acumulado...
Cuando uno llegaba a jugar el fútbol en los potreros se encontraba con la “Superball”, una pelota de cuero, con una cámara de goma en su interior con un conducto saliente donde se insuflaba el aire. Luego se lo doblaba, se ataba con un hilo, se verificaba que no perdiera, se lo introducía en el interior y era sujetado con un tiento de cuero que cerraba a la pelota, como un cordón de zapatos. Esta era la verdadera “número cinco” que motivó a los jugadores a usar una gorra protectora de paño, para no dañar su cuero cabelludo cuando la cabecearan. Para el mantenimiento de la pelota después de los partidos, se pasaba por su contorno grasa animal levemente calentada.
Desde entonces ha evolucionado hasta llegar a tener una forma y peso que permite algunos toques de los habilidosos que se asemejan a las jugadas de billar. En los tiros libres se logran efectos como la caída abrupta cercana al arco rival. Los arqueros se quejan por su peso escaso dado que en los envíos cambian de dirección, a veces con lógicas inesperadas para ellos. Ahora no hace falta jugar con gorras, los jugadores sólo lucen tatuajes en sus brazos y vinchas para resguardar sus largas cabelleras.
La enorme cantidad de coches en las ciudades ha desalojado a los chicos de las calles, sólo algunos pueden hacer fútbol en el “baby” de los clubes. Su juego en los potreros sólo se practica en lugares lejanos donde aún no llegaron los dúplex. La policía tiene tantas complicaciones que se ha olvidado de aquellos vetustos edictos. Y la televisión impuso una extraña costumbre: la de ver con interés la reiteración de jugadas y goles sin agotar al espectador. Para el enfermizo grupo de nostálgicos que tengo el honor de presidir sólo nos devuelve aquel pasado, ver rodar por un “molinete” a la diminuta pelota de madera de un “metegol” instalado en alguna calle de nuestra Ciudad...
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