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martes, 9 de octubre de 2012

El Pibe Chacarita: Las manos prodigiosas



Las manos prodigiosas

Las manos de mi madre/ saben que ocurre por las mañanas/ cuando amasan la vida/ horno de barro, pan de esperanza...
“Las manos de mi madre” Canción de Peteco Carabajal y Jacinto Piedra.

            En las páginas 10 y 11 de la revista “Ñ”del sábado 14 de abril del 2012 el periodista Héctor Pavón mantiene una entrevista con el sociólogo estadounidense Richard Sennett en ocasión de la presentación de su libro “El  artesano”.  El autor literario nació en un barrio muy pobre de Chicago, hijo de rusos emigrados, trabajó en proyectos de viviendas en su ciudad natal y en la actualidad es profesor de la London School of Economics.  Se inició como violonchelista y cuando sufrió un percance en sus manos su vida dio un cambio trascendente.  En esa instancia se dedicó a la sociología donde estudio los procesos y desarrollos urbanos.  Es uno de los más agudos críticos y analistas del capitalismo global.  El mismo encuentra al trabajo manual no como un recuerdo del pasado, sino como una protección al futuro del hombre.  Aduce que el capitalismo posfordista, en el cual vivimos, a eliminado al hombre del escenario principal.  Este desplazamiento lo ocasionó la máquina de producción seriada, los artefactos de automación y la comercialización globalizada.  Luego sentencia: “Hoy, el nuevo modelo penetra al sujeto, magnifica al individualismo donde el otro es siempre un competidor”
            La lectura de este interesante artículo me transportó a la época previa a la llegada de la automación, donde se podía apreciar los oficios donde prevalecía la habilidad y la destreza manual.  Eran los artesanos que, en general, recibían de sus antepasados la herencia de los secretos de cada ocupación donde era imprescindible modificar la materia con las herramientas básicas en manos sensibles y dúctiles.  Se podía distinguir a las familias tradicionales del barrio por el oficio desplegado por sus distintas generaciones, a los apellidos se le adicionaba la ocupación laboral de: zingueros y hojalateros como Oreste Miraglia, impresores a los Sres Minetti, Astardamsky, Quiroga, Betta Hnos., el vitraux de Basìlico, Plà y Valor, o los bronceros: Araneo, Ferrari, Baldoni, Fernando López...
            Desde el oficio tradicional como el alfarero, existían; el soplador de vidrios, el luthier, el afilador de utensilios, el colchonero, el colocador de pliegos, el encuadernador, matriceros, ajustadores, torneros, soldadores, dactilógrafos, taquígrafos, frentistas, sastre a medida, el aparador de calzado, zurcidoras, bordadoras, tejedoras, remalladoras y tantos otros de la actividad rural, de la construcción o fabril, etc.  En general fueron sustituidas por procesos, innovaciones tecnológicas y materias primas, dando lugar a la temida desocupación y a la descalificación de las tareas de los trabajadores.  Cuenta el autor de la nota que cuando ocurrieron los suicidios de los empleados de France Telecom en la segunda mitad de 2009, Sennett se encontraba trabajando con su equipo en el desempleo a largo plazo en Wall Street y veía señales de alarma muy claras en el horizonte social estadounidense en particular, y mundial en general.  Allí observaba casos severos de alcoholismo y suicidio no sólo entre los que perdían sus trabajos sino también entre los que se quedaban y sufrían estrés y depresión por temor a quedar desocupados y fuera del sistema.  
            Ahora les cuento una historia personal de mi paso por la fábrica de Olivetti Argentina instalada en Merlo, Pcia de Buenos Aires.  Dedicada a la producción de máquinas de oficinas, las mismas  estaban conformadas por partes de plástico y una cantidad enorme de piezas metálicas para su posterior montaje.  Muchos de esos componentes se producían en prensas, balancines y tornos automáticos, por ello la gente de ingeniería buscaba aumentar la producción para responder a la demanda comercial.  En el año 1970 instalaron el primer mecanismo que funcionaba con la característica de un robot, eran dos brazos que colocaban y extraían de los balancines y prensas las piezas metálicas para el corte y su plegado.  Su presentación causó asombro a todo el personal, no paraban durante todo el día, no tenían ausencias ni licencias, no reclamaban mejoras de sueldos ni un ascenso en sus categorías.  En aquel momento, los testigos de ese fenómeno, no advertimos las consecuencias futuras.  Con el advenimiento del cálculo digital y la computadora, durante la década del ochenta la empresa cerró aquella planta modelo y unos cinco mil operarios y empleados quedaron desocupados.
            Otro hecho que influyó en la inactividad laboral fue la globalización, con el arribo masivo de mercaderías a precios por debajo de los locales.  Estos factores han producido una pérdida en la calidad de los puestos laborales ofrecidos, en general de servicios de seguridad, limpieza, promociones comerciales en condiciones precarias de estabilidad, sin los aportes previsionales y de seguridad social.  Al respecto el profesor Sennett nos dice que aún existe el capitalismo responsable como los alemanes, los holandeses, y los escandinavos, donde lograron combinar la necesidad social con economías fuertes.  También hicieron mucho mejor trabajo en lo relativo a formar obreros calificados. Y como un mensaje de esperanza afirma: “ Colaborar no es una cosa para hacer porque somos buenos, es una estrategia básica de sobrevivencia que frecuentemente olvidamos de aplicar”
            Para este antiguo narrador de historias con aroma a naftalina el sinónimo de prodigio y laboriosidad manual, eran las manos de nuestras madres.  En tiempo sin el invento de los electrodomésticos, transformaban los productos de la feria municipal en un manjar, de un simple ovillo de lana en un pulóver con guardas y con una aguja crochet un mantel para los grandes acontecimientos.  Entonces las cosas había que hacerlas perdurar así por las tardes, con un mate de base y una aguja zurcían las medias, mientras escuchaban el radioteatro de Carmen Valdez y Silvio Spaventa con dramas pasionales que le arrancaban lágrimas que esparcían sobre sus costuras.  Las veo amasando con la harina, huevos y agua para luego producir una fina masa con un palo redondo de madera que giraba con el impulso de sus hábiles manos. Luego de plegar la masa, un cuchillo en sus manos la transformaba en tallarines del mismo ancho, o con relleno una ruedita fabricaba cuadrados perfectos como ravioles de exposición.  Estos fideos con salsa y queso rallado en un plato sobre la mesa, con toda la familia como comensales, nos brindaban un día de fiesta con el placer de verlas a ellas a través del humeante alimento.  Tenían una alegría muy particular que disimulaba el cansancio de tareas interminables como aquella, de plancharnos el guardapolvo escolar con almidón “Colman” que le otorgaba a su tela una rigidez de armadura y un blanco inmaculado.  Con ellas no pudo la desocupación, la pérdida de categorización laboral, ni la foránea globalización logró importar mujeres  abnegadas con manos tan prodigiosas...    

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