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viernes, 11 de mayo de 2012

“Bombones de licor” por El Pibe Chacarita


La dicha es un castillo/ con un puente de cristal!.../ Camina suavemente/ si la quieres alcanzar...                             

“Tu íntimo secreto” (l930) Tango de Héctor Marcó y Graciano Gómez

 

En Memoria de Jorge Ciotti (1953-2012) Fundador de Bomboneria Ciotti

           
A menudo llego al conocimiento de historias que provocan en mi mente
la  reminiscencias de sucesos que permanecían en el “archivo” de la memoria, y que esta los rescata, para revivirlos procurando lograr su antigua lozanía.
                        Esto me ocurrió cuando terminé de leer el cuento “Las dulzuras del hogar” de la escritora Mary Flannery O’Connor, dedicada a la literatura del Sur de los Estados Unidos de Norte América.  En síntesis: el argumento trata sobre la relación de una madre viuda con Thomas su único hijo, un adolescente que ante cualquier acontecimiento de su vida evoca la forma de proceder de su padre.  La madre es muy generosa y realiza actos de beneficencia para la comunidad, hasta llega a recibir en su hogar a una joven presidiaria en el proceso de readaptación en la sociedad.  La convivencia diaria con una chica tan especial le causará a Thomas un terrible trastorno.  Hará lo imposible para volver a vivir solo con su madre, o como en casi todos los cuentos, su destino será definido por un final inesperado.  
                               El hecho que actuó como un disparador en mí memoria fue el instante cuando, en la citada narración, Thomas evoca a su padre en unos de los gestos que más lo impresionaron, y así lo expresa textualmente: “Llevar bombones era la cosa más bonita que más le gustaba hacer.  Cuando alguien de su misma categoría social se trasladaba al pueblo, lo visitaba, le llevaba una caja de bombones.  Cuando alguno de los hijos de sus amigas tenía niños o ganaba una beca, lo visitaba y le llevaba una caja de bombones.  Cuando un viejo se rompía la cadera, él estaba en su cabecera con una caja de bombones.  A él le había divertido la idea de llevar una caja de bombones a la cárcel...”
                        La forma de proceder del padre de Thomas en el acto de dar un regalo como un gesto sincero de amor hacia al prójimo, me remitió a una época en que era frecuente ese tipo de actitudes entre los seres humanos.  En aquel entonces los bombones, estaban cómodamente alineados en las estanterías de vidrio de las vitrinas de las panaderías y confiterías del barrio además, tenían un precio accesible.  Allí esperaban, con sus “uniformes” de papel plateado, que alguien los eligiera para endulzar el paladar de sus destinatarios.
                        La gente no disponía de una variedad de alternativas para optar entre los obsequios, “esos para salir del paso y quedar bien”, ni estaba tan abrumada con las cuestiones económicas.  Entregar una caja de bombones en las manos del receptor elegido representaba, para aquellas generaciones de románticos, un acontecimiento sublime.
                        Una vez que alguien del barrio decidía por los bombones que le regalaría a su agasajado, se dirigía hasta Dorrego al quinientos donde Ciotti los elaboraba y, debía optar por la caja de regalo que los contendría.  Las comunes, eran de un fino cartón, con forma rectangular, de altura según el peso requerido, con el solapado de dos de sus laterales.  En su exterior las cajas tenían distintos motivos coloreados de modo tenue, con el resalte de los bordes dorados.  El cierre de la caja se aseguraba en su parte superior con el prolijo moño de un hilo fino trenzado o una cinta de color acorde a los del envoltorio.  Las cajas de lujo se distinguían por sus formas, el papel aterciopelado de su cobertura, sus adornos, que en ocasiones tenían reproducciones de cuadros famosos Además de atesorarlas como recuerdos, estas cajas se incorporaban a los artefactos de la casa como: para guardar fotos, cartas, útiles escolares, o quizá con el destino de un pequeño costurero...
                        Luego se le señalaba al comerciante los bombones elegidos, para que este los tomara con una pinza de plata y los acomodara con delicadeza en la caja.  Por los colores de su envoltura brillante, por sus formas o quizá por su “desnudez” en el marrón glacé, el chocolate amargo, o el de turrón, eran de fácil identificación.  Un capítulo especial era la sensación que causaba, ante una invitación, el hallazgo de un bombón de licor resultaba gratificante y arriesgado desgustarlos sin derramar su apreciado contenido dulzón
                        Para que las nuevas generaciones comprendan la presente exaltación que hago a ésta golosina de chocolate, azúcar con distintos rellenos, les informo que “en el tiempo del jopo” a las mujeres guapas y atractivas se las calificaba como un “bombón”...
                        Los “galanes del pasado” si no elegían bombones para cortejar a sus amadas,
los reemplazaban por las orquídeas en cajas de celuloide transparente, estas delicadas flores eran suntuosas y consideradas como un presente de jerarquía pero, carecían del poder seductor del chocolate...
Si algún día Tomas leyera esta nota, a escondidas de su madre, no dudaría en reconocer que su autor posee sentimientos similares al los de su padre...

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