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martes, 26 de noviembre de 2013

El Pibe Chacarita Noviembre 2013






Una casa... ¿ Sin calor de hogar?   

¡Todo fue tan simple!/ ¡Claro como el cielo! / ¡Bueno como el cuento/ que en las dulces siestas/ nos contó el abuelo...
“Caserón de Tejas” (1941) Vals de Sebastián Piana y Cátulo Castillo.

Perdón por mi atrevimiento, les voy pedir que mientras desarrollo mi mensaje, ustedes vayan recordando el lugar de su antigua casa donde se sientieron reconfortados y permanecieron durante más tiempo. Yo en este mismo instante lo tengo en la mente y prometo compartirlo con ustedes.  Una de las situaciones que deben enfrentar la generación de adultos mayores, en la cual me incluyo, es la adecuación al vértigo de los cambios sociales y tecnológicos que a diario se presentan.  En general, con situaciones inéditas de renovación continua, tales como: valores morales, creencias, forma de vida, relaciones familiares, logros científicos, educación y otras, que ustedes estarán recordando. 
Para situarlos a que generación involucro en su conducta ante los cambios, somos los que: nacimos en nuestros hogares atendidos por una partera, no asistimos al jardín de infantes por su inexistencia, cursamos la primaria usando el lápiz “Faber” Nº 2, la lapicera con pluma cucharita humedecida con la tinta “Elefante”, aún las escuelas no eran de sexo distintos, una mayoría a su egreso comenzaban su experiencia laboral, luego inauguramos los pantalones largos, recién a los dieciocho años pudimos ingresar al café de la esquina, nos pusimos de novio con una chica del barrio, hicimos el servicio militar, cumplimos con todos los requisitos y demandas morales con ese modelo, constituimos una familia tipo: “Contigo, pan y cebolla”, es decir el llamado “Matrimonio Irrompible”...
Ahora nos vimos conmovidos por un informe con un “pronóstico reservado” respecto a las cosas de nuestra vida diaria que irán desapareciendo en un futuro inmediato.  Casi todos han sufrido el impacto de la computadora, el teléfono celular y la automación,  como sus reemplazantes.  Tomen nota: el correo, dicen que sólo se usa en la actualidad para recibir correspondencia de publicidad y facturas. El cheque, aducen que en Inglaterra se le extenderá el “certificado de defunción” en el 2018.  Los diarios y los libros, se bajaran de la computadora pero, abonando una suscripción.  El teléfono fijo, que en el pasado era un motivo para la compra o el alquiler de una vivienda.  La televisión que será reemplazada por la pantalla de la computadora con aranceles para acceder a películas o música.  Pero el vaticinio más preocupante es la pérdida de la privacidad, con cámaras en las calles, con controles: de viajes, compras de bienes, impositivo y, de tu vida privada.  De esta forma también quedaran excluidas las vecinas del barrio que, barriendo sus veredas sabían las historias de todos los personajes con vida cuestionada.
Leyendo la nota de Miguel Jurado en el diario “Clarín” de la página 43 en la edición del miércoles 17 de julio de 2013, siento que está planeada la desaparición de un lugar geográfico de la casa cercano a mis afectos. El titular que me conmovió dice: “La vieja cocina está en el horno”, más abajo: “Como ambiente tiende a desaparecer. La tendencia es reducirlo al mínimo: todo en un placard” Unos de sus párrafos expresa: “No va ser raro que en poco tiempo las cocinas se reduzcan al mínimo y sean apenas un placard en el living, con imanes pegados en las puertas.  De hecho la pieza más importante de la organización hogareña es la puerta de la heladera, donde están los teléfonos del delivery, del súper, del cerrajero, las cuentas a pagar.  Las estrellas de la cocina dejaron de ser el horno empotrado y las hornallas con encendido automático, ahora son: el freezer , el microondas y por supuesto, el mejor amigo de la mujer: el lavavajillas.”
Otros analistas del tema justifican el proyecto de algunos arquitectos en el diseño de hogares, sin un lugar específico para la alimentación teniendo en cuenta que: la mayoría de los miembros de la familia estudian o trabajan y por la falta coincidencia en los horarios, sólo en circunstancias especiales pueden coincidir en compartir la mesa familiar. También estiman que disminuyó la actividad en la cocina por, la ruptura de la cadena de trasmisión de conocimientos y habilidades culinarias de las madres a sus hijas.
Al tomar conocimiento de la eventual desaparición de la cocina tradicional no pude evitar la evocación de la que habité durante mi niñez.  Aquellas eran de amplias dimensiones, con la recordada cocina económica con dos o cuatros hornallas conteniendo el carbón encendido, una mesa de madera espaciosa donde se procesaba la elaboración de los alimentos, un armario y una heladera con hielo cristal.  Las comidas que debían hornearse se colocaban en una fuente metálica y se llevaban al horno de la panadería más cercana, en nuestro barrio era “La Flor de Chacarita” de la familia Rocha , ubicada en Jorge Newbery 3860.  Con el advenimiento de la heladera eléctrica y el gas natural acaecido en 1950, la cocina adoptó una forma de acuerdo al proceso de elaboración de los alimentos.  En una de sus paredes se alineaban en primer lugar la heladera, luego una mesada de mármol donde se trataban todos los componentes del menú, a continuación la pileta, otra mesada de menor dimensión donde la ama de casa tenía sus utensilios y pegada al mismo la novedad revolucionaria: la cocina a gas con cuatro hornallas y horno.  Este acontecimiento liberó a  nuestras madres de labores penosas que le tomaban casi todas las horas del día. Este hecho fue el acto inaugural de la disponibilidad de horas para sus proyectos de vida: ahora podían estudiar, tener un empleo, actuar en política y emprender aquello que su vocación oculta ahora vislumbraba...
Aquella cocina de antaño era cálida no sólo por el permanente encendido de sus hornallas, sino por ser el escenario donde nuestras madres pasaban largas horas transformando su afecto, en un humeante plato de sopa o en unas pastas frescas dominguera o en una polenta con una receta que llegó con ella en el itinerario de su historia de una inmigrante europea.  Cumplo con la promesa, la cocina era mi lugar. En la misma mesa donde mi madre amasaba los tallarines y ravioles yo hacía los deberes de la primaria y en ese ambiente, un leal refugio de los crueles inviernos, siempre había el aroma de una olla humeante con una comida que luego se transformaba en un plato que convocaba a toda la familia entorno de aquella mesa, cubierta con un amplio mantel de hilo bordado con figuras de cestos frutales...

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