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jueves, 8 de abril de 2010

¿TE ACORDAS DEL MANICERO?

Vendedores y servicios ambulantes


En oportunidades creo escuchar voces y sonidos familiares: la siringa del afilador, el triángulo del barquillero, la corneta del manisero, el “diareooo” del canillita. Pero ya no están, pertenecen a un ayer que sólo vive en el recuerdo de unos pocos que, como yo, en el mejor de los casos, todavía peinamos canas.

Así, mis recuerdos alcanzan al vendedor de helados Noel con gusto a crema, limón o chocolate, que los llevaba en un triciclo o cargados a sus espaldas y el hielero que trozaba con su serrucho, y nos vendía el hielo que mantendría fresca nuestra bebida, colocada en la pileta de lavar la ropa o en una heladera de madera forrada interiormente con cinc

El vendedor de pescados voceando “peyerreye fresco… fresco señora”, sus dos canastas con la mercancía protegida por una arpillera húmeda, y sostenidas por una caña apoyada en el hombro.

Los lecheros tenían su hermoso carrito fileteado tirado por un caballo y los vendedores de frutas pasaban empujando el suyo al grito de “sandia” calada, “sandia” colorada, mientras una sandía mostraba su interior rojo salpicado por el negro de sus semillas.

Veo todavía al mimbrero (sentado en la vara y con el pie apoyado en el pescante), y el lento desplazamiento de su carro, colmado de artículos de mimbre (sillas, hamacas, canastos) y plumeros.

Con menos frecuencia, podíamos observar al vendedor de pavos, que trababa las patas del animal elegido por el cliente con una varilla larga, para poder tomarlos.

El barquillero nos hacía girar su "ruleta" que indicaba la cantidad de los apetitosos barquillos que nos daría por diez centavos y al "pirulinero" le comprábamos esos caramelos, con forma de conos puntiagudos, con un palito para sostenerlos, que se nos pegaban tenazmente a nuestros dientes al morderlos.

El botellero y su grito, mientras empujaba las varas de su carro: "Boteiéééro, boteias, diarios, camas viejas ... algo para vendeeer" Utilizaba una "romana" de conocida dudosa exactitud para pesar los diarios o los metales que compraba. Si bien tiene pocas coincidencias en su forma de trabajar con los actuales "cartoneros", los dos son la imagen de un mismo drama: la pobreza


Generalmente en las plazas, se encontraba el manisero con su carro en forma de locomotora y saliendo humo por su chimenea, vendiendo maníes y lupines calentitos.

Eran característicos los acordes emitidos por la armónica del organillero para anunciarse. Mientras accionaba su organito, su inseparable cotorra extraía de un pequeño cajón el papel, en el que invariablemente nos auguraba buena suerte ...

El canillita (nombre que le quedó al vendedor de diarios por el chico piernas flacas que los vende, en una obra de Florencio Sánchez) voceaba sus “diareeeos" ….. "Prensa, Nación, Mundo”, por la mañana, y al atardecer “Crítica, Razón quinta”.
En el domicilio del cliente, el colchonero abría con la cardadora los vellones apelmazados y reemplazaba el viejo cotín de los colchones habituales en esos tiempos.

Otro vendedor ambulante de servicios fue el afilador de tijeras y cuchillos. El do-re-mi-fa-sol-la-mi--mi-la-sol-fa-mi-re-do de su armónica lo anunciaba a la distancia. Hoy, todavía, se puede ver alguno pasar con su bicicleta con la piedra adosada, aunque ya las tijeras se usan poco en las casas, los cuchillos de acero Solingen quedaron en el recuerdo y los actuales, que desgarran más que cortar, no se afilan sino se tiran.

Era familiar el vendedor de sillas de madera con asiento de junco, comunes por esos años. Sillas livianas, relativamente cómodas y las bajas eran utilizadas por las personas cuando se sentaban en la puerta de sus casas, para gozar del fresco del anochecer estival y conversar con el vecino.

El lustrabotas contaba con un banquito donde sentarse y su cajón, que tenía una madera en su parte superior para apoyar el zapato mientras lo lustraba, estaba repleto de tintes, pomadas, cepillos y franelas



Foto coloreada de un tambero ordeñando su vaca en la calle, aprox.1920

Nos cuenta Bernardo González Arrili, historiador y escritor costumbrista argentino: "Cada 3 ó 4 cuadras existía un tambo...por la mañana y al oscurecer el tambero salía a la calle con un par de vacas y sus respectivos terneros embozalados, mas su medida de hojalata colgada de la faja y un rebenque largo...deteníase en la consabida casa, mediaba o llenaba su medida de a litro, volcábala en una jarra o la olla que sacaban a la puerta mujeres o chiquilines"

En una época en que la cámara fotográfica no estaba al alcance de la mayoría de la población, el fotógrafo de plaza era una verdadera institución.

Sacarse una foto era una ceremonia. Oculto en una tela negra en la parte posterior de la máquina, el fotógrafo nos daba indicaciones de la forma cómo posar (no se podían sacar en movimiento). Luego de unos minutos nos entregaba la foto revelada. Por él quedó registrado importante testimonio de época. Hoy, desafortunadamente, casi han desaparecido

En la imagen un vendedor por la década de 1930.
Su carro tiene la particularidad de contar con cuatro ruedas, cuando habitualmente tenían únicamente las dos grandes.
No llego a distinguir su mercancía, tal vez verduras o frutas, aunque las bolsas, en la parte superior del carro, parecerían indicar que era una mercancía menos delicada, quizás carbón de leña.


En una época donde no existían los enormes y despersonalizados centros de comercialización integrados, ni las ofertas lleve dos pague uno, buena parte de las compras diarias de una casa y algunos servicios se hacían por medio de los vendedores ambulantes, muchos de los cuales llegaban a tener una relación cordial con sus clientes habituales.
Para más anécdotas les recomendamos visita: www.mivillaortuzar.com.ar



1 comentario:

  1. Estos recuerdos de los viejos vendedores ambulantes se halla en la web www.mivillaortuzar.com.ar

    Allí también encontrarán recuerdos de una niñez y un barrio que ya no existen.

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