La dicha es un castillo/ con un puente de cristal!.../ Camina suavemente/ si la quieres alcanzar...
“Tu íntimo secreto” (l930) Tango de Héctor Marcó y Graciano Gómez
En Memoria de Jorge Ciotti (1953-2012) Fundador de Bomboneria Ciotti
A menudo llego al conocimiento de historias que
provocan en mi mente
la
reminiscencias de sucesos que permanecían en el “archivo” de la memoria,
y que esta los rescata, para revivirlos procurando lograr su antigua lozanía.
Esto me ocurrió cuando terminé de leer el
cuento “Las dulzuras del hogar” de la escritora Mary Flannery O’Connor,
dedicada a la literatura del Sur de los Estados Unidos de Norte América. En síntesis: el argumento trata sobre la
relación de una madre viuda con Thomas su único hijo, un adolescente que ante
cualquier acontecimiento de su vida evoca la forma de proceder de su
padre. La madre es muy generosa y
realiza actos de beneficencia para la comunidad, hasta llega a recibir en su
hogar a una joven presidiaria en el proceso de readaptación en la sociedad. La convivencia diaria con una chica tan
especial le causará a Thomas un terrible trastorno. Hará lo imposible para volver a vivir solo
con su madre, o como en casi todos los cuentos, su destino será definido por un
final inesperado.
El
hecho que actuó como un disparador en mí memoria fue el instante cuando, en la
citada narración, Thomas evoca a su padre en unos de los gestos que más lo
impresionaron, y así lo expresa textualmente: “Llevar bombones era la cosa más
bonita que más le gustaba hacer. Cuando
alguien de su misma categoría social se trasladaba al pueblo, lo visitaba, le
llevaba una caja de bombones. Cuando
alguno de los hijos de sus amigas tenía niños o ganaba una beca, lo visitaba y
le llevaba una caja de bombones. Cuando
un viejo se rompía la cadera, él estaba en su cabecera con una caja de
bombones. A él le había divertido la
idea de llevar una caja de bombones a la cárcel...”
La forma de proceder del padre de Thomas en
el acto de dar un regalo como un gesto sincero de amor hacia al prójimo, me
remitió a una época en que era frecuente ese tipo de actitudes entre los seres
humanos. En aquel entonces los bombones,
estaban cómodamente alineados en las estanterías de vidrio de las vitrinas de
las panaderías y confiterías del barrio además, tenían un precio accesible. Allí esperaban, con sus “uniformes” de papel
plateado, que alguien los eligiera para endulzar el paladar de sus
destinatarios.
La gente no disponía de una variedad de
alternativas para optar entre los obsequios, “esos para salir del paso y quedar
bien”, ni estaba tan abrumada con las cuestiones económicas. Entregar una caja de bombones en las manos
del receptor elegido representaba, para aquellas generaciones de románticos, un
acontecimiento sublime.
Una vez que alguien del barrio decidía por
los bombones que le regalaría a su agasajado, se dirigía hasta Dorrego al
quinientos donde Ciotti los elaboraba y, debía optar por la caja de regalo que
los contendría. Las comunes, eran de un
fino cartón, con forma rectangular, de altura según el peso requerido, con el
solapado de dos de sus laterales. En su
exterior las cajas tenían distintos motivos coloreados de modo tenue, con el
resalte de los bordes dorados. El cierre
de la caja se aseguraba en su parte superior con el prolijo moño de un hilo
fino trenzado o una cinta de color acorde a los del envoltorio. Las cajas de lujo se distinguían por sus
formas, el papel aterciopelado de su cobertura, sus adornos, que en ocasiones
tenían reproducciones de cuadros famosos Además de atesorarlas como recuerdos,
estas cajas se incorporaban a los artefactos de la casa como: para guardar
fotos, cartas, útiles escolares, o quizá con el destino de un pequeño
costurero...
Luego se le señalaba al comerciante los
bombones elegidos, para que este los tomara con una pinza de plata y los
acomodara con delicadeza en la caja. Por
los colores de su envoltura brillante, por sus formas o quizá por su “desnudez”
en el marrón glacé, el chocolate amargo, o el de turrón, eran de fácil
identificación. Un capítulo especial era
la sensación que causaba, ante una invitación, el hallazgo de un bombón de
licor resultaba gratificante y arriesgado desgustarlos sin derramar su
apreciado contenido dulzón
Para
que las nuevas generaciones comprendan la presente exaltación que hago a ésta
golosina de chocolate, azúcar con distintos rellenos, les informo que “en el
tiempo del jopo” a las mujeres guapas y atractivas se las calificaba como un
“bombón”...
Los “galanes del pasado” si no elegían
bombones para cortejar a sus amadas,
los reemplazaban por las
orquídeas en cajas de celuloide transparente, estas delicadas flores eran
suntuosas y consideradas como un presente de jerarquía pero, carecían del poder
seductor del chocolate...
Si algún día Tomas leyera esta nota, a escondidas de su madre, no dudaría
en reconocer que su autor posee sentimientos similares al los de su padre...
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