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lunes, 9 de enero de 2012

La leyenda del bambú B.E. Newcombe


En las colinas del distrito de Kucheng, los árboles más valiosos son generalmente marcados con el nombre del propietario. Una manera común de transportar agua de las fuentes en la montaña para las villas es a través de ductos hechos de tubos de bambú, ensamblados unos con otros.

Un bellísimo árbol se hallaba entre decenas de otros en una hermosa colina; su tronco era oscuro y brillante, sus ramas se balanceaban con la brisa de la tarde.

Mientras lo admirábamos, oímos un leve rozar de hojas y un suave murmullo: “Ustedes me hallan hermoso, admiran mi tronco altivo y mis ramas graciosas, pero de nada me puedo jactar, pues todo lo debo al cuidado de mi amo. Fue él quien me plantó aquí en esta fértil colina, donde mis raíces bajaron hasta las fuentes ocultas y beben continuamente de su agua de vida, recibiendo alimento, refrigerio, belleza y fuerza para todo mi ser.”

“¿Ven aquellos árboles del otro lado, cuán tristes y sedientos parecen? Sus raíces todavía no han llegado a las fuentes de agua de vida. Pero yo encontré las aguas ocultas, nada me falta. ¿Están viendo estas letras en mi tronco? Observen de cerca – fueron grabadas profundamente. El proceso fue doloroso. En aquella ocasión quedé pensando por qué tenía que sufrir – pero fue la propia mano del amo la que usó el cuchillo, y cuando la obra terminó, con gran emoción y alegría reconocí que él grababa en mi tronco su propio nombre. Supe entonces sin ninguna duda que él me amaba y me daba valor, y quería que el mundo entero supiese que yo le pertenecía. ¡Puedo gloriarme perfectamente de eso, de tener un amo como él!”

Mientras el árbol nos hablaba de su amo, miramos a nuestras espaldas, y, helo ahí, el propio amo estaba allí. Miraba al árbol con amor y ansiedad, teniendo en sus manos un hacha afilada. “Necesito de ti –le dijo– ¿estás disponible para darte a mí?”.

“Amo –replicó el árbol– soy todo tuyo. ¿Pero de qué utilidad te puede ser alguien como yo?”. “Necesito de ti –le dijo el amo– para llevar mis aguas de vida a los lugares secos”. “Pero Señor, ¿cómo puedo hacer eso? Puedo ir hasta tus fuentes de agua y beber de ellas para nutrirme yo mismo. Puedo extender los brazos hacia el cielo y recibir tus lluvias refrescantes, creciendo fuerte y bello, y regocijarme porque tanto la fuerza como la belleza vienen de ti, y proclamar a todos que eres un buen amo. Pero, ¿cómo puedo dar agua a otros? Solamente bebo lo suficiente para susentarme. ¿Cómo tendría para dar a otros?”

La voz del maestro creció en ternura al responder: “puedo usarte si estás dispuesto. Sería necesario cortar todas tus ramas, dejándote desnudo y expuesto; yo te sacaría entonces de esta tu cálida morada entre los árboles y te llevaría al declive apartado de la colina, donde no habría nadie para hablar tranquilamente contigo – sólo matorrales y selva. Usaría también más de una vez el cuchillo filudo, para que todas esas barreras que todavía existen en ti sean cortadas una a una, hasta que quede el paso libre para mis aguas vivas a través de ti. Tú dices que morirás; sí, árbol mío, morirás, mas mi agua de vida correrá libre y sin cesar a través de ti. Tu belleza desaparecerá sin duda. De aquí en adelante, ninguno te mirará a ti, admirando tu frescura y gracia, pero muchos, muchos se agacharán y beberán de la corriente de vida que llegará hasta ellos libremente a través de ti. Es verdad, ellos ni siquiera pensarán en ti, pero ¿no irán ellos a bendecir a tu amo que les da su agua a través de ti? ¿Estarías dispuesto a eso, árbol mío?”

