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miércoles, 9 de junio de 2010

VICENTE FIDEL LOPEZ
y su visión de la Semana de Mayo

por Omi Fernández

Vicente Fidel López, era un patricio orgulloso de su condición de tal y un testigo de los años posteriores a la Revolución de Mayo. Su padre, Vicente López y Planes, fue también político y escritor. A él se deben los versos del Himno Nacional Argentino y como personaje público, presidió el país en un interinato muy corto y fue gobernador de la provincia de Buenos Aires.
Como todos los intelectuales jóvenes de la época, Vicente Fidel se apasiona por la política y la literatura. Su nacimiento se produce en 1815, cinco años después de la revolución.
Asistía regularmente al “Salón Literario” que creara Marcos Sastre en los fondos de la Librería Argentina por el año 1835, junto a otros jóvenes- hoy famosos- como Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi, Miguel Cané, etc.,
Se recibió de abogado y siendo ministro de su padre tuvo una destacada actuación en defensa del Acuerdo de San Nicolás.
Se inicia escribiendo novelas históricas “La loca de la guardia” y “La novia del hereje” (texto con el cual el músico Pascual de Rogatis compuso una ópera del mismo nombre cien años más tarde), para luego dedicarse de lleno a los textos históricos, como “Las razas arianas del Perú” (1868) y una “Historia de la República Argentina” (1883-1893) en diez tomos que junto con la de Bartolomé Mitre, serán los referentes obligados de la historia del país del siglo XIX.
Aunque escritas desde ópticas disímiles en cuanto a su factura, por cuanto Roca apuntaba a la validación de los hechos narrados por medio de documentos en tanto López trabajaba sus textos literariamente. Esto originó grandes polémicas, su obra “Debate histórico. Refutaciones a las comprobaciones históricas sobre la historia de Belgrano” (1882) lo escribe por oposición a la Historia de Belgrano publicada por Mitre.
Fue ministro, diputado y rector de la Universidad de Buenos Aires. En un principio apoya a Juan Manuel de Rosas, del que poco tiempo después se sentiría desilusionado y, perseguido por el Restaurador, se exilia en Córdoba, a la que seguirán Montevideo y Valparaíso. Es en Chile donde intima con Domingo Faustino Sarmiento y crea la revista “Valparaíso”.
En 1885, escribe “La gran semana de 1810”, bajo la forma epistolar. Son supuestas cartas que se envían quienes participan activamente en los hechos previos a la revolución. Es una obra literaria, y una prueba más de ese vaivén vocacional que lo llevó a ser tan criticado en sus textos históricos. Al leerlas se tiene la sensación de que si hubiera elegido la literatura como vehículo para expresarse ¡Vaya a saber qué textos nos hubiera legado! Claro que esto es una especulación.
Norberto Galasso en su libro “La Revolución de Mayo: el pueblo quiere saber de qué se trató” dice refiriéndose a los datos de este libro: “Las referencias de López -más allá de que provengan no de su Historia sino de un texto novelado, deben tomarse como una opinión cercana a la verdad, en tanto su propio padre fue un actor de esos acontecimientos”.
Las cartas nos transmiten emociones vívidas, sus personajes son Mariano Moreno, Buenaventura de Arzac, Domingo French, Mariano Orma, Francisco Planes, Felipe Cardoso, etc.
López en el prólogo nos dice: “Publicamos con este título un legajo viejo de cartas que encontramos en el baúl de la parda Marcelina Orma. Las cartas no son evidentemente originales, sino copias de una misma letra, firmadas con simples iniciales, que llevan las fechas del 20 al 31 de mayo de 1810. Carecen por consiguiente de autenticidad pero presentan un grande interés no sólo porque “se puede conjeturar”, por sus iniciales, que están escritas o atribuidas a personas muy conocidas de aquel tiempo”.
Desde ya que lo que ellos llaman “el pueblo” no es el pueblo en su conjunto, sino los jóvenes intelectuales que participan de los eventos. En la carta fechada el 21 de mayo y firmada por José María Tagimán, leemos: “Los tres comandantes de patricios (Saavedra, Romero, Urién), el de arribeños, el de los casta, los de húsares, los granaderos y los urbanos estamos de acuerdo, por supuesto, en apoyar al pueblo hasta derramar la última gota de sangre; y ¡maldito sea el militar que teniendo sus galones de la patria, la deje sacrificar y esclavizar por virreyes y mandones! Esto no se verá jamás en Buenos Aires. Con este motivo te diré que las damas y las muchachas se han puesto todas del lado de sus hermanos y de los criollos. Como los europeos andan con miedo no oprimen ya a los muchachos, quitándoles los zapatos o el sombrero, y escondiendo las llaves de la puerta de calle para que no salgan de noche; y ya sea de miedo, ya de impotencia, callan y sufren. Ha entrado la furia de los rebozos de frisa celeste, ribeteados de cintas blancas. No hay una muchacha o una dama (con excepción de doña Flora que está más rabiosa y más fiera que un diablo) que no pase la noche cosiendo su rebozo para salir a la calle y pasear por delante de los cuarteles. Excuso decirte que los ramitos de violetas azules y de junquillos blancos, emblema de la causa, van y vienen de unos grupos a otros.”
En la carta del mismo día y firmada con las iniciales B.V.A. nos relata el encuentro de un grupo de damas patricias con Saavedra diciendo: “Venían de rebozo celeste y ribeteado de cintas blancas; rodearon a Saavedra y la madama de Peña le dijo: -Coronel, no hay que vacilar; la patria lo necesita para que la salve; ya usted ve lo que quiere el pueblo, y usted no puede volvernos la espalda, ni dejar perdidos a nuestras maridos, a nuestros hermanos y a nuestros amigos.”
En ocasiones las descripciones literarias nos transmiten con mucha fuerza el marco político de la situación. Las transcripciones hablan por sí mismas y la conocida frase “el pueblo quiere saber de qué se trata” no nos habla del pueblo sino de los grupos patricios que se aliaron en contra del dominio español.
No fue una verdadera revolución puesto que no surge de un conjunto de gente que se levanta contra el opresor, sino de un grupo perteneciente a la alta burguesía de gringos, todos ellos muy viajados allende el océano, con una educación europeizante, conocedores de otros idiomas y con títulos universitarios que estaban decididos a tomar el mando, y desligarse del dominio político y económico de España.


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