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martes, 5 de febrero de 2013

El Pibe Chacarita febrero 2013



El cuartito del fondo”

Si me viera, estoy tan viejo, / tengo blanca la cabeza: /¿ será acaso la tristeza/ de mi negra soledad?...
“Amurado” (1926) Tango de J. De Grandis, P. Maffia y P. Laurenz.

Deseo presentarme como un señor mayor,  para las ciencias sociales un octogenario, que fue educado con ciertos valores que en la actualidad me cuesta revalidarlos.  En principio fui formado otorgando una verdadera consideración a los hechos y a las cosas.  En ese entonces el propósito era extender la vida útil de los elementos, con el uso cuidadoso y el mantenimiento.  Una cualidad apreciada eran los años de vida de cada objeto, un ejemplo era la heladera “Siam 90” sin freezer, con un gabinete tipo colectivo que nunca se oxidaba.  La estadística industrial mostraba que esa heladera duraba más que un matrimonio de aquel tiempo, los llamados “irrompibles”
Al permanecer tanto tiempo en el hogar, los objetos se adornaban con gestos, recuerdos, historias familiares generando un afecto especial.  Este hecho producía una conducta de atesorarlos en el momento de culminar sus servicios.  Costaba tirarlos o abandonarlos en la calle, por eso en las casas tipo “chorizo” en su fondo existía un “cuarto de trastos”, una especie de museo familiar.  Dado que heredé ese valor de custodio de las cosas tengo además, de un matrimonio perpetuo, un cuarto de cachivaches que los invito a recorrer.
Apreciaran la prolijidad y el orden del mismo, las cosas embaladas para evitar el daño de la humedad y  el depósito clasificado por su prestación.  Si elevan sus miradas observaran los rodados de nuestros hijos juntos a las antiguas arañas luminosas.  En artículos del hogar, están: la licuadora “Dinamix” aquella de un zumbido aeronáutico, la máquina de coser “Singer” a pedal que mi señora compró cuando se diplomó con el “Sistema Teniente”, el ventilador “Siam” con paletas de bronce, el tocadiscos manual “RCA Víctor”, el primer televisor en blanco y negro “Philco”,  la máquina de escribir “Studio 44 de Olivetti”, la plancha “Atma” que por su peso desarrollaba musculatura a las amas de casa, los juegos de nuestros pequeños: el Mecano, los soldaditos plomo, el andador, el globo terráqueo, el sulkyciclo, el Cine “Graf”, “El Cerebro Mágico” y tantos objetos más...
A pesar que todo funciona como el primer día, nadie los quiere recepcionar como donación y los que compran antigüedades ofrecen cifras irrisorias.  Hace unos días puse en la calle el primitivo maniquí que usaban los sastres y modistas para armar las costuras. Desde el interior de mi hogar pude observar la mirada extraña de los vecinos y sus comentarios jocosos, acerca del supuesto parentesco del mismo con el propietario de la casa.  De madrugada me reencontré  con el vetusto probador y a pesar que carece de brazos, sentí que algo tomaba mi cuerpo de modo fraternal
Algo similar acontece con nuestra biblioteca con libros de lectura de reconocidos autores y libros de nivel secundario y universitario.  Los hemos ofrecidos en carácter de donación a escuelas primarias, secundarias y también a una facultad.  Nos pidieron títulos, autor, fecha de edición quedando en contestar nuestro gesto.  Nunca respondieron.  Una bibliotecaria nos comentaba que en la actualidad todo es accesible por Internet, con una indiferencia por el texto en papel. Ahora que el tiempo me indicó de devolver mis objetos con afectos a la sociedad, está se encuentra refractaria.
Los pretéritos sentimientos se transformaron, el consumismo instaló el reemplazo programado de las cosas por obsolescencia con la atracción de ofertar una nueva prestación de la anterior o una innovación tecnológica.  Existe en los talleres de reparación y mantenimiento, la convicción que “sale más económico comprar uno nuevo que arreglarlo”  También la comercialización con tarjetas de crédito con pagos en cuotas, alentó al cambio de los productos domésticos.
No existe el tiempo del afecto que daba la perdurabilidad de los objetos, ahora la velocidad en la reposición impuesta no lo permite.  Se siente cierto orgullo de tener el objeto más moderno, da una jerarquía ante el grupo de familiares y amigos.  También ocurre con los últimos modelos de automóviles. 
Algo similar acontece con las uniones familiares, selladas con un contrato frágil e inestable.  En la mayoría de los casos prevalece lo transitorio, lo fugaz, sin un compromiso perdurable ante el desconcierto de sus descendientes.  Los mayores  observamos con asombro la precariedad de la estabilidad familiar, dado que fuimos formados en preservar: el enlace matrimonial, con todas sus posibles desavenencias pero, con un mayor índice de tolerancia con la influencia de la cultura del “cuartito del fondo” de aquellos caserones barriales.  Este comportamiento fue  desapareciendo con la llegada de los espacios reducidos de los  departamentos de las expensas y la indeferencia de establecer relaciones  entre los consorcistas.
Señores, estoy muy preocupado por la aparición de hombres con correajes y canastos de mudanzas, que intenten despojarme de estos objetos dejando huérfano el cuarto del fondo. Tengo el temor que junto a los “cacharros”  me lleven a un anticuario y aparezca en sus vidrieras como un maniquí vestido con mis tradi cionales trajes con sacos de tres botones, chaleco, camisa de cuello almidonado, moño, un sombrero tipo hongo y calzado abotinado.  Y que junto a mi vestidor familiar aparezca en una de mis manos esta propuesta comercial: Especie humana del pasado, un modelo del porteño del siglo treinta, soñador, atesoró las obras como recuerdos o trofeos vivenciales y ahora hasta sus herederos son indiferentes a la recepción  los mismos... 

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