Contuve la respiración para oír la respuesta: “Señor mío, todo lo que tengo y lo que soy proviene de ti. Si tienes realmente necesidad de mí, entonces con alegría quiero darte mi vida. Si con mi muerte puedes dar tu agua de vida a otros, consiento en morir. Soy todo tuyo. Tómame y úsame conforme a tu voluntad, señor.”

La cara del amo se tornó todavía más tierna, pero tomó el hacha y con reiterados golpes derribó el hermoso árbol. El árbol no se rebeló, sino que se rindió a cada golpe, diciendo con suavidad: “Mi amo, conforme a tu voluntad”. El amo continuó golpeando con su hacha hasta que el tronco fue nuevamente cortado y la gloria del árbol, su maravillosa corona de ramas emplumadas, cayó para siempre.

Él ahora está realmente desnudo y expuesto, mas la luz de amor en el rostro del amo aumentó al tomar lo que restaba del árbol. Lo puso sobre sus hombros, y en medio de los lamentos de todos sus compañeros, lo llevó muy lejos, a las montañas. El árbol consentía en todo por amor de su amo, murmurando despacito: “Mi amo, conforme a tu voluntad”.

Al llegar a un lugar solitario y desolado, el amo se detuvo y nuevamente su mano tomó una herramienta de apariencia cruel, con un filo aguzado, y esta vez lo introdujo en el mismo corazón del árbol – pues quería hacer un canal para que fluyera Su agua de vida. Solamente a través del corazón quebrantado del árbol las aguas podían correr libres hacia la tierra sedienta. Sin embargo, el árbol no se quejó, sino que continuó susurrando con el corazón roto: “Mi amo, sea hecha tu voluntad”.

El amo entonces, con el corazón lleno de amor y mostrando en su rostro una gran compasión, continuó los golpes dolorosos y no los escatimó. El acero puntiagudo hizo su obra sin vacilación hasta que todas las barreras fueron removidas, y el corazón quedó por completo al descubierto, de punta a punta, satisfaciendo así el corazón del amo.

Él lo levantó entonces de nuevo y lo llevó, herido y sufriendo, hasta donde se hallaba oculta una fuente de agua viva, clara como cristal, burbujeante. Allí lo colocó en el suelo, tocando con una de sus extremidades las aguas milagrosas. Entonces la corriente de vida fluyó hacia dentro de él, descendiendo por el corazón del árbol, de punta a punta, a través del camino hecho por los golpes crueles. Una corriente suave fluyó sin ruido –hacia adentro, a través de él, y hacia fuera– siempre corriendo, sin cesar. El amo sonrió y quedó satisfecho.

El amo volvió en busca de otros árboles. Algunos rehusaban el tremendo dolor, pero otros se dieron a él plenamente, diciendo: “Mi amo, confiamos en ti. Haz con nosotros conforme a tu voluntad”. Él entonces los llevó uno a uno por la misma vía dolorosa y los colocó en hilera. A medida que cada nuevo árbol era colocado en posición, el agua de vida se derramaba clara y fresca de la fuente a través de su corazón herido, la línea se prolongaba cada vez más, hasta que finalmente alcanzaba la tierra seca. Entonces, hombres, mujeres y niños, que hacía mucho que estaban sedientos, se aproximaron y bebieron, y llevaron a los demás las buenas nuevas: “El agua de vida finalmente llegó – la gran sequía terminó; vengan y beban”. Y ellos fueron, bebieron y revivieron. El amo vio esto y su corazón se alegró.

El amo se volvió a su árbol y le preguntó: “Árbol mío, ¿lamentas ahora la soledad y el sufrimiento? Fue muy alto el precio – el precio de dar al mundo el agua viva?”. Y el árbol respondió: “¡No, mi amo, mil veces no! Si yo tuviese mil vidas, te las daría de buena gana por la bendición de saber, como sé hoy, que ayudé a hacerte feliz”.

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