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lunes, 13 de junio de 2011

Juvenilia en La chacarita de los colegiales


LA CHACARITA DE LOS COLEGIALES EN TIEMPO DE JUVENILIA

(En el 366 Aniversario del barrio de Chacarita, 28 de junio)

Seguimos historiando nuestros barrios de influencia (Chacarita, Colegiales y Villa Ortúzar), en la páginas de la revista Aquende, que nos permite informar a los vecinos sobre el pasado de esta pequeña patria donde nacimos y que tanto amamos. Pero sigamos el hilo de la narración.

Debemos ubicarnos –privilegio del pensamiento-, en el año 1865- años más, años menos-, sobre aquella época, el escritor argentino Miguel Cané, dejó interesantes recuerdos, en su novela “Juvenilia”, referida a rescatar recuerdos de sus tiempos como alumno del Colegio Nacional Buenos Aires, sucesor con el correr de los años, de aquel Colegio de San Ignacio y de San Carlos luego, que los sacerdotes jesuitas regentearon.

El lector recordará que el territorio que hoy conforma nuestros barrios pertenecía a las tierras de Chacarita –o sea Chacrita- donde los alumnos o colegiales pasaban sus vacaciones. Precisamente, a estos lugares se refiere el conocido escritor en su libro, que descuento es muy conocido, pero que siempre merece una nueva lectura.

Los alumnos llegaban a nuestros lares en coches de caballos o en carretas, no había otro vehículo para arribar a este lejano oeste y aquí se cobijaban en los caserones del Colegio, donde se veían todavía los restos de la vetusta Capilla.

Aquí no se estudiaba entonces y los muchachos de 14 a 18 años de edad, se dedicaban a recorrer la vasta región que entonces tenía su colegio y que aproximadamente se extendía entre el Arroyo Maldonado por el este, la avenida Elcano, por el oeste, la continuación de Warnes por el sur y las estribaciones del cercano pueblo de Belgrano por el norte.

Los estudiantes procuraban cumplir aventuras graciosas y emocionantes vulgarizados también por una película cinematográfica argentina. Son conocidos los episodios tales como la concurrencia a una baile en los límites de las extensiones propias del Colegio, y el retorno montando cuatro muchachos en un flaco caballo.

También se lee con gusto la llamada “Aventura de los vascos”, de la que nos ocuparemos con más detalles, por suceder en tierras que hoy son de Villa Ortúzar.

El caso es que en nuestra zona hace ya más de un siglo, había una extensa quinta vecina de Colegio, donde varios trabajadores vascos cosechaban riquísimos melones y sandías. Según el historiador arquitecto Héctor Otonello, especializado en esas investigaciones, la entrada a la quinta de los agricultores españoles estaba en la actual avenida Elcano. El ancho camino Elcano, era –en épocas de lluvia-, un zanjón que llevaba las aguas hacia el norte. Los jóvenes decidieron un día conseguir melones de manera poco normal: sustrayéndolos a los vascos. Cruzaron el zanjón, llegaron a los plantíos, tomaron los apetitosos melones…Y luego debieron escapar a la carrera, perseguidos por dos vascos armados de tridentes…En esos momentos Cané recordaba: “¡Buena, sana, alegre, vibrante, aquella vida de campo!” Nos levantábamos al alba, la mañana inundada de sol, el aire lleno de emanaciones balsámicas, los árboles frescos y contentos, el espacio abierto a todos los rumbos…El escritor acotaba que en lo que es hoy Villa Ortúzar, se extendía un alfalfar pintorescamente manchado por dos o tres parvas de pasto seco y más allá del melonar. Los estudiantes se dirigían a la actual esquina de Elcano y Sthepenson, en busca de la entrada a la quinta, entre Guevara y Roseti.

Estas descripciones nos causan asombro, porque nos cuesta imaginar nuestros barrios en ese año 1865. No queda nada de aquello; todo está habitado, lo surcan vehículos de todo tipo, el caserón de la Chacarita fue demolido en 1869. Pero así es el progreso y deben ser naturalmente admitido.

Fueron concluyendo los años de alegría de nuestros barrios –entonces una una feraz llanura en el oeste-, donde no había transporte público y sólo algunos anchos caminos polvorientos o transformados en lodazales según el clima.

