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domingo, 20 de noviembre de 2011


racismo y xenofobia
La no aceptación de la diversidad
por Joaquín Rocha
Psicólogo especialista en Educación para la Comunicación
             


“El racismo ha sido históricamente una bandera para justificar las empresas de expansión, conquista, colonización y dominación, y ha marchado de la mano de la intolerancia, la injusticia y la violencia” (Rigoberta Menchú Tum, dirigente indígena guatemalteca, premio Nobel de la Paz).

El  racismo y xenofobia son conceptos muy relacionados. El primero es un comportamiento inspirado en una doctrina que establece la jerarquización de los diversos grupos humanos, diferenciados por sus características raciales. Estos prejuicios son el resultado de un estado afectivo-emocional alejado de toda reflexión madura. Influidos por circunstancias político-económicas y fomentados por situaciones tanto sociales como personales. “Entre las ideas que más daño han hecho a la humanidad, una de las más permanentes y destructivas es la que afirma que la especie humana se divide en unidades biológicas llamadas razas y que ciertas razas son innatamente superiores a otras” (Holt, 1995).

El racismo está teñido de ideología, o sea, de una manera de ver el mundo en función de una convicción sociopolítica sobre el valor de las relaciones que vinculan a los individuos con la sociedad a la que pertenecen. Una mirada desde lo negativo.

La xenofobia, en cambio, es un conjunto de actitudes que se identifican con la hostilidad, el rechazo, el odio hacia lo extranjero, hacia las personas, hacia su aspecto, sus costumbres, su cultura, su religión.

Si bien el racismo se apoya en fundamentos científicos, errados o no, que definen  que diferencias genéticas producen proporcionales diferencias en lo que se refiere a inteligencia, desarrollo cultural, emociones y personalidad; la xenofobia crece a medida que la población extranjera aumenta y provoca conflictos laborales, sanitarios, escolares, de seguridad. Este tipo de problemas existen entre los ciudadanos comunes, solo que aquí el agravante radica en que uno de ellos es extranjero. 

Seguramente, la vivencia  de un principio ético de igualdad entre todos los seres humanos, en cuanto a dignidad y derechos, sería suficiente para evitar toda discusión sobre el racismo y la xenofobia. Pero la realidad nos dice otra cosa. Tanto el uno como la otra están signados por el deseo de eliminar lo diferente. Se encuentran despojados de toda alteridad, ese valor que permite cambiar la propia perspectiva por la del otro teniendo en cuenta su ideología, sus intereses, su mirada sociopolítica. Se trata de dejar de hacer girar el mundo sobre uno mismo. Al fin y al cabo, no son más que individuos aquejados por una distorsión de percepción, sobrevalorando su propia raza, su propia cultura y sus tradiciones por sobre todas las demás.

“Por tanto, el prejuicio racial en la actualidad no es sólo una supervivencia de la época de la esclavitud o de la segregación, sino, además, una nueva forma de denegación que se desarrolla con el fin de no incluir, en la comunidad de valores, a los que se han convertido en iguales en lo que a derechos formales se refiere (M. Sánchez-Mazas y F. Van Humskerken, Universidad Libre de Bruselas).

La raza y las continuas migraciones, que devienen de resquebrajadas situaciones político-económicas, están siempre en el ojo del huracán de este mundo globalizado. “El problema estriba en que para entender la complejidad del mundo que nos rodea, categorizamos, es decir, dividimos a las cosas y a los seres humanos en diferentes grupos (hombres, mujeres, blancos, negros, etc.) y, lo que es peor, se nos olvida enseguida que tales categorizaciones las hemos hecho nosotros y comenzamos a verlas como algo natural y que, por tanto, no puede ser de otra manera. De ahí que las razas, que no existen como concepto biológico, sí existen como concepto psico-sociológico, pero con una clara intencionalidad ideológica y política: una construcción social y cultural, que lleva, inexorablemente, a un crecimiento de las conductas racistas y xenófobas, así como de otras conductas violentas tanto en la escuela como fuera de ella” (Prof. A. Ovejero Bernal Universidad de Valladolid).

Hoy, más que nunca, es la escuela la encargada de sembrar y velar por una educación basada en valores, sobre todo aquellos que los pensamientos posmodernistas han logrado que caigan en desuso.

Si bien la escuela es subsidiaria de la educación familiar, se hace necesario recordar que los padres delegan, en muchos casos, su responsabilidad educativa. Es por eso que resulta imprescindible revertir esta situación y coordinar un proceso educativo en conjunto para dinamizar un modelo de vínculos que conviertan las diferencias culturales en riqueza de conocimientos y comprensión, y en componentes de una educación humana y solidaria, que impidan el conflicto y la agresión.

De esta manera, el “mal usado” principio de igualdad de oportunidades para todos, cualquiera sea su color de piel, cultura  y tradición, será una realidad  y un factor de unión y progreso en una sociedad globalizada, donde la necesidad impone la diversidad de razones e ideas para la construcción de un mundo mejor; donde se promueve una cultura de la tolerancia y el respeto hacia los demás distintos y diferentes.

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