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viernes, 12 de julio de 2013

Sobre lo privado y lo público



 La televisión e Internet han modificado las reglas de juego de la sociedad, a tal punto que como individuos no acertamos en la elección del rol que deberíamos interpretar. La globalización igualó al concierto de las sociedades, eliminó barreras e implantó hábitos y costumbres que en la actualidad son compartidas por todas ellas.

Uno de los tópicos en que resulta más evidente esta confusión es en la diferenciación entre lo privado y lo público. Nuestros abuelos tenían incorporado el concepto de privacidad para las actividades íntimas, las que celosamente guardaban para sí y su núcleo más cercano y permitían que trascendiera lo que consideraban no necesario de preservación. Hoy en día, con la intromisión de los televisores y las redes sociales en el hogar, ese concepto quedó desvaído.

De mirar con malos ojos al chismoso, al que tenía necesidad de conocer los actos más intrascendentes de sus vecinos, grupo de amigos o familiares para luego criticarlos, llegamos a los “realities shows” que validaron al voyeur, al espía de las actividades de los otros y no sólo dejó de ser criticado sino que fue aceptado y compartido. En el programa televisivo “El Gran Hermano” los acontecimientos ocurridos en una casona en la cual convivían, sin contacto con el exterior, un grupo de personas elegidas, eran comentadas tanto en el seno familiar como en el laboral. Las gracias o sinsabores eran hablados y discutidos en los medios públicos sin que nadie se asombrara si alguno de los pasajeros opinaba sobre la situación de la cual se hablaba.

Además, los programas en vivo hablados en un lenguaje coloquial y con permanentes guiños al espectador, instalaron en la audiencia la sensación de que no estaban solos y la intimidad de sus hogares, algo cuidado y mantenido fuera de desconocidos, fue perdiendo su valor original.

A esto se le sumaron las redes sociales. La popularización del uso de computadoras personales y las facilidades para adquirirlas, favoreció la participación diaria de la sociedad en las redes sociales.

Twiter y Facebook son las más utilizadas y su sistema consiste en incorporar a las personas que conocemos, las que a su vez tienen conocidos propios que al cruzarse entre sí, conforman una red de comunicación a nivel global que concreta sobradamente el sueño del brasileño Roberto Carlos cuando cantaba: ”quiero tener un millón de amigos”.

En los aspectos positivos nos permite una comunicación fluida con gente que apreciamos y en la práctica también ya que nos conectamos con gente que no vemos por razones de tiempo y distancia. Esto sin contar con la posibilidad de difundir nuestras actividades a una gran cantidad de personas en forma instantánea. Otra ventaja colateral es que su uso nos obliga a leer y escribir constantemente.

Pero, el objetivo no apunta al crecimiento personal, sino a tener la mayor cantidad de “amigos” (en realidad son unos pocos amigos, muchos conocidos y la mayoría contactos) porque eso nos garantiza popularidad. La popularidad es reconocimiento público, somos en la mirada del Otro.

Con solo escribir el nombre y apellido de alguien que conocimos, si pertenece a la comunidad virtual, sin importar el país en el que resida, aparece como un ave fénix resucitada. Así, encontramos a personas a las que hace muchos años que no tratamos y volvemos a comunicarnos con compañeros del colegio primario, pasando por el secundario y la universidad, hasta con gente con la que hemos tenido una relación circunstancial.

Desde los medios de comunicación se fomenta el uso de las redes sociales. Los noticieros y los programas de divulgación científica, en particular y, todos los canales en general, difunden la frase: “búsquennos en facebook”. Se manejan cifras millonarias en las publicidades de las redes sociales, lo que asegura un consumismo parejo que se refleja en la compra de objetos materiales tales como el último celular o el súper ipod, como con la venta de cómo lograr importancia y celebridad.

Los mayores de sesenta años constituyen una franja a la que le resulta muy difícil adecuarse a los nuevos parámetros, educados en el concepto de que había que estudiar y trabajar mucho para ser alguien en la vida, consideran al éxito dependiente de la persistencia al encarar un objetivo. Ahora, es suficiente con escribir en Google “cómo ser una persona importante” y se van a encontrar con páginas y páginas de consejos para lograrlo pero en ninguna se hablará de tenacidad, constancia ni de ningún concepto que implique permanencia en la actividad.

Lo que cuenta es “ser una persona importante” y que ésto se consiga con un mínimo de esfuerzo y de tiempo. Andy Warhol dijo: «En el futuro todo el mundo será famoso durante quince minutos. Todo el mundo debería tener derecho a quince minutos de gloria». Aunque no dijo: “viene fácil, se va fácil” que es su consecuencia.

Esta tendencia al reconocimiento público es perjudicial para niños y adolescentes que siendo los mayores consumidores de las redes no tienen conciencia aún para diferenciar lo público de lo privado.

Así, suben a la red información que pone en riesgo la seguridad de su seres queridos. Datos como que toda la familia tomará vacaciones durante un mes y por ende la casa quedará sola, fotos de reuniones familiares y de las casas de ellos y de sus amigos, e infinidad de otros actos realizados en la creencia de que son leídos por gente cercana pero la verdad es que le facilitan el trabajo de investigación a los delincuentes, entregando datos riesgosos. Ya se sabe de matrimonios que han tenido problemas serios por comentarios en los cuales se creyó que lo que escribían lo leía una sola persona y, por falta de conocimiento y por un simple error, quedó en el muro al alcance de muchos.

También hemos leído en los diarios los casos de niñas que caen en la trampa de pedófilos por confiar en el perfil que estos presentan, o en otros casos que con astucia los llevan a sacarse fotografías indecorosas que luego son usadas para extorsionarlos frente a sus padres o intimidarlos con la amenaza de atentar contra ellos.

Validan su existencia mostrando su intimidad sin reservas, sin pensar que la virtualidad es un arma peligrosa y que quienes les contestan pueden no poseer los mismos valores morales que ellos.

Las épocas en que la experiencia era un valor para transmitir a los jóvenes, o por lo menos intentarlo, quedó en el pasado. Son ellos quienes tienen el mejor manejo de las computadoras y las redes sociales y éstas herramientas son, en muchos casos, algo inentendible para sus padres, por eso es imprescindible afianzar la confianza y el contacto fortaleciendo el vínculo para poder cumplir con el cuidado que nuestra responsabilidad como adultos y padres nos impone.

por Omi Fernández 
www.omifernandez.com.ar
prismairidiscente.blogspot.com.ar

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