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domingo, 9 de octubre de 2011

"No es caprichoso ni capcioso que el autor cobre el 10%"

POR Guido Indij*

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El grito libertario de Horacio Altuna ha sido: “si pudiera, los editores tradicionales no me verían más un pelo“. Lo hace en una destacada nota en Clarín. No recuerdo haber visto, en los últimos años, otras notas destacadas por lanzamientos de libros de Altuna, así que concluyo en que la movida le salió bastante bien. Es una movida de provocación que alguien puede hacer cuando se esta quedando pelado. Y cuando ese alguien es Altuna, o sea, cuando ese alguien es un artista talentoso, consagrado, que maneja un tema de interés universal y ya construyó un público. Cuando se está de vuelta.
Esta estrategia del portazo ya la había probado antes, con resonante resultado mediático, su editor Hernán Casciari, otro talentoso, que a fin del año pasado había renunciado pública y estruendosamente a seguir colaborando con importantes matutinos de todos los continentes.
Pero no quiero simplemente señalar que ambos, Casciari y Altuna, ya habían construido -a lo largo de los años y del ejercicio del talento propio- su público seguidor y su lugar en el mundo a través de la edición tradicional (libros, diarios, presencia en Ferias, marketing) y de la publicación 2.0 (blog) y que sólo se puede amenazar con dar un potencial portazo y obtener repercusión mediática al hacerlo cuando se es ya una celebridad. Sino que, por lo menos hasta ahora, la edición tradicional y el sistema de los medios son necesarios para acceder a esa celebridad. Me gustaría subrayar, entonces, que el descubrimiento y la construcción del autor es parte de la tarea de los editores.
Sin embargo la idea de la búsqueda y construcción de opciones de publicación y circulación alternativas al mainstream es siempre bienvenida. Y casos decididos y arriesgados como el de Orsai, me resultan especialmente respetables y dignos de admiración.
¡Ya estoy suficientemente cansado de oír despedidas y agradecimientos por los servicios prestados a Gutenberg por los apólogos de la pararreligión tecnológica y ahora debo escuchar infamados e infundamentado adioses a la industria editorial por autores a los que sigo y respeto!
Altuna (que dedica parte de su tiempo a colaborar con una agencia que protege los derechos de autor de artistas visuales españoles) cuestiona el porcentaje que cobran los autores, entre el 8 y el 12% del precio de tapa de las publicaciones, cuando en su nueva publicación (solo accesible a través de la venta directa) cobrará el 50% de regalías. Señala también que al llevarse los distribuidores una enorme tajada, los principales perjudicados son los extremos de la cadena: autores y lectores.  Despotrica en tercer lugar por la poca transparencia de las liquidaciones de los libros de su autoría. Los mismos argumentos se leían en la carta pública de renuncia de Casciari a seguir publicando en circuitos tradicionales.
Intentaré agregar, desde mi experiencia profesional, algo de luz a estas tres cuestiones por los cuales Altuna muestra legítimo interés.
Primero diría que si, que como supuso Casciari, es económicamente viable editar libros de lujo de edición limitada de dibujos de mujeres hot por Altuna a través de un sistema de venta directa por internet pagando el 50% de regalías al autor. ¡Y le va a ir bien con este título en particular! Lo que no es correcto es inducir a los autores a pensar que pueden solicitar las mismas condiciones a sus editores cuando estos participan de la ecología del libro basada en redes de colaboración comercial entre editores, distribuidores, librerías y lectores. Redes que, en épocas de cambios tecnológicos, debemos empeñarnos en cuidar y fortalecer si queremos que sigan apareciendo nuevas voces de autores que aún no tienen la vaca atada y editores que realizan apuestas verdaderamente arriesgadas.
Para los que no están familiarizados con la economía básica del libro trataré de sintetizarla brutalmente. En el circuito tradicional, que por un texto se pague a su autor 10% del precio de tapa del libro no es caprichoso, ni capcioso. Es matemático. Tampoco significa que el editor “se quede” con 90% de la torta. La cuenta que hace un editor es la siguiente. Si el papel y la tinta cuestan $20, un libro se ofrecerá a $100. En algunos países, en algunos mercados, en algunos nichos y en algunas editoriales esa variable, 5 (la diferencia entre 100 y 20), puede ser otra, 6, 7, (o más cuando el la tirada es alta y el costo unitario baja) pero difícilmente sea un factor menor a 5. El lego dirá que el editor se queda con la parte del león. Y habrá que explicarle que de esos $100, en los países en los cuales el libro esta exento de IVA, es el distribuidor quien se queda con $60 (o más) y que los $40 que reciba el editor habrán de ser repartidos de la siguiente manera: $20 serán para pagar el libro en tanto objeto hecho de papel y tinta, $10 serán para el autor, como se había establecido previamente (y de mutuo acuerdo) y otros $10 estarán destinados a pagar alquileres, sueldos, cargas sociales, impuestos, servicios, prensa, promoción... Así como a separar alguna utilidad pretendida por el editor en tanto emprendedor, otra parte para destinar a la impresión de próximos libros, a participaciones en Ferias y por supuesto, a soportar la dotación de obsolescencia, o sea, los ejemplares que se entregarán para prensa, se dañarán o simplemente no habrán de venderse, asumiendo que el editor no ha sido capaz de prever una edición exacta para alcanzar ventas del 100% de la tirada. 