En esa época se decidió su destino, para concluir en un cementerio enorme, con todo lo que ello significa, como freno de posibilidades. En efecto, en esa época, las autoridades municipales decidieron crear un gran parque en las tierras de Palermo que habían sido de Juan Manuel de Rosas.

Al estudiarse la zona, se comprobó que esos eran terrenos muy bajos y fácilmente inundables, por su escasa altura, la cercanía con el Río de la Plata y la existencia de arroyo Maldonado, que hoy corre entubado por la avenida Juan B. Justo. Por tal causa se empezó a buscar otra región de la provincia (entonces todavía no éramos capital), para levantar un bello parque y se pensó en los terrenos de la Chacarita de los Colegiales, nuestra región. La gestión no prosperó y continuó transformada en una llanura destinada a cultivos variados y cría de ganado.

Así se llegó al año 1871 y Buenos Aires sufrió –como hemos comentado en otros artículos de la serie que publica “Aquende”-, una tremenda epidemia de fiebre amarilla, que ocasiónó 14.000 víctimas. Las consecuencias fueron tristísimos porque no fueron suficientes los enterratorios y entonces se buscó un terreno alto, alejado de la ciudad capital ( cuyos límites lo determinaba en el oeste el arroyo Maldonado), que fuera fiscal y todavía poco habitado. Así se decidió el destino de nuestros barrios y se creó el primer cementerio denominado “La Chacarita”, donde hoy se encuentra el Parque Los Andes, en el cruce de dos caminos: Corrientes y Borrego. El vecino italiano don Agustín Comastri, cuya bella residencia se encuentra en Villa Crespo y es hoy el colegio industrial de la Nación N° 34, donó algunos sectores de tierra y ayudó a que se estableciera un paradero para el ferrocarril que traía los cadáveres a Chacarita, desde Pueyrredón y Corrientes, en vagones arrastrados por la histórica locomotora “La Porteña”.

Ese primer camposanto se inaugura el 14 de marzo de 1871, por disposición del gobernador de la provincia de Buenos Aires, don Emilio Castto, asignándoles siete hectáreas bordeadas por un muro en el frente y cercos vivos y de alambre en el resto. A la “Chacarita Vieja”, llegaban los visitantes y ello fue mejorando el aspecto de la zona, al aparecer algunos comercios propios de las circunstancias. En 1873, se decidió en clausurar el cementerio para ampliarlo y se pensó en tierras vecinas, también del Estado, precisamente las que habían sido del Colegio de Buenos Aires y cuyas antiguas construcciones todavía se veían, pero muy deterioradas. Se marcaron así casi 70 hectáreas en tierras altas ( a 20 metros sobre el nivel del rio) y varios caminos, las actuales calles Borrego, Corrientes, Jorge Newbery, Federico Lacroze (o Colegiales) Elcano, Warnes, Chorroarín, entre otras de menor importancia.

Por 1875, el viejo cementerio estaba casi abandonado y rodeado por praderas donde –incluso- abundaban las liebres, que eran cazadas por los habitantes. Por tal causa se compró al vecino Mariano Medrano una fracción de tierra para ensanchar el primero, realizándose obras de mejoramiento y construyendo un muro perimetral.

Poco a poco se iban levantando ranchos en la región y por Corrientes y Dorrego (esquina SE) había un pulpería que se llamaba “La Tapera” y que persistió hasta la década del cuarenta. Otro edificio de valor histórico era una construcción de estilo hispánico, con techo de tejas de hierro, que estuvo hasta 1945, en los fondos del Club Atlanta. Se asocia la construcción con algunas llegadas al lugar de don Juan Manuel de Rosas, que vivía por 1838 en su residencia de Palermo y que a veces visitaba también el diplomático inglés Henry Southern, dueño de una quinta de recreo en Villa Crespo.


Este artículo fue publicado en el número 15 año 2 en la revista Aquende, año 1986, por el Prof. Diego A, del Pino, incansable investigador que ha divulgado en nuestra revista más de 200 artículos sobre la historia de nuestros barrios. El partió físicamente en el año 2008, pero deja un enorme legado de investigaciones, y su libros y artículos son material de consulta por alumnos primarios, secundarios, de la universidad y vecinos y lectores como usted, que valora un honesto trabajo intelectual e investigativo que ya queda en la historia de nuestra zona.

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