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jueves, 11 de febrero de 2010

Enrique Banchs, un poeta de "culto"



Por Omi Fernández


La historia de la música y de la literatura dan cuenta de muchos artistas que en el pináculo de su carrera, deciden silenciar su voz creadora, tal es el caso de Gioacchino Rossini (1792-1868), compositor italiano, autor de óperas que, aún hoy, integran las temporadas líricas de los grandes teatros del mundo, tales como Semiramide, La Italiana en Argel y El barbero de Sevilla, entre muchas más. Guillermo Tell se estrenó en 1827, cuando tenía 37 años de edad. Fue la última que escribió y pasó los cuarenta años restantes de su vida, dedicado a otra gran pasión: la gastronomía. Pese a la decisión de no componer más óperas, no abandonó nunca el mundo musical, y hasta escribió algunas piezas breves.
Otro ejemplo es el del poeta francés Arthur Rimbaud (1874-1891) con una obra ampliamente reconocida, como “Una temporada en el Infierno” y “Las iluminaciones”, ésta publicada en 1974, es decir, a sus veinte años, a partir de la cual elige apagar su voz poética, y vive los 18 años restantes viajando por Europa y África.
En nuestro país, específicamente en la calle Delgado al 800, corazón del barrio de Colegiales, un poeta: Enrique Banchs (Buenos Aires, 1888-1968) toma idéntica decisión. Sus cuatro libros de poesía los da a conocer entre 1907 y 1911, y luego no publica ningún otro por el término de más de cincuenta años. En el año 1936, al cumplir sus bodas de plata de silencio editorial, Jorge Luis Borges, gran admirador de Banchs, escribe: “Tal vez su propia destreza le hizo desdeñar la literatura como un juego demasiado fácil”.
Las especulaciones sobre las razones de esta elección, fueron muchas. Sin embargo, pertenecen más al terreno de lo anecdótico que a lo estrictamente literario.
Los sonetos de Banchs responden a una exquisita sensibilidad y a un impecable manejo de la lengua. De un amor no correspondido, deja testimonio en estos versos del poema Balbuceo:
“Si tú no volvieras nunca,más vale que yo me muera...;pero siento que no quieres,no quieres que yo me muera.”
Sus temas fueron el amor ausente, la soledad tanto en el amor como en la vida y el tiempo.
En el poema “Desaliento” dice:
“Tengo mi fe en la duda que es una esfinge muda
Y en mí que aliento y crío la dolorosa duda:
Yo siento la vergüenza de haber nacido espada
Sin tener el aliento para ir a la cruzada.”

Es cierto que su vasta cultura y su afinidad con los poetas clásicos, lo lleva a elegir el soneto como vehículo formal y, es sabido que, en la época de Banchs, se privilegiaban facturas innovadoras. El soneto como forma poética era desvalorizado por los críticos. Esto, empero, no debilita su poesía y lo validan las palabras de Borges, quien en un reportaje, dijo: “No era un hombre original; no innovó, no pertenece especialmente a ninguna escuela. (…) Enrique Banchs escribió simplemente sonetos perfectos, en todos los sentidos de la palabra, no en el meramente técnico.”
Sus obras fueron: Las barcas (1907), El libro de los elogios (1908), El cascabel del balcón (1909) y La urna (1911).
Trabajo como periodista colaborando con los diarios La Prensa y La Nación, Fue presidente de la S.A.D.E. (Asociación Argentina de Escritores) y miembro de la Academia Argentina de Letras.
En el año 1958, recibió el premio Vaccaro y en el discurso de aceptación, dijo: “Un poeta ni siquiera sabe qué es poesía. No hace más que intentar el descubrimiento de su alma y, como todo navegante de regreso a sus lares, quiere luego narrar con la ingenuidad fabulativa de quien ha visto las cosas por primera vez, los hallazgos sólo maravillosos porque no se han desprendido por entero del misterio en que yace todo lo que existe”.
Amerita dejar constancia que el importe del premio mencionado lo donó al Hospital de Niños y a la Asociación Argentina de Escritores.
Roberto F. Giusti uno de sus prologuistas, dijo que Banchs: “fue cronológicamente, la primera gran revelación argentina del siglo” y Leonidas de Vedia realizó un estudio de su obra publicado en 1964 por Ediciones Culturales Argentinas. Asimismo, en el año 1973, la Academia Argentina de Letras reeditó su obra completa.
Su poesía no fue popular, fue esencialmente un poeta de “culto”, recibió la admiración y el reconocimiento de sectores cerrados dentro de la cultura nacional de la época, quizá también sea esto parte de su tendencia a pasar desapercibido, al silencio y al olvido.
Los versos finales de “Caminemos” ilustran su pensar, así:
“He aquí que mis pasos dejan míseras huellas,
Y dentro de un momento ya no habrá nada de ellas,
Nada que quede y diga que por aquí he pasado.
(Así ha de ser todo: como no ejecutado…)
Con el hogar que alumbra, con la lluvia que pasa,
Con las gentes que cumplen su destino sin yerro…
Caminemos, mi perro; caminemos, mi perro…”

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