Se pensará entonces que es el distribuidor quien se lleva la tajada más salvaje: $60, o sea, ¡60% del Precio de Venta al Público! Éste explicará que no todo es para él. Que del PVP, un 35, 40, 45% se lo quedan los libreros. Que incluso las cadenas le exigen 50% (y más). Argumentará que su margen representa apenas un 12 o 15% del PVP, y que con eso debe soportar alquileres, sueldos, almacenaje, armado de pedidos, repartos, fletes, devoluciones, y sobre todo, el riesgo crediticio del giro comercial que realiza en nombre del editor. Son argumentos entendibles.
40 y 50 es para el librero. Mucho, ¿no? Relativamente si pensamos en los descuentos de las tarjetas de crédito, en la cantidad de metros que exige la amplísima oferta que debe exhibirse, los sueldos calificados (en aquellas librerías en las que aún hay libreros), la amplitud horaria y sobre todo y especialmente el elevado costo del alquiler.
Hacer que un libro circule no es fácil. Se debe comprender un delicado entramado del cual participan decenas de miles de trabajadores de la cultura. Y el costo de todo ello lo soporta el precio del libro, lo paga el lector.
Por lo antedicho, no creo que en el extremo de la cadena comercial del libro estén los libreros, ni los lectores. Quienes sí están son los rentistas. A los propietarios de los locales, y a las corporaciones dueñas de los shoppings, lo mismo les da que los locales de las librerías sean espacios de venta de zapatos, pizzerías al paso o sucursales bancarias. Y no dudaría en calcular que es más del 10% del PVP el que va a parar a los bolsillos de los especuladores inmobiliarios.
Pero lo más doloroso es que Caciari y Altuna se sientan estafados por su anteriores editores. Es una situación lamentable y seguramente no excepcional. Pero es injusto establecer calificaciones universales a partir de esas experiencias personales. En el simpático book trailer de su nuevo libro anuncian que el  registro corresponde el primer contrato sin la presencia e intermediación de abogados y representantes... Me sorprendió, porque acá atrás mío hay unos biblioratos con trescientos tantos contratos que tampoco fueron mediados por profesionales de las leyes, aunque en unos pocos sí intervinieron representantes con los que los escritores más demandados me pidieron que negocie las condiciones particulares de sus contratos. Muchos de ellos son contratos con autores que han publicado conmigo, con mi editorial, no uno, o dos, sino varios títulos, lo que a priori indicaría su satisfacción con el trato brindado y las buenas prácticas con las que sus obras fueron acogidas, editadas y puestas en circulación.
Mi caso tampoco es excepcional, sino más bien la regla en el mundo de la edición independiente, ciertamente diferenciado de la edición mainstream, por lo general a cargo de estructuras editoriales de grupos multimediales, en su mayoría transnacionales, seguramente el tipo de experiencia editorial que tuvo (que sufrió) Altuna, que dista de ser el único tipo de experiencia editorial a la que un autor puede aspirar.
De cualquier manera creo que su manifestación es válida y denuncia una falencia de una actividad que no cuenta con un colegio profesional propio o un código deontológico. ¿Quizás sea momento de comenzar a fijar algunos criterios éticos y pautas de conducta profesional que rijan la edición en el futuro?
Personalmente creo que Orsai, emprendimiento cultural de calidad al que deseo el mayor de los éxitos, es una especie de excepción. Una muy interesante que se pregunta por situaciones a la que los editores apenas si asomamos. Por ejemplo, la política de precios diferencial en distintos países (que propone Orsai) representa un particular esfuerzo de solidaridad con los lectores menos pudientes según el principio socialista de pedirle a cada uno según su posibilidad. Pero creo que, por el momento al menos, debe entenderse de esa manera: como una excepción y no como un nuevo parámetro sobre la circulación de las publicaciones y la redistribución de lo percibido (entre editor y autor) por cada ejemplar. Y aun en el caso en que los años demuestren la perdurabilidad y auto-sustentación del proyecto, creo que este puede construirse sin la descalificación de la tarea de mediación cultural de otros trabajadores del sector.
Desde mi punto de vista ambos autores quedan en orsai. Pero claro, el que avisa no es traidor, y si nos ha servido para realizar esta reflexión, quedamos agradecidos.

*El autor es editor de La Marca editora e Interzona

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