Cada vez que me
recuerdes / la noche amiga me lo dirá /y donde el cielo y el mar se pierden
/ cuantas estrellas me alumbrarán...
“Cada vez que me
recuerdes” (1943) Tango de José M. Contursi y Mariano Mores.
En aquella época aún no se habían
inventado la televisión, la computadora ni el teléfono celular, hasta había
pocos coches en las calles dejando ese espacio para los juegos de los chicos y
los vendedores ambulantes. El ritmo de
la vida transcurría de un modo calmo, no existía la urgencia de hacer las cosas
con el vértigo de nuestros días. María
Elena Walsh lo expresaba con “en mis tiempos había tiempo” y lo simbolizaba con
el gesto de los hombres elevando suavemente sus sombreros para saludar a los
vecinos. Para simplificar y acelerar los
hechos cotidianos, la sociedad derogó la cordialidad eliminando el uso del
sombrero...
Era el tiempo que el fútbol de Primera se
jugaba sólo los domingos, cuando llovía y la pelota no rebotaba en el césped,
se suspendía la fecha. Para algunos esa
circunstancia los llenaba de una melancolía capaz de producir la indigestión de
los ravioles del mediodía. Para otros, un domingo gris tenía otros
matices tentadores. Algunas familias
optaban por pasar toda una tarde en la matinée del cine del barrio,
presenciando tres películas y los Sucesos Argentinos con intervalos de maníes
con chocolate...
Para
los amantes de los juegos de salón, que estaban disponibles en los hogares, era
una fecha especial para congregar a toda la familia entorno a la mesa de los
grandes acontecimientos, en esta oportunidad cubierta con un paño verde
gamuzado. Era el escenario para jugar a la lotería familiar con el poroto
cotizado a cinco centavos, a los naipes con las variantes del truco, la escoba
de quince, el chinchùn, los dados capaces de originar una generala doble y
provocar un estallido despertador de las apreciadas siestas domingueras, o los
juegos de inteligencia como las damas y el ajedrez...
Otros
optaban quedarse al abrigo de su casa con la calidez de una taza de chocolate
con churros, con la delicia de mirar las fotos del álbum familiar. Estos de tapas gruesas las contenían sujetas
a cuatro esquineros dorados, un separador de papel transparente las protegía de
la atmósfera que las tornaba del blanco y negro al color sepia de los hechos
remotos. El de mi familia tenía un aroma
especial a naftalina que, además de protegerlo de las polillas, le otorgaba el
clima de un tiempo pasado. La ceremonia
congregaba a toda la parentela al lado de este libro mágico, pues a cada vuelta
de sus hojas surgía una historia con personajes cercanos. Lo increíble que cada vez que se volvían a
ver esas imágenes surgían hechos que la distinguían de las anteriores versiones
orales. Nuestros mayores se constituían
en verdaderos narradores de crónicas atrayentes que, simultáneamente fijaban
valores morales rectores.
A mis antepasados que vivieron en Europa los
conocí por el álbum familiar, que tenía en su presentación las fotos del
casamiento de mis padres. ¡Qué extraño!
Mi padre está sentado cerca de un mueble artístico y mi madre a su lado
parada con un ramo de flores y en el fondo un espeso cortinado. Luego de manera cronológica las fotos de mis
hermanos mayores en los episodios trascendentes de la vida. Mi llegada en los albores de la década
treinta del siglo pasado, está reflejada con mi cuerpo desnudo apoyado sobre
una piel. Las sucesivas etapas de mi
existencia están registradas en el Jardín Zoológico, el Primer Grado Inferior,
la Primera Comunión, un verano en el Balneario Municipal, con mis compañeros
del secundario, el día de los pantalones largos, el servicio militar, el primer
veraneo en el mar en la década del cincuenta, las Bodas de Oro de mis Padres,
con mi primera novia en el Rosedal...
Cuando algunas de estas fotos tenìa
un motivo trascendente su destino era contenerlas en un marco dorado con vidrio
y destinarle un espacio en algunas de las paredes del hogar. En esas circunstancias la casa asumía un
lugar de exposición permanente de cuadros que nos recordaban episodios de
nuestra familia. Algunas de ellas si
sobresalían podían llegar a la categoría de públicas, si eran expuestas en las
vidrieras de las casas de fotografías del barrio tales como: “Fermoselle”, “Los
Ángeles” de Federico Lacroze y Roseti, “D`Amico” de Córdoba y Santos Dumont,
“Los Andes” de Dorrego y Corrientes...
El hecho de mirar el álbum familiar
de aquellos días donde la vida transcurría silenciosamente, constituye para mí
una extraña experiencia. Es como si de
un modo mágico vuelvo a recorrer las instancias pasadas con la edad de
entonces. Parece que el álbum me otorga
la gracia de un viaje adicional por la vida, con mis padres aún jóvenes y
rodeados de mis afectos queridos. A menudo me cuesta reconocer a algunos de
ellos por sus naturales transformaciones.
Los paisajes del barrio me sorprenden con las casas antiguas de baja
altura, que nos permitían observar con curiosidad todo el firmamento.
Con la llegada de las fotos
digitales tomadas desde los celulares y el fenómeno de su visión instantánea,
no logro conjeturar la forma del futuro álbum familiar sin los esquineros
dorados. Quizá esta limitación
imaginativa se deba por pertenecer a la generación del revelado de las fotos en
una cámara oscura con una luz difusa roja, además con un tiempo de espera para
descubrir la aparición de la figura definitiva a través de un transparente
negativo.
Todo lo narrado lo he revivido
leyendo la nota de Raquel Garzón en la Revista
“Ñ” del 5 de marzo de 2011 cuando evoca: “La fotografía familiar es la
puesta en escena y la memoria de estar juntos”. “Si elijo esta imagen entre
todas las que conservo es porque su historia cuenta con ternura un retazo feliz
de la mía y, también, porque documenta, en una postal de extrema dignidad, un
atisbo del proceso que más le cuesta a nuestra especie: envejecer”... Esta es su poesía: “Lo que amas, / eso que tu corazón repite / con palabras de
lluvia / tejes sin prisa en los recreos del invierno, / mientras la isla de tus
sueños envejece / Lo que amas / te conoce y te desata / Ha viajado contigo sin herir, / habla de tus lenguas y tus furias, / tus
gritos de maíz, tu mala suerte. / Brilla, bajo la piel que eliges, / como un
tatuaje de arena”...
No hay comentarios:
Publicar un comentario